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Carta de Diego Portales que postuló la hegemonía chilena en el Pacífico; clara expresión del estado nacionalista y bélico

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Esta carta de Diego Portales dirigida a Manuel Blanco Encalada –muy ocultada también por la historiografía y la educación escolar- formuló una idea de búsqueda de hegemonía chilena en el Pacífico sur; fundamentada en una profunda desconfianza hacia el Perú, y que va a constituir uno de los elementos históricos de nuestras malas relaciones permanentes que hemos tenido con Perú y Bolivia. Precisamente, en dicha carta se plantea explícitamente la “necesidad” que habría tenido nuestro país de declararle una “guerra preventiva” a la Confederación Perú-Boliviana que se había configurado bajo el liderazgo del mariscal boliviano Andrés de Santa Cruz; pero pretendiendo ignorar que aquella “confederación” no fue una asociación real de ambas naciones. Y en el contenido de la carta se trasunta que la desconfianza fundamental no es contra la confederación, sino particularmente contra Perú.

En efecto, respecto de aquella “necesidad”, es importante tener presente la opinión del historiador chileno Sergio Villalobos, quien señaló que “la Confederación era una ficción. El gran error de Portales fue lanzar una guerra contra una entidad que se desmoronaría más temprano que tarde” (Chile y Perú. La historia que nos une y nos separa. 1535-1883; Edit. Universitaria, Santiago, 2002; p. 29). Asimismo, la historiadora inglesa Valerie Fifer sostiene que la Confederación Perú-Boliviana no era un proyecto viable y que “estaba condenada a fracasar por causas internas si las fuerzas externas no se hubieran adelantado. Perú, infinitamente más favorecido por su situación, por su número de habitantes y variedad de recursos, no habría tolerado indefinidamente su papel de sostén. Los departamentos del norte habían expresado frecuentemente su marcada aversión a Santa Cruz y habían declarado que no tolerarían ningún desmembramiento del Perú, confederación con Bolivia, ni existencia bajo su protectorado” (Bolivia; Edit. Francisco de Aguirre S. A., Buenos Aires, 1976; p. 68).

El texto de la carta está íntegramente extraído del libro de Ernesto de la Cruz: Epistolario de Don Diego Portales. 1834-1837. Con un prólogo y nuevas cartas recopiladas y anotadas por Guillermo Feliú Cruz. Edición impresa por acuerdo del Ministerio de Justicia con ocasión del centenario de la muerte de Portales, Tomo III, Santiago, 1938.

 

 

TEXTO DE LA CARTA




 

 

Santiago, 10 de Septiembre de 1836.

 

Señor don Manuel Blanco Encalada.

 

 

Apreciado amigo:

 

Es necesario que imponga a usted con la mayor franqueza de la situación internacional de la República, para que usted pueda pesar el carácter decisivo de la empresa que el Gobierno va a confiar a usted dentro de poco, designándolo comandante en jefe de las fuerzas navales y militares del Estado en la campaña contra la Confederación Perú-Boliviana. Va usted, en realidad, a conseguir con el triunfo de sus armas, la segunda independencia de Chile. Afortunadamente, el camino que debe recorrer no le es desconocido: lo ha seguido en otra época en cumplimiento de su deber y de patriota, y de esas dos virtudes supo extraer glorias y dignidades para la Patria.

 

La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el Gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio. No podemos mirar sin inquietud y la mayor alarma, la existencia de dos pueblos confederados, y que, a la larga, por la comunidad de origen, lengua, hábitos, religión, ideas, costumbres, formarán, como es natural, un solo núcleo. Unidos estos dos Estados, aun cuando no más sea que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias. En el supuesto que prevaleciera la Confederación a su actual organizador, y ella fuera dirigida por un hombre menos capaz que Santa Cruz, la existencia de Chile se vería comprometida. Si por acaso, a la falta de una autoridad fuerte en la Confederación, se siguiera un período de guerras intestinas que fuese obra del caudillaje y no tuviese por fin la disolución de la Confederación, todavía ésta, en plena anarquía, sería más poderosa que la República. Santa Cruz está persuadido de esta verdad; conoce perfectamente que por ahora, cuando no ha cimentado su poder, ofrece flancos sumamente débiles, y esos flancos son los puntos de Chile y Ecuador. Ve otro punto, pero otro punto más lejano e inaccesible que lo amenaza, y es la Confederación de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Por las regiones que fueron el Alto Perú es difícil amagar a Lima y a la capital boliviana en un sentido militar, pero el cierre de las fronteras platenses no dejará de dañarle por una parte, y no le permitirá concentrar su ejército en un punto, sino repartirlo en dos o tres frentes: en el que le prepare Chile, en el que le oponga el Ecuador o en el que le presente Rosas.

 

El éxito de Santa Cruz consiste en no dar ocasión a una guerra antes que su poder se haya afirmado; entrará en las más humillantes transacciones para evitar los efectos de una campaña, porque sabe que ella despertará los sentimientos nacionalistas que ha dominado, haciéndolos perder en la opinión. Por todos los medios que están a su alcance ha prolongado una polémica diplomática que el Gobierno ha aceptado únicamente para ganar tiempo y para armarnos, pero que no debemos prolongar ya por más tiempo, porque sirve igualmente a Santa Cruz para prepararse a una guerra exterior. Está, pues, en nuestro interés, terminar con esta ventaja que damos al enemigo.

 

La Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América. Por su extensión geográfica; por su mayor población blanca; por las riquezas conjuntas del Perú y Bolivia, apenas explotadas ahora; por el dominio que la nueva organización trataría de ejercer en el Pacífico, arrebatándonoslo; por el mayor número también de gente ilustrada de la raza blanca, muy vinculada a las familias de influjo de España que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia de sus hombres públicos, si bien de menos carácter que los chilenos; por todas estas razones, la Confederación ahogaría a Chile antes de muy poco. Cree el Gobierno, y éste es un juicio personal mío, que Chile sería o una dependencia de la Confederación como lo es hoy el Perú, o bien la repulsa a la obra ideada con tanta inteligencia por Santa Cruz, debe de ser absoluta. La conquista de Chile por Santa Cruz no se hará por las armas en caso de ser Chile vencido en la campaña que usted mandará. Todavía le conservará su independencia política. Pero intrigará en los partidos, avivando los odios de los parciales de los O’Higgins y Freire, echándolos unos contra otros; indisponiéndonos a nosotros con nuestro partido, haciéndonos víctimas de miles de odiosas intrigas. Cuando la descomposición social haya llegado a su grado más culminante, Santa Cruz se hará sentir. Seremos entonces suyos. Las cosas caminan a ese estado. Los chilenos que residen en Lima están siendo víctimas de los influjos de Santa Cruz. Pocos caudillos en América pueden comparársele a éste en la virtud suprema de la intriga, en el arte de desavenir los ánimos, en la manera de insinuarse sin hacerse sentir para ir al propósito que persigue. He debido armarme de una entereza y de una tranquilidad muy superior, para no caer agotado en la lucha que he debido sostener con este hombre verdaderamente superior, a fin de conseguir una victoria diplomática a medias, que las armas que la República confía a su inteligencia, discreción y patriotismo, deberá completar.

Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile siempre. Las fuerzas militares chilenas vencerán por su espíritu nacional, y si no vencen contribuirán a formar la impresión que es difícil dominar a los pueblos de carácter. Por de contado que ni siquiera admito la posibilidad de una operación que no tenga el carácter de terminante, porque es esto lo que…[1]

 

PORTALES

[1] Falta el resto de la carta. Está escrita de puño y letra de Portales.- G. F. C.



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