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Con el pueblo todo, sin el pueblo nada

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Vestirse con ropajes de izquierda es un asunto serio.

Los nuevos iluminados no alcanzan a comprender que la unidad de la izquierda se viene cantando desde los tiempos de la Internacional, y que en su memoria guarda el recorrido del asalto al Palacio de Invierno, la derrota de Batista y Somoza. Las victorias de la izquierda en América Latina han sido también convertidas en baños de sangre por los militares. No hay que olvidar la consecuencia de los que desde la izquierda en Europa que se enfrentaron al fascismo.

En Chile no hace muchos decenios se cantó Venceremos cuando Allende cruzaba los portalones de La Moneda y con él entraba el pueblo para tan trascendental convite.

Antes que nada, hay que contemplar a los verdaderos actores de todo este asunto, eso que se llama pueblo, otros le dicen gente, y ya los más olvidados la definen justamente como clase trabajadora, los pobres del campo y la ciudad.




Necesariamente pretender la formación de un solo partido y llamarlo de izquierda desde la elite, desde las oficinas y escritorios, sencillamente es una precaria mirada de la corta historia de Chile. Si se hace para ganar batallas electorales, sumar poltronas parlamentarias está condenado al fracaso. Por ese norte no van los tiros.

En esta nueva aventura que pretende superar la “hiper-segmentación, la atomización de las fuerzas de izquierda para comenzar a mirarse desde fuera hacia adentro” (1), no están los maestros rurales ni los sindicatos de pescadores. No está como protagonistas la CUT ni la ANEF, ni el colegio de profesores, ni las organizaciones de derechos humanos, y otras tantas, sencillamente una vez más aparece esa mirada excluyente de la nueva elite donde no está permitida la participación de los reales protagonistas de los cambios.

Las necesidades y urgencias de los pueblos se redactan en la calle. Octubre les pesa y lo esconden. No se ha ganado nada. Aun no se construye el legado.

Con los trabajadores y empleados todo, sin ellos poco valor una nueva orgánica que nacerá de unos cuantos diplomados con dos idiomas. Un claro ejemplo es la mínima participación de militantes entre los partidos del FA, lo que resume que serán unos cuantos los que firmarán algún documentillo para una foto mala.

La izquierda que ha vivido golpeada por los grupos económicos y militares, nació justamente para fundirse con el pueblo iniciar un recorrido que se sabía de largo aliento teniendo como objetivo el gobierno y el poder. La mejor forma de profundizar la democracia, la participación popular y la defensa de las riquezas básicas de todos los chilenos.

El fracaso permanece intacto entre los recién llegados, evidente nepotismo, corrupción, mucha democracia viva, falta de experiencia en la gestión. Superarlo se hace cada día una batalla más difícil.

No menos importantes han sido las derrotas del plebiscito y el triunfo republicano, la actual composición del parlamento, la negación de una reforma tributaria, y finalmente un oficialismo con la rodilla en tierra. Todo un largo listado manejado al antojo por toda la derecha.

Chile es un país donde siempre han existido crisis y en el más amplio sentido de la palabra. La relación entre ricos y pobres es una crisis constante. Ese asunto entre el que tiene y al que le hace falta es asunto permanente. La segmentación social en la educación es crisis eterna. La salud crisis angustiante y las pensiones mantienen el modelo AFP que condena a la eterna miseria a los viejos del país.

Chile es un país donde existen ricos y pobres. Los ricos se reconocen y muchos pobres se niegan a reconocerse como tales. El neoliberalismo les contó el cuento del esfuerzo individual que conduce a una página en la revista Forbes. La superación de los problemas en un país son asuntos de soluciones colectivas.

Juntar algunos cuantos con una bola de cristal para intentar una explicación que justifique su voluntad unitaria no es mirar el futuro, es sencillamente intentar el olvido de la memoria de todo un pueblo. Es olvidarse de la clase e intentar suplantarla con orgánicas donde se apuesta a la efectividad, a las cuñas, al interminable juego de la pelota en uno y otro lado.

Todavía quedan rastros de las celebraciones de los cincuenta años.

Aquello sucedió sencillamente porque la burguesía sintió ese miedo que provocan los cambios conducidos por los trabajadores sosteniendo un programa sustantivo diferente al modelo capitalista. Era una izquierda que transitó con toda la memoria con batallas ganadas en la calle y las fábricas, en los fundos y los liceos, en las universidades.

Hay que recordar siempre el programa del 70. Democrático y feminista, libertario, ecologista, anticapitalista y también solidario con otros pueblos que luchaban contra los yanquis.

 

Por Pablo Varas.

 

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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