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El memoricidio en Colombia

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Colombia es conocida internacionalmente por la aplicación del “genocidio continuado” como herramienta para impedir la alternancia en el poder que, sin tregua, viene pasando de padres a hijos y también, ocasionalmente, a un miembro perteneciente al clan dominante.

 

La primera vez que esa continuidad se puso en peligro fue en la década de los años 40, cuando un reconocido penalista, dirigente de un avasallador movimiento popular con ideología emancipadora y socialista, no europeizante, fue proclamado “candidato del pueblo” en condiciones en que su victoria estaba asegurada para las elecciones presidenciales de 1950.

 

El movimiento, estructurado con base en la idiosincrasia y las condiciones propias del país, proponía la sustitución de la Democracia Representativa por una Democracia Directa que, alejada de toda oclocracia, tuviera como orientación y ruta de acción los intereses, deseos y voluntad de la ciudadanía, dándole la espalda al predominio oligárquico que campeaba desde los tiempos de la independencia.

 

Ante la posibilidad, ya incontenible, de que el movimiento que lideraba Jorge Eliécer Gaitán—como se llamaba aquel líder popular—ganara las elecciones presidenciales, los sempiternos dueños del poder se alinearon en un solo bloque que denominaron Unión Nacional, desatando en forma simulada un feroz genocidio contra los seguidores de Gaitán.




 

Como aquel genocidio no amedrentó a las huestes partidarias del líder popular, optaron por asesinarlo el 9 de abril de 1948, provocando una violenta sublevación que se extendió por gran parte del país, surgiendo las guerrillas que, cambiando paulatinamente de estructuras, nombres y dirigencia, perduran hasta hoy.

 

Manuel Marulanda Vélez, máximo jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), con quien el gobierno firmó hace poco tiempo un acuerdo de paz (aún cuando un número considerable de sus integrantes regresó a la lucha por incumplimiento de lo acordado), en su autobiografía describe de manera hermosa cómo, siendo aún adolescente, se fue junto con su familia a protegerse al monte: “La familia de nosotros era gaitanista. Uno les oía comentar… que con el triunfo de Gaitán, – al tío se le aguaba la saliva en la boca -, se desarrollaría en el país una política de colonización para los sin tierra y los sin trabajo, que les darían muchos créditos para el derrumbe de montañas. El árbol de la ilusión quedó cortado de raíz con el asesinato de Gaitán, las palabras cogieron rumbo tras la montaña” [2].

 

Las oligarquías dominantes no se contentaron con asesinar al líder del movimiento, sino que se impusieron la tarea de cometer MEMORICIDIO, expresión que surgió a raíz de las múltiples y variadas acciones que emprendieron desde el momento mismo de cometer el magnicidio.

 

Violando todas las normas vigentes de expropiación, el Estado se apoderó de la vivienda de Gaitán y su familia para enterrarlo en la sala de la casa, porque su esposa se había negado a sepultar a su esposo hasta tanto no dimitiera el presidente del momento, Mariano Ospina Pérez, al que señalaba como autor intelectual del crimen y que, además, encabezaba el gobierno de Unión Nacional.

 

Una vez en posesión de la casa, el gobierno procedió a enterrar a Gaitán en la mitad de la sala, convirtiendo la residencia en una casa-museo que, a raíz del incremento de las prácticas de MEMORICIDIO, procedieron a saquear, atentando contra la “cultura inmaterial” reflejada en el ambiente y la decoración de lo que fue originalmente esa vivienda, destruyendo la reconstrucción de la personalidad del dirigente popular inmolado y la manera de pensar y de vivir de la familia, reflejo de su ideología y de su tiempo.

 

Los agentes del Estado que últimamente manejan la casa-museo Gaitán saben que “nos objetivamos en todo lo que hacemos”. Así lo dijo Antonio Esquivias en su libro sobre Antropología Emocional, titulado “Kant y su discípulo Hegel. La objetivación del espíritu”. Esquivias, inspirándose en Hegel, concluirá: “Dejamos nuestra huella en todo: viendo nuestra habitación se ve cómo somos”.

 

Es la idea que hoy se tiene sobre el valor de las casas-museo como “cultura inmaterial”, donde no solo cuentan los objetos, en tanto que patrimonio material, sino que su organización, su orden, y su decorado son también parte integral del patrimonio. Así lo analiza una experta en el tema, la española Soledad Pérez Mateo, quien dice: “Las casas-museo ejercen una importante labor de conservación y difusión del patrimonio inmaterial, en mayor medida que otras tipologías museísticas conocidas. Custodian un patrimonio inmaterial que se hace visible a través de la exposición de una serie de objetos que no adquieren sentido en su contemplación individual, sino cuando configuran un sistema cultural en el que unos y otros interactúan y exteriorizan la existencia humana en su dimensión privada”.

 

Por esta misma razón, el MEMORICIDIO atenta contra la herencia genealógica de los líderes asesinados, o los ensalza cuando son descendientes de las figuras hegemónicas y acopladas a las capas del poder. A estos herederos del poder se les llama en Colombia “delfines”, mientras que a los hijos de las figuras antagónicas se les calumnia como parte integral de la campaña de MEMORICIDIO.

 

En este mes de noviembre de 2021, el Consejo de Estado condenó a dos instituciones del Estado colombiano (la Universidad Nacional y el Ministerio de Educación), por el daño a la honra, buen nombre y buena imagen de la única hija del líder político y de sus hijas, a quienes se les venía acusando, en forma reiterada y constante, por malos manejos en la dirección de la entidad oficial “Instituto Colombiano de la Participación (Colparticipar)”. El alto tribunal comprobó que ninguna de las denuncias resultaron ciertas. Solo fueron un entramado de calumnias dentro del paquete de actuaciones malintencionadas  que comporta el MEMORICIDIO,  para destruir la imagen de las herederas de un líder rechazado por el poder imperante, como es el caso de  Gaitán.

 

por Gloria Gaitán*

 

*Gloria Gaitán es hija de Jorge Eliécer Gaitán. Originó un sitio de memoria, llamado El Exploratorio Nacional “Jorge Eliécer Gaitán” que, a la manera de parque temático, está concebido para trabajar en el forjamiento de una “cultura participativa” con la cual, a través de la ingeniería cultural, se prepare al “País Nacional” para la instauración y manejo de una Democracia Directa.

[2] Alape, Arturo. Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo”. Pg. 50. NOTA:  No es posible reportar una nota técnica porque la frase la tomé hace años de un libro que el gobierno de Álvaro Uribe Vélez me confiscó, con toda mi biblioteca y archivos personales, en acto inconstitucional, pues la Carta Magna de Colombia prohíbe las confiscaciones de bienes bien habidos.  

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Hija de Jorge Eliécer Gaitán

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