JC
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En la mañana las ojeras del poco dormir se le disipan solo cuando entra en el fragor de los espinudos temas que aborda a diario.
Asume su fama con aparente tranquilidad. Sabe que no ha hecho sino lo que está en la médula del periodismo que vale la pena: revolver el gallinero.
Enfrentado a la paradoja de Schrödinger, el gato está vivo/ el gato está muerto, Julio César Rodríguez intentará abrir la caja y de puro preguntón ha puesto en jaque a varios.
La gente le dice JC como en confianza.
Y debe ser la persona que más saca de sus casillas a los poderosos. Sus armas favoritas han sido el sentido común, la ironía y el apego a las premisas éticas de su profesión, entre ellas decir las cosas por su nombre. Pero sobre todo prefiere el humor que le ha sido eficaz para desarmar a cualquier obtuso y prepotente.
Pudiendo hacer como muchos de sus colegas, asegurar la platita aunque sea poca, a JC le dio por irse a la yugular de los poderosos, lo que en este país siempre será un riesgo.
Le asienta su acento hualpenino y su vida no ha sido todo miel sobre hojuelas debiendo sortear momentos en extremo duros.
Pero ha llegado a ser una de las personas más creíbles del censo.
Como pocos dirigentes políticos, en realidad como ninguno, JC ha hecho claridad respecto no solo de los derechos que le asisten a la gente, sino que ha denunciado las innumerables manipulaciones con los que los poderosos, políticos, millonarios, curas, militares, los dueños de medio país, siguen ahorcando a los ya estrangulados.
A JC lo sigue una interminable fila de personas que no tienen donde hacer saber su reclamo, su frustración, su rabia y su pena. Se ha transformado en el paño de lágrimas de los que no tienen a quien recurrir.
Es el héroe de los que no tocan bonos ni reciben ayuda alguna. Y un molestoso que ha sacado de sus casillas a Piñera que ha buscado deshacerse de su molestosa presencia televisiva y radial moviendo sus amistades.
En vivo y en directo recordó en sus caras asombradas y duras a un par de corruptos democratacristianos aquella vez que lo echaron del diario La Nación Domingo por denunciar el robo de esos mismos corruptos democratacristianos en el INDAP. Fue un momento glorioso.
Llama la atención que quienes quieran someterse a sus preguntas hagan fila para tener su oportunidad, sabiendo que se exponen a escuchar lo que no quieren.
La gracia sería doblarle la mano, desmentirlo ante sus seguidores, ridiculizar sus puntos de vista. Hasta donde se sabe, no se ha podido. Y no porque el periodista tenga un caparazón invulnerable que lo protege, sino porque, simplemente, se parapeta en la verdad, denuncia a los mentirosos que han mentido y a los que han ofrecido y luego si te he visto no me acuerdo.
Visto así, hasta resulta fácil.
Vivimos en un país que se cae a pedazos por el cotidiano esfuerzo del egoísmo y la corrupción. Con las organizaciones sociales autocensuradas, los partidos políticos de la izquierda hibernando, han sido señaladas personas las que han sacado la voz por los que no tienen voz, entre ellos, algunos periodistas.
Vea que ha pasado con las valientes denuncias de Mauricio Weibel y lo que han detonado. Y lo que ha sucedido con un programa del canal de televisión La Red y las intervenciones e investigaciones de las valerosas periodistas Mónica González y Alejandra Matus y el sitio CIPER. Súmese un par de periodistas más y pare de contar. Los porfiados y necesarios medios llamados alternativos se debaten entre la quiebra y el cierre.
Hoy destella con su mérito vergonzoso la decisión de la ExConcertación de eliminar al costo que fuera a la prensa democrática y evidencia lo dramático e inmoral de esa política.
Entonces ¿Quién es capaz de decirles a los poderosos, corruptos y mentirosos cuántos pares son tres moscas? Varios hacen el intento, pero tropiezan con el corto alcance de sus medios.
Hasta ahora, el que se ha atrevido desde sus programas de TV y de radio de alta sintonía, ha sido un periodista que hasta hace poco era conocido en el comidillo del show business como un personaje que donde ponía el ojo ponía la bala.
Pero a esta altura ya es el héroe de la gallá.
Por Ricardo Candia Cares