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Los presos políticos siguen en las cárceles, culpables de haber soñado con otra Colombia: la historia del Gato

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“Nosotros fuimos y somos la generación sin miedo, sin miedo a perder nada porque, de verdad, nunca tuvimos nada y jamás hemos conocido nada más. Somos la descendencia de padres que tuvieron que obligarse a callar y a comer callados, a aguantar y a soportar, a vivir entre las decisiones de los poderosos por su propio beneficio, pero jamás por el del pueblo. Nosotros nos convertimos en la voz de las mejores enseñanzas de nuestros padres, yo me convertí en la mejor enseñanza de la voz de mis abuelos”. Este es el relato de Andrés Felipe Rodriguez Chávez, encarcelado en la cárcel de Bogotá por haber hecho parte de la primera línea durante el Estallido Social en Colombia, empezado el 28 de abril de 2021. A pesar de las promesas, talvez un pocos populistas e irrealistas, de Gustavo Petro, Andrés sigue en la cárcel hoy en día, junto a centenas de otros compañeros más, culpables de haber soñado, por algún momento, una Colombia diferente, más justa, y que, al parecer, todavía pena a llegar.

 

Mi nombre es Andrés Felipe Rodríguez Chávez, me conocen como “el Gato”, nombre artístico que he tenido durante años; pues, soy cuentero. He dedicado muy buena parte de mi vida a contar historias en la calle, en los buses, en Transmilenio; incluso me he dedicado a contar historias en eventos y en diferentes lugares a los que mi arte me ha permitido llegar.

 

Soy nieto de abuelos campesinos, de familia campesina, de una familia que tuvo que vivir momentos difíciles. Mi familia es como muchas otras familias colombianas que tuvieron que acostarse a dormir con un agua de panela en el estómago o con un café, (un tinto).

 

Mi historia empieza en la pandemia, como la historia de muchos de nosotros.




 

Empezó el punto en el que nos dejaban salir a trabajar solo por horas, ciertos días de la semana, pero yo como artista, incluso arriesgando mi vida, en plena pandemia en los picos más altos me tenía que ver obligado a salir a trabajar. Muchas veces empezaba a las 5 de la mañana y regresaba acá hasta las 5 de la tarde con 10mil pesos, muchas otras, llegaba desde las 5 de la mañana hasta las 11 de la noche con 5mil, con 4mil pesos buscando únicamente poder llevar una bolsa de arroz, unos huevos, algo de comer para no pasar hambre en la noche, en el día.

 

Cuando pasa esto y empiezan a incrementarse los precios de los servicios públicos, el arriendo, las deudas, cuando la comida empezó a escasear demasiado en la casa, pues, creo que todos empezamos a salir. A salir y arriesgarnos para poder tratar de vivir.

 

La pandemia no solo nos dejó muertos, sino también arruinó sueños, arruinó esperanzas, ilusiones de personas que habían luchado su vida entera para conseguir un negocio, para tener algo para su futuro; y la pandemia se ha quedado con todo esto. Y fue el grito de desesperación que llevó a que el Pueblo, toda Colombia se levantara a buscar un Gobierno mejor, una vida mejor.

 

El tema de las reformas en ese momento era algo que nos preocupaba a todos porque la reforma laboral implicaba que muchos tuvieran que trabajar por horas y eso afectaba la pensión, la salud, porque, al trabajar por horas, la gente tendría que buscar maneras de trabajar más para poder pagar su fondo de pensiones, para poder llegar a una jubilación digna, pasar su vejez dignamente. Pero al afectarse eso también, empezábamos a ver la reforma a la salud: el tema de que privatizaran el sistema de salud público con las aseguradoras de salud y que todos tuvieran que pagar hasta por estornudar literalmente.

 

Así llegó el estallido social, cansados de tanto maltrato, de que empezaran a caer personas muertas por exigir un país mejor: la única idea tras el salir a las calles fue buscar un mundo mejor, un país mejor. Un país en donde comer no se volviera un privilegio, donde estudiar o tener una buena educación no fuera un privilegio para algunos, sino un derecho para todos; donde al menos tuviéramos una renta básica y no que preocuparnos mes tras mes por conseguir más y más dinero para seguir pagando arriendo, porque no todos cuentan con la fortuna de tener una casa propia, un hogar propio.

 

Las calles de Colombia y los barrios se empezaron a llenar de arengas, de gritos de libertad, de cambio. Era muy común ver entre las casas las banderas de Colombia de cabeza como señal de auxilio. Empezamos a escuchar todos los días, a las 6 de la tarde, como Colombia entera cantaba, con el alma y el corazón, el himno nacional con la esperanza de que ese Gobierno nos escuchara.

 

Pero lo único que hizo ese Gobierno fue mandar más represión, mandar a sus asesinos de negro. Mandaron al ESMAD, a la fuerza de control para poder disipar a los que salían a las calles a gritar que querían un cambio. Siempre he estado enamorado de mi país, de Colombia. Y creo que mi más grande delito es amar a este país más que a mi mismo, amar más a este país que a mi propia madre y a mi familia; pues, por esto estoy en la cárcel – por el amor que le tengo a este país. Ehh, pero bueno…

 

A mí, nadie me pidió que peleara por nadie, pero lo hice con el corazón, lo hice con el fin y con el amor de ver bien a la gente, a mi gente, a mi pueblo. Me enamoré tanto de este país y de su gente que decidí abandonar mi hogar. Y eso vivieron muchos pelados de la Primera Línea, muchos tuvieron que abandonar su hogar, sus trabajos, sus familias, sus sueños, sus propias vidas.

 

 

¿La Primera Línea para mí qué significa?

 

La Primera Línea para mí representó un grito de desesperación, un grito de cansancio por los desaparecidos, por el hambre, por la injusticia, por la desigualdad. La Primera Línea representó lo mejor de todos nosotros, representó el valor de los cobardes, la voz de los callados, representó los sueños de un país entero, representó las mejores enseñanzas de nuestras madres y nuestros padres (aunque ellos no estuvieran de acuerdo con que muchos jóvenes como nosotros saliéramos a las calles) representó el valor de estar dispuestos a entregar nuestra vida por proteger la de los demás.

 

Porque en eso se convertían las marchas, en una pelea de vida o muerte, donde nosotros como pueblo solo queríamos un cambio y salíamos a las calles a marchar y a gritar para que se acabara ese mal gobierno, para que regresaran las oportunidades.

 

Nunca pedimos ni exigimos nada regalado, nunca lo quisimos: lo único que peleamos y pedimos siempre fue que nos dieran el derecho, que nos dieran el derecho a ganarnos las cosas, que nos dieran el derecho a luchar por nuestra educación, a ganarnos una educación digna y justa, llena de oportunidades, una educación superior en la universidad que no fuera un privilegio para algunos pocos y una lucha constante para otros, sino un derecho, como debería serlo, para todos.

 

El derecho de salir de lo mismo, de tener las oportunidades que nuestros padres y nuestras madres no tuvieron, de buscar las oportunidades en las que soñamos cuando éramos niños: ser doctores, ser abogados, ser profesores, ser jueces, ser astronautas, poder cumplir esos sueños de niños y darle a nuestro niño interno una esperanza más.

 

La Primera Línea se convirtió en ese punto de defensa cuando todos gritamos “libertad” y el Gobierno nos quería asesinar; porque a eso mandaba el ESMAD (el escuadrón móvil antidisturbios) a acabar no solo con las manifestaciones, sino con la vida de quien se interpusiera en su camino. Fueron cientos y miles los videos que no salieron a la luz y muy pocos los que sí, de cómo disparaban indiscriminadamente al cuerpo, a la cabeza, al pecho, a las piernas; de cómo muchos perdieron los ojos, los brazos, los dedos; de cómo muchos otros quedaron muertos en la calle, esperando un cambio.

 

Empezamos a salir a las calles cansados; cansados del encierro, cansados del hambre, de sentir y escuchar los llantos de nuestras madres y de nuestros padres en la casa en la noche. Creo que cuando uno se vuelve papá aprende a llorar cuando todos están dormidos para que nadie lo vea, para no preocupar a la familia. Era inevitable llorar de hambre, de preocupación por no saber si podíamos pagar arriendo o no, si íbamos a tener una noche más bajo un techo; así que nos decidimos a salir a las calles, y ahí empezó todo.

 

Empezaron las arengas, las marchas durante horas.

 

Creo que muchos de nosotros, muchas personas no están acostumbradas a caminar durante tanto tiempo y para muchos de nosotros se convirtió en algo habitual: llegar a la casa con los pies ampollados, con sangre de caminar, pero con el alma llena de esperanzas, con el corazón lleno de rabia, con deseos de cambiar todo, con el sueño de no volver a sentir hambre, de no ver llorar a nuestras familias, de no sentir la desesperación o la incertidumbre de saber si íbamos a dormir un día más en ese lugar o no, si iba a haber dinero para pagar las cosas o no.

 

Así que empezaron las marchas a nivel nacional, las calles de Colombia se empezaron a llenar de gente y nosotros empezamos a sentirnos más parte del Pueblo. Creo que la pandemia y el Paro nos hizo unirnos como Pueblo, como colombianos, y todas las voces sin importar la ropa, el color, el acento o cuánto tuviéramos en el bolsillo muchos de nosotros.

 

Nos hicimos uno, porque lo único que queríamos era cambiar las cosas. Pero mientras empezaron a pasar las marchas, empezó a salir el ESMAD, empezó a dispararle a la gente, empezaron a caer niños al suelo.

 

Mamás asustadas con coche, con bebés de brazo, corriendo; desesperadas tratando de huir de los gases lacrimógenos. Abuelos que no podían escapar por más que intentaran correr de los efectos del gas. Y empezaron a salir esos corazones valientes, dispuestos a dejar su vida en la calle para que nadie más sufriera daño. Yo como padre, como hijo, como hermano únicamente quise salir para darles un país mejor a mi mamá, a mi hermana, a mi sobrina, a mi hijo.

 

Muchas veces me preguntaron, nos preguntaron que de qué estaban hechos los escudos de la Primera Línea, cuál era el material del que estaban hechos y, una y otra vez le respondía a la gente, a todo el que me preguntó:

 

“No se trata del material, jamás se ha tratado del material del escudo. Un escudo puede ser un pedazo de lámina, un barril cortado a la mitad, una tabla, un pedazo de cartón, una señal de tránsito, un aviso de construcción; cualquier cosa puede ser un escudo cuando tienes que defender tu vida, pero la verdadera fuerza del escudo, jamás, jamás la hizo el material. La fuerza del escudo siempre la hizo la persona que la sostuvo, el corazón que había detrás de cada escudo fue y es lo que hizo fuerte cada escudo.”

 

En ese proceso vimos crecer a muchos pelados, a muchos pelados que decidieron salirse de la casa para pelear por sus familias sin tener el apoyo de ellos.

 

Creamos la red de ollas comunitarias, todo empezó porque un día un pelado se nos acercó, se me acercó y me dijo que tenía hambre, pero que no podía comer nada porque la mamá no le había dado nada en la casa y que le había dicho que si tenía hambre, que le dijera “a esos vagos hijueputas” que lo alimentaran. Entonces, mirándole a los ojos, le dije: “sabe qué, estos vagos hijueputas lo van a alimentar”.

 

Y me puse con varios pelados a buscar monedas, regaladas, pidiéndole monedas a la gente. Conseguimos para comprar una libra de arroz y alguien fue hasta la casa y sacó una olla; con unos palos y un par de ladrillos prendimos una fogata; hicimos nuestro primer arroz, en la calle.

 

Un arroz sin sal, sin aceite, nada más el arroz.

Un arroz no muy agradable de comer, pero alcanzó para todos y, ahí en el andén, todos los días nos reuníamos muy temprano con la misma olla pequeña de hacer arroz para fritar unos huevos, para batirlos y comer con pan o hacer un agua de panela y buscar lo del pan.

 

Siempre pedíamos monedas regaladas o nos rebuscábamos la manera de trabajar para comprar comida y cada vez llegaba más gente a comer, más pelados que no comían en la casa, que tenían hambre.

 

El dinero se hacía insuficiente y empezamos a buscar más ayudas, empezamos a tocar más puertas, a buscar más personas para tratar de ayudar a la gente. Se consiguió una olla grande (bastante grande) y ese día, con la olla grande, bastante grande, hicimos un sancocho con comida que nos regalaban. No pedíamos plata, sino comida… Con papa, con mazorca, con yuca, con plátano hicimos nuestro primer sancocho y comimos en unas dos botellas de gaseosa recortadas; de las de tres litros.

 

Varios vendedores vinieron a preguntarnos si les podíamos regalar algo de sopa y, sin pensar dos veces, pues empecé a regalar la sopa pidiéndoles disculpas por no tener un mejor… un mejor plato para darles más que un pedazo de botella recortada.

 

Se me hizo indispensable darles de comer todos los días, no solo a todos los muchachos de la Primera Línea sino a los viejitos, a los comerciantes, a los que no comían y entendí que muchos al igual que yo veníamos incluso saliendo todos los días de su casa sin comer un solo bocado; sin tomarse un agua de panela, un tinto (café) sin comerse un pan.

 

Entre más pasaba el tiempo más me enamore de mi tierra, de mi pueblo y tomé la decisión de entregarle a este país y a mi pueblo mi propia vida hasta que todo esto cambie o hasta que mi sangre haga parte del rojo de mi bandera, y aunque estoy hoy en la cárcel sigo enamorado de mi tierra, de mi gente y sus sueños de la idea de que todos tengan algo aun cuando nacimos sin nada.

 

Este amor no solo me trajo a la cárcel, también a dejar mi casa y con ella mi vida, pero también en esa casa donde tantos años pagué arriendo, donde muchas ocasiones no tenía para comer en días, también dejé mi familia, con ellos a mi hijo quien no veo desde esos días. La prensa colombiana se encargó también de eso, al señalarme de un sinfín de atrocidades que lo alejaran de mí.

 

Me vi forzado a vivir en la calle sin muchas oportunidades de comer, de bañarme o lavar la ropa que a diario me ponía. Con mucha suerte después de mucho tiempo la misma comunidad me permitía lavar mi ropa y mi alimentación dependía de la olla comunitaria donde alimentábamos muchas otras personas.

 

En ese proceso el estado colombiano a cargo de Ivan Duque Márquez, entonces presidente de la república, la entonces y actual alcaldesa de la ciudad de Bogotá Claudia Nayibelopez, fueron responsables de ordenar la dispersión de todo acto cultural, movilización o cualquier acto que representara el paro nacional en el marco del estallido social.

 

Las fuerzas públicas y el ESMAD (escuadrón móvil anti disturbios) cometieron un sin fin de violaciones en todo sentido, entre ello, disparos al cuerpo a quema ropa, disparos a distancias mínimas a la cabeza, al pecho, las piernas etc…Varios jóvenes murieron, quienes solo salieron de sus hogares con la bendición de sus madres, de sus padres con la promesa de regresar a casa a cenar, la promesa de buscar una Colombia mejor, un futuro donde pudieran cumplir esa promesa de sacar a su familia adelante, comprar una casa para su madre y para su padre.

 

Quienes corrieron con un poco más de suerte escaparon de la muerte, pero les arrebataron un ojo, uno, varios o todos los dedos de su mano, otros permanecieron durante mucho tiempo en el hospital en cuidados intensivos a causa de los disparos e impactos de los gases lacrimógenos, muchas fueron las violaciones hacia las mujeres de parte de los miembros de la policía nacional de Colombia y de los agentes del ESMAD: las denuncias de estos hechos atroces fueron rechazados por la fiscalía general de la nación, argumentado que eran falsas. Aun cuando los diagnósticos de medicina legal decían que efectivamente fueron violadas, no valieron sus acusaciones.

 

Nada de esto fue transmitido en los canales de comunicación, como noticias caracol, ron noticias, citita o muchos otros.

 

La estigmatización crecía a pasos agigantados y la situación en las calles empeoraba, cada día el número de heridos era incalculable, mientras buscaba entre reuniones con la alcaldía de la localidad, para detener los enfrentamientos y recuperar hogares para adultos mayores, comedores comunitarios para familias y niños, la persecución y torturas para los miembros de la primera line se convirtieron en pan diario.

 

Verdaderamente no se pude desconocer que los enfrentamientos entre la primera línea y el ESMAD causaron después de varios meses inconformidad en la ciudadanía, y esto fue otra ventaja para la prensa y su campaña de odio ante la primera línea.

 

Una campaña en búsqueda del miedo: el miedo que fue sembrado a nuestros abuelos y sus padres y a los padres de ellos, así mismo a nuestros padres, miedo a perder sus trabajos por pensar distinto, a hacer algo en contra de las injusticias o tan siquiera atreverse a pensar diferente, para no perder sus trabajos, sus hogares o ser señalados, pues el miedo ha gobernado durante generaciones en Colombia.

 

Pensar, actuar o hacer diferente se convirtió en un acta de muerte: líderes sociales, líderes comunitarios, campesinos, estudiantes, políticos y todo a que se atreva a hablar en contra de los más peligrosos criminales: Colombia tiene una historia construida sobre muerte y silencio.

 

Lo que perdimos no solo fue nuestra libertad, si no también nuestras vidas por soñar diferente, por pensar diferente, acusados incluso de delitos de guerra, tortura, secuestro, hurto (agravado y calificado), terrorismo, fabricación de artefactos y u objetos explosivos, manipulación y lanzamientos  de objetos explosivos y contundentes, daño en bien ajeno público y colectivo, violencia contra servidor público, … Ya cumplo 16 meses de mi vida privado de libertad, en donde un porcentaje lo he vivido en la cárcel, donde me he encontrado a vivir situaciones casi de película o de libros de terror, donde la única esperanza es una condena no muy alta, pues aun que los actuales gobiernos nos ha llenado de esperanzas fugaces, de ilusiones efímeras, lo único que ha sucedido es un daño psicoemocional irreparable a nosotros que somos tras las rejas y a nuestras familias qué constantemente son ilusionadas y desilusionadas con las promesas y o palabras de nuestro actual presidente en las cuales promete nuestra libertad.

 

Me atrevo a decir que la primera línea en Colombia y muchos de nosotros hemos sido quizás una campaña publicitaria, se han venido a visitar a las diferentes cárceles congresistas, senadores, movimientos: el resultado ha sido hermosas fotos en redes sociales y en televisión, pero aún seguimos aquí…

 

Esta navidad el presidente de Colombia Gustavo Petro, dijo a los medios de comunicación y al mundo que lo miembros de la primera línea capturados, pasaríamos noche buena con nuestras familias: lo cual no se cumplió. Fue mentira, otra desilusión para nuestras familias y para nosotros. Con muchísima felicidad te puedo contar que a dos de los 7 elegidos les dieron la gestoría y pasaron navidad con sus familias, ahora faltan los 5 restantes

 

Por mi parte tengo que confesar que duermo en un par de pedazos de espuma unidos y envueltos entre sábanas que yo mismo de cocido, que la alimentación no es la mejor pues gracias a Dios tenemos alimentos pero aquellos no serían dignos para ningún ser humano.

 

Aun no estoy condenado, después de 16 meces privado de la libertad aun espero una audiencia de acusación, mientras tanto sigo viviendo en un cementerio de vivos dónde las paredes y el suelo parecen guardar un frío de ultratumba de sueños muertos, de ilusiones perdidas donde el sol aún en su punto más alto no parece calentar por más que brille.

 

Todos merecemos el derecho de ganarnos nuestras oportunidades, de conocer algo distinto en el que se den cuenta que no somos números en cuentas bancarias, que no somos simplemente un voto en elecciones, que la guerra no puede ser un negocio, que no pueden seguir enseñándonos a odiarnos y que los más pequeños actos pueden cambiar las más grandes vidas.

 

Elena Rusca, Santiago, 30.12.2022

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Corresponsal

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