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Piñera no dejó legado ciudadano alguno

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Sebastián Piñera será recordado porque los dos principales acontecimientos registrados durante su mandato presidencial, de relevancia histórica,  ocurrieron sin haber estado en su agenda de trabajo ni en su programa de gobierno ni menos haber participado en ellos: el estallido social y el proceso constituyente impulsados por el pueblo marcaron serias contrariedades para el entonces jefe de Estado cuestionado en su administración de comienzo a fin.

Las multitudinarias movilizaciones populares y el inicio de la redacción de la nueva Constitución Política,  todo ello destinado a la construcción de otro país y a cambiar sustancialmente la vida de los chilenos, ocuparon gran parte del recién finalizado periodo piñerista que acabó debilitado y alicaído.

Chile se ha sacudido de una vez  del agravio que le significó ser gobernado por un superrico, un acaudalado inversionista absolutamente desconectado de la realidad,  ajeno a los clamores de la calle, ciego y sordo para ver y escuchar las necesidades de la gente que ahora teme porque no sabe si podrá ser reparado el enorme daño ocasionado a sectores mayoritarios de la población.

Campeón del neoliberalismo, Piñera deja un nulo legado ciudadano: a millones de personas empobrecidas,  sin empleo ni ingresos pero con deudas,  sin expectativas futuras pero con frustración,  como parte de un modelo de desigualdades aplicado a ultranza que encabezó con fruición  buscando más riqueza y más poder para la casta empresarial a la que pertenece.




Según el sociólogo y premio nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, Manuel Antonio Garretón,  el ex gobernante reúne las mejores condiciones mercantiles: sabe comprar barato y vender a precio conveniente para sus bolsillos, pero eso no le bastó  para ejercer la presidencia de la República por su  desanclaje con el país, la sociedad y la gente.

Pareciera que Piñera  quiso aislar o invisibilizar a las clases populares y las ignoró como si no existieran, pese a que constituyen la mayoría en el país. En sus numerosos discursos desde La Moneda nunca mencionó siquiera al pueblo, los movimientos sociales y la clase trabajadora, se conformó con llegar hasta la clase media, descartando la existencia de la pobreza y de las reivindicaciones y  luchas  de muchos  por superarla.

A causa de ello el gobierno que recién termina se ha ido con cerca de un 80% de reprobación ciudadana y con el cumplimiento de menos de un 30% de su programa.  Desde un comienzo había creado grandes expectativas, entre ellas las de los llamados “días mejores” que en las poblaciones y barrios no se vieron por ninguna parte.

Esos días mejores fueron solo para el propio presidente, sus cercanos y la oligarquía todopoderosa. Aun con pandemia los dueños del dinero aumentaron sus fortunas en un 75%,  porcentaje similar al incremento de familias que forzosamente  llegaron a instalarse en inhóspitos campamentos de tránsito tratando de capear la miseria.

Hasta los últimos días de su administración Piñera hizo ostentación de las desigualdades del modelo.  Embistió implacablemente contra los cientos de miles de comerciantes ambulantes que no disponen de otra alternativa para subsistir, a la vez que continuó con la entrega de bienes naturales a grupos depredadores que explotan y contaminan los territorios,  como es el caso de Los Rulos.

En su discurso de despedida el entonces gobernante no quiso acordarse ni se hizo cargo de las múltiples lacras que ensuciaron su mandato.  No hubo allí ninguna alusión a calamidades como la mantención de la institucionalidad pinochetista, la desigualdad, las AFP, la falta de oportunidades, la usurpación de tierras del pueblo Mapuche, el asesinato de Catrillanca, la crisis migratoria, su derrota ante la delincuencia y la cesantía,  etc. Tampoco pidió perdón por la violación sistemática de los derechos humanos por parte de las policías represivas que embistieron contra el pueblo con motivo del estallido social.

Por todo ello millones de chilenos vulnerables habrían querido estar presentes cuando la joven de 22 años Audrey Burgos, le dejó caer sobre la cabeza el contenido de una botella con agua putrefacta al término de un acto en uno de los patios de La Moneda. Este gesto inesperado, simbólico e inofensivo, oportuno y que desahogaba gran cantidad de rabia acumulada, fue largamente celebrado por el pueblo.

 

Por Hugo Alcayaga Brisso

Valparaíso

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