
Pena de muerte
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Ha de saber usted que, en la actualidad, existen varios países donde aún se aplica la pena de muerte. En Chile hace años fue eliminada. Si la guillotina, en la revolución en Francia, le cortó la cabeza a la aristocracia, cumplió una función, cuyo objetivo era acabar de raíz, un régimen opresor. Desde siempre, las sociedades han practicado la pena de muerte, ya sea por decisión humana o divina.
Ahora, que doña Evelyn Matthei, desee reimplantarla en Chile, si es electa presidenta del país, constituye una sorpresa. Nadie se había atrevido a tanto. Ella aspira a establecer el terror, el miedo cerval, dirigido a quienes cometen delitos, sean traficantes, asesinos, ladrones, estafadores, pederastas y estudiantes de ética, que se escudan en sus privilegios sociales, para delinquir. Suena bonita esta fórmula y mueve a la meditación. Nada se ha comentado, si las ejecuciones serán por decapitación, ahorcamiento, amputación, tortura, inyección letal, fusilamiento o la más indigna de ellas: el garrote vil.
¿Cuál sería entonces, la necesidad de construir en paralelo, cinco cárceles? Parece una antesala a la muerte. A todos quienes delinquen, no se les puede aplicar la pena de muerte. Esta se encontraría reservada a los hechos de sangre, traición a la patria y atentados terroristas. Nada claro si la justicia del país estuviese coludida con el gobierno. En todo caso, resultaría un exceso aplicarla en un país donde hay democracia. En infinidad de ocasiones, la pena de muerte vista por sus impulsores, constituye una medida higiénica. Cortar el miembro putrefacto y arrojarlo a la sentina. Así se salva el cuerpo social. Entonces, se ha desatado el miedo visceral, para mantener aterrorizada a la población. Aunque algunos vean la pena de muerte como la solución ideal, destinada a higienizar la sociedad, se convierte en un pretexto. En venganza del poder político hacia sus enemigos.
También la sociedad machista, inventó la mutilación del clítoris, con el objeto que solo el hombre experimente placer. No figura la idea en el programa analizado, y nos extraña. Nunca uno sabe si los moralistas medievales, ocultan en la manga del prestigiador, una carta alusiva al caso. En la magnífica película de Miguel Littín, “El chacal de Nahueltoro”, se ve cómo una multitud enardecida, corre a la desbandada a ubicarse en lugares de privilegio. Ansía ver desde cerca, el fusilamiento de un asesino múltiple. Una escena conmovedora, dirigida por un maestro del cine.
¿Dónde radica la seducción de ver morir a una persona atada y vendados sus ojos? Como acontece en las corridas de toros, al público asistente le gustaría que el toro y el torero murieran en la faena. Un final de novela épica, que expresa a gritos el amor del hombre por presenciar la muerte.
Restablecer la pena de muerte en nuestro país, constituye un salvaje agravio. Ofensa a la dignidad humana. Regreso a los tiempos tenebrosos de la dictadura militar, donde el abuso y la muerte, dirigían el país. Reconocimiento a la incapacidad social que, desde entonces, no ha sabido defenderse de la delincuencia. Ahora, aplicar la solución de eliminar en vez de sanar el miembro enfermo, constituye un ultraje hacia la sociedad.
El programa general propuesto por una derecha beata, medieval, que protege los intereses de la oligarquía, no es más que el retorno a la rapacidad. Para ella, la pena de muerte, consiste en eliminar al competidor.
Walter Garib