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Pensar en grande: Grandes misiones nacionales

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Si un país se ve enfrentado a una guerra, todo el mundo coincidiría en que esa guerra no se ganará con el simple recurso de aumentar el presupuesto del Ministerio de Defensa en un 15% o en un 20% y dejar que ellos se las arreglen como puedan. Para ganar se necesita que todo el gobierno, todo el estado, todas las empresas públicas o privadas y toda la población asuman la guerra como una prioridad ante la cual hay que subordinar o incluso sacrificar otros intereses y metas de menor jerarquía. Todos los ministerios y otras dependencias del estado deben dar todo lo que puedan para ganar la guerra, y la población debe también poner su alma y su cerebro tras esa gran tarea nacional. Durante la pandemia del covid el país parece haber enfrentado exitosamente esa emergencia con una actitud nacional igual o muy parecida a lo que se debe activar en una guerra.

El aparato del estado, en la mayoría de nuestros países, es sumamente inercial y administrativo. Cada ministerio y cada institución pública trabaja sin mucha coordinación con las instituciones que tienen incluso su sede al otro lado de la calle o que pertenecen al mismo ministerio. Cada uno administra su metro cuadrado, con las formas y protocolos que se han ido conformando a través de los años, y que tienen como objetivo básicamente mantener en funcionamiento el aparato estatal y asumir las tareas rutinarias y administrativas que le son propia. Por muy eficientes que sean en lo que respecta a sus actividades habituales, no tienen la capacidad individual de asumir grandes tareas nacionales, de gran envergadura, ni actividades que rompan la división del trabajo que dio origen, en su momento, a su existencia institucional. Las grandes tareas nacionales, cuando se hacen presentes en la vida de un país – precisamente por nuevas y por grandes – requieren que todo el aparato público y privado se vea presidido por tareas y lógicas distintas a las que había estado presentes por décadas en el seno de toda la institucionalidad estatal.

Todo lo anterior viene al caso, pues si hoy en día Chile decidiera emprender una guerra contra la desocupación, la informalidad y la situación de quienes no trabajan ni estudian, las cosas deberían asumir ese carácter de gran misión nacional. Hablando con cifras redondas, hay 2 millones 400 mil ciudadanos que trabajan en condiciones de informalidad, con un nivel de productividad bajísimo. Hay otros 900 mil que se encuentran en situación de desempleo. Hay 300 mil jóvenes que no estudian ni trabajan ni buscan trabajo. Hay miles de mujeres, quizá más de 500 mil, que no pueden insertarse al mercado laboral porque tienen que dedicarse al cuidado a sus hijos o de adultos mayores. Si se lograra enfrentar toda esa inmensa y dramática realidad, alcanzando metas de mediana magnitud, como, por ejemplo, reducir cada una de esas categorías laborales en un 20 %  o en un 25 % en un período presidencial, tendríamos al final no solo un país más justo, sino también una economía con mayor nivel de desarrollo, pues esa masa de hombres y mujeres que se incorporarían productivamente al mercado laboral, aumentarían la producción, la productividad, el ingreso y la demanda. También se podría decir que seríamos un país que utiliza más productivamente los factores humanos y naturales con que cuenta.

Toda esa inmensa realidad, si se quiere solucionar, aun cuando sea en parte, exige un nivel de coordinación interestatal y supraestatal similar a la que se asumió durante la pandemia del covid o al que se asumiría durante el caso hipotético de una guerra.  Se podría pensar, solo como ideas útiles para para iniciar un debate, en dar capacitación, con orientación profesional, a miles de personas.  Convertir los locales de colegios, liceos y universidades, en sitios que cobijen durante varias horas del día a quienes vayan dirigidas esas actividades formativas.  Convencer a los sindicatos y gremios empresariales para que organicen actividades formativas en la cuales se le capacite directamente en actividades productivas a quienes hoy en día están fuera del mercado laboral. Subvencionar la contratación de nuevos operarios en las empresas, sobre todo en la Pymes. Organizar programas de apoyo a los nuevos emprendimientos. Programas de obras públicas en el campo y en la ciudad. Organizar una eficiente bolsa de trabajo a nivel nacional, que permita conocer las ofertas y demandas laborales. Avanzar a paso de gigantes en la generación de salas cunas y guarderías infantiles. Cada una de estas actividades, y muchas otras que se pudieran concebir, tiene que tener metas cuantificables y responsables claramente identificables y conocidos.




Lo importante, en última instancia, es atreverse a pensar en grande, tener metas ambiciosas, plantearse grandes misiones nacionales y levantar objetivos que le den optimismo y sentido de pertenencia a los más desposeídos de nuestros compatriotas.

 

Sergio Arancibia

 

 

 



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Sergio Arancibia

Economista

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