
El Circo
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En el populoso barrio René Schneider en que viví parte de mi infancia en Rancagua, uno de los escasos momentos de carnaval, diversión y alegría que teníamos los niños de entonces, en medio de la pobreza franciscana de mediados de los oscuros años 70’ cuando campeaba la cesantía y el terror, era el arribo de algún circo y su consecuente espectáculo que revolvía nuestras pobres infancias hecho solo comparable al fenómeno que, aparentemente, provocaba Melquiades cuando llegaba a Macondo acompañado de saltimbanquis y otros personajes raros del clásico de García Márquez.
El circo era para nosotros un espectáculo surrealista. Allí veíamos a malabaristas, payasos, animales salvajes y extraños y también aquellos personajes anormales que le daban un tinte de rareza a aquel particular mundo que, de cuando en vez, agitaba nuestras aburridas rutinas en aquel barrio que marcaba, por entonces, el límite nororiente de la ciudad que había crecido a punta de tomas y de comités “los sin casa”.
Hace mucho tiempo dejé de ver o escuchar noticias en medio nacionales debido a la manipulación de la que son objeto cotidianamente y, por otro lado, a la ausencia de profesionalismo de gran parte de los periodistas que más que reporteros de los hechos se han transformado en una mera farándula de resonancia mediática al servicio de los de siempre. Por eso, también desde hace varios años dejé de mirar las cuentas públicas presidenciales, en particular cuando se trata de una administración que vociferó mucho y que, concluyó como en el circo, haciendo gala de mucho malabarismo y de una capacidad tremenda para contorsionarse. Habitada, también, por personajes raros.
Haciendo zapping o mirando las redes o mensajes enviados por amigos a mi WhatsApp me percaté que había habido cuenta pública. Entonces me rebotaron las reacciones de algunos parlamentarios como Kaiser que armó show para lograr una cuña que lo pueda hacer remontar lo irremontable; la performance de las diputadas socialcristianas que ignorantes de la propia biografía y calvario de Jesús exhibían la bandera de una Israel que pasó de víctima a provocador de otro holocausto; las selfies con los ministros que los asemejaban más a los integrantes de una fanaticada que va a algún estadio a estadistas que serán los protagonistas de uno de los más viejos actos republicanos; o la salida destemplada, como es su costumbre, de la aspirante Evelyn Matthei ante el anuncio del cierre de Punta Peuco. Estas imágenes al azar constituyen un buen retrato del mosaico político del Chile actual (¿Anatomía de un mito?), un cuadro hecho de recortes que no cuadran estéticamente y que no solo ponen en evidencia el bajo nivel del parlamento actual que anda más cerca de una junta de vecinos que de la institucionalidad republicana sino también de la erosión de la figura de la presidencia de la república fenómeno que se viene consolidando desde la primera presidencia de Michelle Bachelet y que ha acompañado como telón de fondo la crisis en la que ya llevamos inmersos casi dos décadas.
“La política ansiedad”.
Me pasa con la política desde hace algunos años lo que Ariane Ferrand conceptualizó en Le Monde el pasado 28 de mayo como “la política ansiedad”, que explica muy bien cuando la esfera pública se transforma en un fenómeno que provoca daños a la salud y que lleva a algunas personas (aún no es exactamente mi caso) a alejarse de todo lo que huela a política comenzando por dejar de informarse.
Si bien los expertos recomiendan a estos ciudadanos ansiosos ““actuar y aportar su granito de arena cuando sea posible”, lo cierto es que, en el escenario político actual aquello se pone cada vez más cuesta arriba.
Tal vez, por eso, para no ser víctima de “la política ansiedad”, me parece mejor acordarme del circo, ese submundo lleno de payasos, acróbatas, contorsionistas, malabaristas, bufones, trapecistas, ventrílocuos y gente anormal que nos hacía reír y alegraba aquellos paisajes humanos que se erigían, por entonces, en los confines de la urbe. Es mucho más sano para mi salud y supongo que, también, para la de ustedes.
Edison Ortiz
Felipe Portales says:
Así es. Chile se ha convertido en un verdadero espectáculo de circo pobre, donde la corrupción, las injusticias y el engaño pasan a ser cada vez más mayores y ya ni siquiera provocan sorpresas. A este respecto bien vale acordarse de la canción que escuchábamos del gran Nicola di Bari: «Es preferible reír que llorar»…