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Debates Constitucionales: El mito de la “Casa Común” y el Odio a la Democracia

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El debate acerca de la “Casa Común”, como los sectores de la llamada centroizquierda socialdemócrata y de las derechas chilenas llaman de manera eufemística a una nueva Constitución debería incluir el de las fundaciones estructurales. Pero hemos visto cómo los dueños del fundo llamado Chile, junto con sus capataces y mayordomos se enervan, pierden la compostura y hasta el barniz reflexivo de la “modernidad” cada vez que se plantea la discusión sobre las estructuras o bases fundadoras de la mentada “Casa Común”. La piedra de tope son siempre las instituciones de poder y las relaciones de propiedad de la llamada base económica. Ahí se descontrolan. No solo es una mera impresión la que los columnistas y periodistas de derecha dan, con la elección de los epítetos utilizados para referirse a ciertas normas propuestas, sino que en este caso patentan su aversión visceral a todo debate democrático que requiere profundidad. Y demás está decir que en un país sin un sistema de medios que garantice pluralidad informativa esto es imposible. Es la manera de ocultar que la estructura económica de Chile es una construcción manu militari, resultado de apropiaciones indebidas en tiempos dictatoriales de empresas, bancos, concesiones de agua, mares, bosques a una oligarquía convertida en poderosa. “Hay que dejar que los ricos se enriquezcan” era una de las “máximas intelectuales” preferida de Pinochet e inspirada en las elucubraciones ultra capitalistas de Hayek y Friedman.

 

En el fondo, cada vez que en la Convención se plantea el debate de los pilares sobre la que sus dueños han construido la casa actual, el griterío es ensordecedor (con la ayuda de sus medios escritos y televisivos que trivializan y deforman los propósitos de manera sistemática). Es así como son solo las reglas que deben seguir sus habitantes para respetar la urbanidad y el orden de las cosas del diseño ancestral que logran consenso. Los que se consideran los verdaderos propietarios buscan siempre esa familiaridad que dan los mismos paisajes, con los mismos senderos, que conducen a las alacenas o graneros bajo llave de sus propios dueños y a los barracones del peonaje. Claramente, la oligarquía se imagina aún propietaria del terreno y del casco de la hacienda. Y busca defender con garras y dientes sus privilegios que ella considera “naturales”, pues cada vez que se quiere discutir acerca de los pilares estructurales de un país habitable en “común”, comienza el vociferío estridente de insultos de lo más granado de la intelligentsia del establishment conservador y neoliberal. Cabe preguntarse si lo que realmente quieren es construir una mansión para ellos y cabañitas para la servidumbre; total, les damos el terrenito se dicen, y lo que chorree.

 

Incluso el próximo ministro de la Segpres, Giorgio Jackson, llamó “loquísima” en un diario uruguayo la propuesta de la convencional María Rivera acerca de la “disolución de los poderes del Estado” (habrá que estar atento a los dichos de Jackson pues se va fácilmente de lengua como cuando defendía un impuesto a los ricos, pero por “una sola vez” pues, según él, no había “evidencia” que si era permanente era bueno – el hombre no lee pese a la abundante literatura sobre lo que es una política fiscal eficaz). Y la convencional Constanza Schonhaut, frenteamplista, señaló en Twitter que votará en contra de eliminar los tres poderes del Estado y reemplazarlos con una “asamblea plurinacional de las y los trabajadores y los pueblos”, porque estaría fuera de «todo marco democrático». ¿Una propuesta de una convencional para ser debatida en las instancias formales para la redacción constitución estaría «fuera de «todo marco democrático»? ¡Y el Presidente electo retuiteó este comentario de la convencional!

 

Es que si algunos se dejan llevar por la cuña coyuntural, como lo hacen Jackson y Schonhaut, para agradar a los vociferantes de derecha, lograr los 2/3 con consenso y sacar certificado de capaces de gobernabilidad para el futuro bloque en el gobierno, contraviniendo así el sentido histórico de la democracia y restringiéndola al uso de las formas actuales hoy en crisis, otros no logran esconder su “odio a la democracia”. El concepto es del filósofo francés Jacques Rancière profesor emérito de la Sorbona en su libro que lleva precisamente por título “El Odio a la Democracia”. En esta obra, Rancière explica que “la situación que motivó este libro escrito en el 2005 es el sentimiento que hubo una especie de desplazamiento extraño en el discurso oficial sobre la democracia”. En efecto, la “Democracia” se utilizó como una bandera contra los “regímenes totalitarios” a partir de los 80, pero una vez que los muros, junto con la URSS cayeron, las democracias occidentales tendieron a transformarse en oligarquías parlamentarias adictas al consenso dominante (neoliberal) explica Rancière. Y cada vez que las mayorías populares se expresaban en las urnas, contra los designios de los “líderes” y expertos de las castas dominantes, estos trataban a los electores de masas de “ignorantes”.




 

En otras palabras, explica el filósofo, “la ‘representación’ (la democracia liberal-representativa-parlamentaria en boga) nunca ha sido un sistema inventado para compensar el crecimiento de las poblaciones (argumento dado contra el ejercicio de la democracia directa). No es una forma de adaptación de la democracia a los tiempos modernos y a los grandes espacios dice Rancière, contra toda especie de sentido común democrático. Es, por derecho propio y así nomás, “una forma oligárquica, una representación de las minorías que se arrogan el derecho a ocuparse de los asuntos comunes”.

Jacques Rancière

Las tesis de Rancière chocan con la ideología de la democracia formal y elitista pues considera que es más democrático “el proceso democrático de sorteo”. En efecto, este “coincide con el principio del poder de los eruditos en un aspecto esencial: el buen gobierno es el gobierno de los que no quieren gobernar. Si hay una categoría que debe ser excluida de la lista de los aptos para gobernar, es en todo caso la de los que buscan el poder”. Demasiado radical para los defensores de los poderes constituidos y para las nuevas elites generacionales sedientas de poder, pues estas desconfían de los “sin parte”, de los y las excluidas de las fuentes de poder; concretamente de los y las trabajadores, sin presencia real en la Convención Constitucional. Así pues, el miedo a pensar la democracia, a deconstruir sus cimientos como la gran propiedad — el pegamento de los intereses de clase y poder actuales — conduce al odio a la democracia, y es el mismo odio contra el “octubrismo”, o proceso de rebelión ciudadana y popular abierto el 18/O de 2019. Acontecimiento eminentemente democrático, de recuperación de la palabra y de la acción emancipadora, según las tesis del mismo Rancière.

Y  lo que Rancière escribe al estudiar la política institucional en Francia en el 2005 grafica el sistema de las oligarquías parlamentarias:».[…] “representantes del pueblo’ salidos masivamente de una escuela de administración; ministros o colaboradores de ministros relocalizados en empresas; partidos financiados por el fraude en los mercados públicos; empresarios que invierten sumas colosales en la búsqueda de un mandato electoral; jefes de imperios mediáticos privados que se apoderan a través de sus funciones públicas de los medios de comunicación públicos. En resumen: la monopolización de los asuntos públicos por una fuerte alianza de la oligarquía estatal y la oligarquía económica”.

Es importante comprender, nos dice Rancière, que el principio de igualdad debe aplicarse siempre sobre la base y en nombre de una categoría a la que se le niega el principio de esta igualdad o su consecuencia: los trabajadores, las mujeres, los negros, los inmigrantes u otros. Pero a través de esta movilización de la igualdad y por la emancipación, no se trata de la manifestación de la categoría propia o de sus atributos, sino que de la universalidad de la igualdad. Y Rancière insiste: “aquí no es una identidad que se revela, sino una universalidad”. Por lo mismo, la democracia es un proceso siempre abierto y sus conspicuos y solapados enemigos siempre activos.

Por Leopoldo Lavín Mujica

 

 

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  1. No puede haber unidad política entre noviembristas (Lavín Mujica) y octubristas. Los primeros cargan con la responsabilidad política por: 1) el acuerdo patronal del 15 nov 2019 (que legitimó una salida «democrática» con 61 luchadores muertos -varios de ellos obreros de fila como Mauricio Fredes-, cientos de ciegos y miles de presos); 2) El gobierno patronal de Boric que se viene y su política en relación con el covid-19, la cual si vemos las declaraciones últimas de Boric, seguirá la pauta de la Biden (la cual abandonó ya todo sesgo «reformista» y adoptó sin limitación alguna la política de Trump, Johnson y Bolsonaro, de la cual fueran pioneros los suecos: el Covid-19 como mera gripe). Así, los noviembristas que llamaron a votar por Boric (como Lavín Mujica), cargan con la responsabilidad política por los miles de muertos por covid que vendrán y las decenas de miles de personas que sufren «largo covid» (como yo); 3) La religitimación de los más rancio y corrupto de la antigua concertación al dar su apoyo a Boric (no solo Lagos apoyó a Boric, sino que el ala izquierda de Apruebo Dignidad en tiempos de la precandidura presidencial de Jadue, le hacía odas a la concerta del tiempos de Lagos y Bachelet).

    • Patricio Serendero says:

      El señor Guille exagera cada vez que se manifiesta, al punto que si tomáramos a la letra sus palabras estas demostrarían un análisis de la realidad política que es binario. Todos quienes no piensen como el y su grupo, son calificados de las peores formas: traidores, vendidos, asesinos, ignorantes, etc. Los únicos revolucionarios con libros en mano son naturalmente ellos. Veamos, Nos dice don Guille (cuyo análisis se parece al del comentarista Marcelo) que L. Lavin es responsable por la muerte y mutilados en las manifestaciones. Y todo esto, porque este llamó a votar por Boric. O sea, el análisis del contexto de una situación concreta no existe para el señor Guille. Muchos llamamos a librarnos de la amenaza real de Kast, a pesar que no nos gustaba ni nos gusta Boric y la Socialdemocracia. Amenaza tal real como que los fascistas obtuvieron 44% de la votación.
      La categoría «octubrista» utilizada por el comentarista sería la clase revolucionaria por oposición a los «noviembristas» que don Guille le achaca gratuitamente a L. Lavín.. La verdad es que una buena parte de esa lucha era reivindicativa. La conciencia de clase revolucionaria «para sí» constituía una minoría.
      Se remacha el comentario diciéndonos que Boric será como Bolsonaro. Bueno, esta afirmación premonitoria sí que ya nos deja sin comentario.
      Paradójicamente no hay una palabra aquí de condenación a la Derecha por lo muertos y mutilados y por todo el desastre y la vergonzosa irresponsabilidad de este gobierno que en este momento no existe. Esto es generalmente así. La gente como el señor Gille apunta sus dardos siempre contra cualquier otra izquierda que no sea la de ellos. Raramente lo hace contra la Derecha. Están profundamente equivocados.

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