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¿Taiwán después de Ucrania?

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En su declive histórico, Estados Unidos está siendo impulsado a recurrir a medios militares para apuntalar su hegemonía y los intereses de su plutocracia. Así, mientras la guerra asimétrica por delegación en Ucrania parece ir decantándose de manera favorable para su enemigo secundario: Rusia, durante su primera visita a Asia el presidente Joe Biden pareció decidido a replicar el modelo en el espacio Indo-Pacífico, utilizando ahora al pueblo de Taiwán como carne de cañón para una guerra proxy contra su principal adversario, China. Lo que coloca al mundo ante un eventual choque de potencias poseedoras de armas nucleares.

En el primer escenario, más allá de la mítica narrativa triunfalista del eje EU/OTAN, la guerra híbrida impulsada por el Pentágono y la CIA contra Rusia en territorio ucranio no parece haberse desarrollado según lo diseñado por sus estrategas en Washington y Bruselas.

En el campo de batalla económico-financiero, mientras la economía real rusa resiste, las sanciones occidentales contra el Kremlin profundizaron la crisis que existía en 2019 antes de la pandemia de la secta covidiana. Resultado: inflación galopante en EU y Europa; aumento del precio de las materias primas y los recursos energéticos (petróleo, carbón y gas); ruptura de las cadenas de suministro y escasez de productos agrícolas (en particular trigo, con posibles hambrunas), fertilizantes y semiconductores, entre otros insumos, así como una apreciación del rublo, moneda en la que el gobierno de Vladimir Putin fijó el pago del gas a sus clientes hostiles de la Comunidad Europea. La servil Europa parece entrar en recesión, y su profundización provocaría una caída en la producción con el cierre de empresas, despidos y destrucción de capital. Y dado que 88 por ciento del planeta no se alineó con las sanciones económico-financieras contra Rusia, podrían surgir sistemas alternos a la red de pagos bancarios internacionales Swift y acelerarse el proceso de pérdida de centralidad del dólar como medio de pago internacional y depósito de valor.

En el terreno político-militar-mediático, a la rendición masiva de los neonazis del regimiento Azov que se habían atrincherado en los búnkeres antinucleares de la siderúrgica Azovstal, en Mariupol –reportada en la guerra (des)informativa por la prensa de EU y Europa como una evacuación de manera ordenada−, se suma el desgaste y la desmoralización del ejército ucranio en los distintos frentes, acentuados el fin de semana pasado por la derrota de una unidad de élite ucrania en la localidad de Severodonetsk, que quedó bajo el control de las milicias populares de la República de Lugansk, igual que la estratégica ciudad de Limán. Por lo que el colapso del ejército ucranio −armado y entrenado según los estándares de la OTAN los últimos ocho años−, parece cercano en la región del Donbás; lo que reduciría el objetivo de la administración Biden de hacer la guerra hasta el último ucranio para lograr la derrota de Rusia.

El 24 de mayo, al intervenir en el Foro Económico Mundial de Davos −el poliburó del capitalismo y la plutocracia internacional−, el ex secretario de Estado de EU, Henry Kissinger (responsable de crímenes de guerra en Vietnam, Laos, Camboya y Chile), advirtió que una eventual guerra directa de EU/OTAN contra Rusia podría alterar el equilibrio de poderes en Europa y recomendó regresar a las negociaciones de paz entre Ucrania y Rusia en los próximos dos meses. Dijo que viendo la situación desde la realpolitik, lo ideal sería que Ucrania abandone la lucha y ceda los territorios que Rusia reclama, convirtiéndose en un país neutral.

En los últimos días el secretario de De­fensa de EU, Lloyd Raytheon Austin, solicitó a su contraparte rusa, Sergéi Shoigu, un alto el fuego inmediato, en tanto el presidente francés, Emmanuel Macron, y el canciller alemán, Olaf Scholz, reiteraron al presidente Putin sus llamados a reiniciar las negociaciones diplomáticas con Ucrania. A su vez, el premier británico Boris Johnson admitió que Rusia continúa haciendo progresos graduales, lentos pero palpables en el Donbás.




El cambio en la narrativa ficticia de EU/OTAN es evidente tras la rendición de los combatientes de la libertad en el enorme complejo Azovstal, en Mariupol, estratégico puerto siderúrgico sobre el mar de Azov (un lago ruso de facto), cerca del mar Negro, incorporado ahora a la República Popular de Donetsk. Azovstal forma parte del grupo Metinvest, controlado por el oligarca ucranio Rinat Akhmetov, y es una de las mayores plantas metalúrgicas de Europa; produce coque, acero, productos laminados, rieles y vagones de ferrocarril, equipos de minería, etcétera.

Como ha señalado el analista Pepe Escobar, la apuesta de Rusia sería consolidar un complejo económico-logístico de Járkov a Odesa, íntimamente conectado a la industria rusa. Rusia es el quinto productor mundial de acero y posee enormes depósitos de hierro y carbón. Con el control del mar de Azov, y subsecuentemente el mar Negro, Rusia tendrá el control total de las rutas de exportación para la región productora de granos de calidad. Lo cual significaría un gran complejo agroindustrial integrado, cercano al Mediterráneo Oriental, con proyección hacia Asia Occidental (Irán), y cruzando Suez, enlazando al océano Índico, con potenciales clientes en el sur y sureste de Asia (India, Pakistán). A su vez, la construcción de ferrocarriles de carga en Rusia y Mariupol, resultaría en un modo de conectividad privilegiado con la ambiciosa Iniciativa de la Franja y la Ruta china y con el Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur, cuyos principales actores son Rusia, Irán e India. Ninguno de esos países ha demonizado ni sancionado a Rusia.

En definitiva, la guerra intercapitalista por los recursos geoestratégicos y el rediseño geopolítico del orbe que están detrás del conflicto en Ucrania de los halcones de Washington para desangrar a Rusia, ha orillado ahora al Estado profundo ( Deep State) que dirige los pasos de Biden, a amagar con otra guerra por delegación ( proxy) en Taiwán, lo que rompería con el principio de Una sola China. Taiwán produce casi 90 por ciento de los semiconductores (chips, microprocesadores) para el consumo mundial, de los que depende también la infraestructura militar y tecnológica del Pentágono. Abrir un segundo frente militar, centrado en China y Rusia, parece una apuesta arriesgada para EU. Pero es el imperio. Otra opción es el Sahel, en África.

Por Carlos Fazio

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La Jornada

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