Caer al albañal
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“No hacerse ilusiones. El fin de la humanidad comenzó hace tiempo”. Dionisio Albarrán.
Chile se precipitó al albañal. A pedazos, o en una sucesión de infortunios, cae a la sentina o al canal donde descienden las aguas servidas. A la oscuridad. Como si fuese un maremoto, que desde lejos anuncia su presencia. Ahí se concentra la hez, la pertinaz suciedad. Fetidez extrema, la cual puede llegar al vómito y a “La náusea”, palabras en comillas, que sirvió de título al ensayo del francés, Jean Paul Sartre. Se desbordaron las alcantarillas y la asquerosidad, ahora, corre apresurada por las anchas alamedas, empeñada en contaminar todo.
¿Quién abrió las compuertas de esta catástrofe? ¿Dónde permanecen los mentores? ¿Se aburrieron de su actitud servil? Como es habitual se ocultan y apresuran a culpar a sus lacayos. El índice de Dios creando a Adán en la pintura de Miguel Angel, que se encuentra en la Capilla Sixtina de El Vaticano, se convierte en voz de alarma. Las vestimentas impolutas de nuestra sociedad o suciedad, se contaminaron, impulsadas por la dictadura. La beatitud, tan cacareada de nuestras sagradas instituciones republicanas, se perdió en una orgía pagana, como aquellas del gusto de la oligarquía, donde participan los señorones y sus siervos. ¿Dónde están las huellas del latrocinio? No las hay, pues sólo los tontos las dejan.
La escena cuando el engreído y servil Luis Hermosilla ofrece sus muñecas para ser esposado, se convirtió en una escena, entre patética y grotesca. Como si hubiese sido creada para una película de Miguel Littín. En su expresión, hay rasgos de desconcierto y sumisa conformidad. Rumbo a la guillotina, donde ahora caen las cabezas a la cesta del olvido. La hez corrompió el sistema y de golpe, se ha regresado a los tiempos de la dictadura.
Otra escena patética, que nos obsequia la televisión, se refiere a la Ministra de la Corte Suprema, doña Ángela Vivanco, en cuya expresión se conjugan sus miedos. No a la muerte, o vulnerada por una investigación en su contra. Se siente traicionada, sacrificada por sus amos, quienes le enviaban buqué de flores el día de su cumpleaños. “Qué tiempos aquellos”. Doloroso resulta experimentar esa sensación trágica y amarga de abandono, ejercida por sus pares. Desatendida por quienes la adulaban, ahora arribó la época del desamparo. Las aguas milagrosas de su vertiginoso río, rumbo a la mar, empezaron a correr en sentido contrario. En tanto, las puertas giratorias de la vida, regresan a esta historia plagada de traiciones. Amarga experiencia sucesora de aquellos días de miel. De pompa y circunstancia. ¿Dónde quedaron las máscaras de aquella interminable orgía del poder? Historias extraviadas en medio de la farándula y la orgía, alguien las escondió en el baúl de las mentiras. Ahora, las carcajadas muestran el contenido llanto y arriban las muecas.
Mortifica vivir el eclipse, alejado de la luz de la fama. Unido a veces al falso reconocimiento, surge la soledad, las noches sin luna y las expresiones de amistad, se convierten en hostiles antifaces. Jamás se detiene el carnaval de la vida. Como un trueno, se agita la sabana, aunque queda el consuelo de concurrir a clases de ética, retórica o de servicio doméstico. Da igual en medio de la extrema perturbación. Recompensa por haber sido pillado en un pecado venial. Las cárceles, fueron construidas para ser habitadas por los tontos, que se roban un pan. Y las de alta seguridad, por quienes no tienen padrinos. En tanto los monaguillos, mucho de los cuales ascendieron al cerro Chacarillas, huyen despavoridos con las casullas arremangadas, a ocultarse bajo las polleras de sus institutrices.
Walter Garib