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Andanzas por la ciudad

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En las diarias andanzas por la ciudad, usted puede encontrar mendigos, como expresión cultural. En su mayoría de cierta edad, arrebujados en su miseria. Se Ignora desde cuándo se les llama: “En situación de calle”, expresión inventada por la cursilería que escribe en ciertos medios. Como viven en la calle, también podrían llamarse en situación de avenida, bulevar, paseo, arteria o camino. Así se evita mencionar su condición de pordioseros o mendigos, palabras reñidas con el lenguaje oficial. ¿O usted no lo siente así? Como duermen a la intemperie, arrebujados en una frazada raída o cartones, a menudo junto a un perro pulgoso, que pareciera tener el esqueleto por fuera, se arriman a un zaguán. “Una ciudad sin mendigos no es ciudad”, pareciera ser la frase ideal, destinada a caracterizar a esta realidad. La he vuelto a rescatar después de un tiempo.

Sobre este tema acuciante me referí hace algunos meses, el cual se vuelve a poner de actualidad, mientras se acercaba el festival de Viña del Mar. Me entero que la gala se realizó a todo trapo en el Sporting Club, donde nuestras beldades, bellas como la luna o la puesta de sol, lucieron vestidos, que más parecen desvestidos, cuyo valor se acerca a los 20 millones de pesos. Usted dirá que es un odioso despilfarro, unido a la farándula, pero yo no lo veo así. Es producto de una sociedad hedonista, enfermiza, acostumbrada a derrochar, mientras la miseria y el hambre por doquier acosan. Proliferan las tomas de terrenos, realizadas por quienes no tienen donde vivir. Aparecen los rucos por ensalmo y las ciudades se allanan a cambiar de fisonomía.

Que en cualquier momento llegarán autos Lamborghini, cuyo valor bordea los $300 millones, constituye apenas una muestra del enfermizo derroche. Fiesta al despilfarro. Ahora, a nadie extraña ver las publicidades en la prensa, donde se ofrecen viviendas de 700 y más millones. Si tienen piscina y canchas de tenis, aumenta su precio. No está incluido un helipuerto, ni la playa privada. Aquellos palacetes destinados a la casta social, no se publican en cualquier medio. Hay pudor en ofrecer este tipo de viviendas.

Ahora, que usted en sus paseos encuentre a un joven de alrededor de 25 años, tirado en la acera, junto a un portón, constituye otra historia. Se arrebuja en gangochos   malolientes, mientras el perrito que lo acompaña, permanece junto a sus piernas. Lealtad que no se observa en los seres humanos. No es la escena de un cuento por escribir o ya escrito. Porfiada realidad, la cual nos golpea a diario. ¿Dónde se localizan las razones que un joven, concluya en la calle convertido en despojo? Su vestimenta no es de mendigo. Hay cierta dignidad en ella. Abandonado a la intemperie es el símbolo inequívoco de una sociedad voluptuosa, encaminada al despeñadero. A veces, desaparece, pero regresa a ocupar su lugar de privilegio. Dan deseos de conversar con él. ¿Hablar de su condición? ¿Convertirse acaso es su confidente? Sí, explicarle acerca de aquellas visiones de la sociedad, donde él es parte de ella. Que su derrota es un mal ejemplo para la juventud. Que no existe justificación en su forma de vivir, aunque él piense lo contrario.




Cada ciudad posee sus mendigos. Ilustres en algunos casos. En París se encuentran los “clochard”, personas desencantadas de la vida. Habitan bajo los puentes, en el zaguán de casas comerciales o donde los sorprende la noche. Pequeños burgueses, acérrimos críticos de la sociedad que los ha desamparado y sólo se acuerda de ellos, si es necesario esconderlos, en fechas solemnes. En Chile, bien podrían llamarse “rucos”.

 

Walter Garib

 

 

 

 



Walter Garib

Escritor

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