Crónicas de un país anormal

Joaquín Lavín, el hombre camaleón

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En época de pandemia – como la actual – lo único que te comunica con el mundo, es la feria de los “matinales” y, para los más sofisticados, las redes sociales. El político que aparece más en la pantalla tiene todas las de ganar: es el “Moisés” de la sociedad actual que nos conducirá a la tierra donde mana leche y miel.

Las urnas, dentro de este panorama político, sirven para muy poco, pues pueden ser reemplazadas por otros medios, entre ellos el correo – es el caso de Estados Unidos – o bien, por las redes sociales. En el fondo, quien aparezca más en la televisión tiene asegurado el triunfo electoral, y para ser Presidente es necesario, hoy por hoy, ser el invitado de honor diariamente por todos los matinales que existen actualmente.

Ante tal situación se podría argumentar que esta modalidad no expresará legítimamente la voluntad popular, pues triunfaría quien muestra su cara en las pantallas que, en su mayoría, pertenecen a los dueños de Chile: la verdad es que, en la mayoría de las veces, ha sido demasiado fácil el distorsionar la llamada “voluntad popular”. (Antes, el cohecho explícito, hoy, el “ofertón” y el reparto de cargos del Estado).

El personaje que más sobresale en los matinales es el alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín, (según algunos malpensados, ya tiene instalada una cama en el Canal13), y usa las mejores estrategias para llamar la atención de los espectadores, (como las ocurrencias de Simón el Mago quien, para demostrar que era el mejor apóstol de Jesús desafió a Pedro a lanzarse desde una torre y quedar incólume luego de la caída; y la mala suerte fue la muerte de Simón hecho papilla; Girolamo Savonarola trató de imitarlo y, por lógica, hubiera ocurrido lo mismo, pero el monje, muy hábilmente, no compareció a dicho desafío).




Joaquín Lavín, que antes amenazó con romper las nubes para que cayeran aguaceros torrenciales ante la prolongada sequía, construyó piscinas en verano y canchas de esquí en invierno, instaló drones para controlar a la delincuencia en su comuna, repartió anteojos a los cegatones y a los no tanto, ahora ha decide convertirse en un socialdemócrata de tomo y lomo, (en Chile, los socialdemócratas casi no existen, salvo el Partido Radical, que sólo le alcanza para ser clasificado como un grupúsculo). Cuando Lavín se define como “socialdemócrata” está diciendo que quiere convertir a Chile en un país europeo, ojalá nórdico.

El Partido Socialista, desde 1933, ha renegado de la II Internacional Socialdemócrata, y se define más bien como un partido de trabajadores. En este caso, Lavín llegó tarde a la socialdemocracia, pues, los partidos políticos de esa denominación han sido víctimas de la crisis de representación y, electoralmente, van en caída libre, (véase el socialismo francés y el laborismo inglés).

Joaquín Lavín ha sido comparado con varios personajes: Carlos Peña, columnista de El Mercurio y, además, rector de la U. Diego Portales, lo asimila a Juan Domingo Perón, aquel líder argentino que amoldaba su doctrina justicialista a las mayorías populares; otros lo asocian con el protagonista de la película de Woody Allen, (filmada en 1983), Leonard Zelig, un personaje que tenía la rara cualidad de asimilarse a su interlocutor, (si  hablaba con un chino, en pocos minutos su rostro aparecía con ojos rasgados y hablando chino-mandarín; si lo hacía con un rabino, le asomaban las trenzas; si con una persona obesa, rápidamente su estómago se inflaba; en otra ocasión apareció en una manifestación nazi, vestido con uniforme de SA).

La extraña enfermedad de Leonard Zelig, (podría ser asimilada al personaje de Joaquín Lavín), era la perpetua necesidad de recibir cariño por parte de la gente para ser bien visto y considerado por sus interlocutores. Zelig y Lavín han dedicado su vida a ser alguien dentro de la sociedad y, para lograrlo, deben convertirse en “hombre-camaleón”.

Lavín recibe con agrado que lo califiquen de “cosista”, pues un alcalde debe llevar a cabo las obras necesarias para solucionar los problemas reales de la gente, por consiguiente, ser llamado “cosista” en el sentido verdadero de la palabra, se convierte en una alabanza, (en el pasado, tampoco le preocupó la expresión de ser un “bachetista-aliancista”, pues reconoce que estimaba mucho a Michelle Bachelet, que antes fue candidata Concejal por Las Condes junto con él, lo que constituye una muy profunda explicación de su viraje ideológico).

Joaquín Lavín es bastante astuto, y sabe muy bien que, en este período de pandemia, el centro político, (la Democracia Cristiana, la Concertación, la Nueva Mayoría, están muertas, y bien muertas), está dejando un espacio entre la ultra derecha y los termocéfalos de ultraizquierda, y quiere llenarlo asimilándose tal como lo hace el personaje de Woody Allen, a un derechista socialdemócrata, y hacerlos creer que Chile se puede convertir en una democracia parlamentaria, en que todos convivan felices y en paz.

Rafael Luis Gumucio Rivas, (El Viejo)

01/09/2020

 

 

 

 

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