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Gilman: «Existe un riesgo verdadero de que Trump distorsione el resultado de las elecciones»

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Sostiene David Stasavage en ‘The Decline and Rise of Democracy’ que si algo nos enseñan miles de años de Historia es que no se tiene que olvidar que la democracia moderna debe ser conceptualizada como un mero “experimento en curso”. Un buen ejemplo son los Estados Unidos nacidos a fines del siglo XVIII, donde el presidente Donald Trump está empezando a emplear los exorbitantes poderes del Ejecutivo para torpedear el normal desarrollo de las elecciones del próximo mes de noviembre, lo que puede acabar en la pesadilla que explica el historiador Nils Gilman, vicepresidente de programas del think tank Berggruen Institute.

Gilman, co-fundador del Transition Integrity Project, ha realizado una serie de simulaciones (war games) con más de 100 expertos de alto nivel sobre los posibles escenarios que se pueden desarrollar durante las elecciones. En la mayoría de los casos, los resultados son dramáticos y el informe, del que se han hecho eco los grandes medios de comunicación, ha hecho saltar todas las alarmas sobre los riesgos que se ciernen sobre la democracia estadounidense.

Hernán Garcés.- Usted sostiene que Donald Trump no persigue tanto la reelección como mantenerse en el poder por todos los medios posibles.

Nils Gilman.- Misha Glenny (fellow del Berggruen Institute) acaba de publicar un podcast llamado ‘The Rise of the Iron Men’ donde explica cómo en una serie de países (Turquía, Hungría, Filipinas, etc.) una persona llega al poder mediante una elección democrática, pero una vez allí comienza a utilizar el poder del Gobierno para consolidar su posición política. En otras palabras, no trata el aparato gubernamental como un instrumento neutral de gobierno para todos, sino que lo utiliza como un instrumento de poder personal, para sí mismo. Ahora, con lo que hemos constatado con Trump, EE.UU. puede añadirse a esos países: inquieta lo que pudiere intentar en otoño si la elección está muy reñida.




Para mantenerse en el poder, Trump puede intentar utilizar los poderes ejecutivos del Gobierno sobre los que, como presidente, tiene control jurídico. Por tanto, las elecciones en sí mismas son sólo un elemento más del proceso para aferrarse al poder. Si las pierde por un enorme número de votos, no podrá hacerlo. Sin embargo, si el resultado está reñido, lo podrá hacer de múltiples maneras: usando el Departamento de Seguridad Nacional para intimidar a los votantes, perturbando la capacidad de las oficinas de correos para entregar los votos a tiempo o utilizando el Departamento de Justicia para impugnar los resultados electorales en varios lugares. Son medios que el presidente tiene legalmente a su disposición y de los que puede hacer uso para mantenerse en el poder.

Tradicionalmente, en EE.UU. muy pocos presidentes han intentado utilizar esos poderes ejecutivos para tratar de conservar un poder personal. Quizás la excepción más importante es Richard Nixon. Los motivos por los que han dudado de hacerlo han sido, principalmente, porque han respetado las normas de la democracia y porque les preocupaba que, si no lo hacían, su propio partido político les exigiría responsabilidades. Lo que tenemos que preguntarnos es: ¿consideramos que Trump es una persona que respeta las normas de la democracia? Y si no lo hace, ¿su partido le exigirá responsabilidades?

H. G.- Ha co-fundado el Transition Integrity Project para evaluar y prevenir precisamente el riesgo de irregularidades en las elecciones de noviembre.

N. G.- Rosa Brooks, profesora de la facultad de Derecho de Georgetown, y yo mismo empezamos a conversar en octubre del año pasado sobre la preocupación de que el periodo de transición, es decir, el que va desde el día de la elección al de la toma de posesión, pudiese verse afectado desde la perspectiva tanto de la votación como de la continuidad administrativa.

El sistema político estadounidense tiene la peculiaridad de que las elecciones se celebran a principios de noviembre, pero no es hasta el 20 de enero cuando el nuevo Gobierno toma posesión. Nos encontramos con un periodo intermedio de 10/11 semanas en el que supuestamente se trabaja en el traspaso de poderes. Por ejemplo, en 2016 durante ese período de 10 u 11 semanas la administración Obama entregó las funciones administrativas a Trump de la misma manera que en 2008 Bush utilizó ese tiempo para entregarlas a Obama. El traspaso de poderes no es tanto una cuestión de costumbres como una serie de normas integrada en una arquitectura normativa.

Por consiguiente, nos preocupaba si esta serie de normas sería respetada por Trump en el caso de que hubiese un proceso de transición, es decir, si estaría dispuesto a hacer las cosas que se espera que debe hacer un presidente que ha perdido: aceptar la derrota para que gobierne legítimamente el siguiente, participar en el traspaso administrativo del bastón de mando y así sucesivamente. Nuestra percepción por aquel entonces era que muy pocas personas eran conscientes de los riesgos de que no lo hiciera. Por eso, decidimos iniciar este proyecto a fin de explorar esos riesgos. La forma particular en que lo hicimos fue poniendo en marcha una serie de escenarios, simulaciones, lo que se conoce como war games (juegos de guerra), que básicamente nos permitió explorar cómo podía verse afectado el proceso de transición en varios tipos de escenarios electorales. Analizamos cuatro: victoria aplastante de Biden, victoria contundente de Trump, elección muy reñida con victoria de Biden y un resultado verdaderamente ambiguo, como ocurrió en el 2000 con la votación de Florida, donde no se sabía con certeza quien ganaría, quién realmente tuvo más votos. Hicimos estas simulaciones en junio e invitamos a más de 100 personas a participar. Unas actuaban en el equipo de Trump, otras en el de Biden y, finalmente, otras como representantes del partido demócrata o republicano.

H. G.- ¿Quiénes participaron?

N. G.- Fue un grupo diverso, de bastante alto nivel, personas que han ocupado posiciones de poder. Por ejemplo, en el campo demócrata participaron, entre otros, John Podesta (ex jefe de gabinete de la Casa Blanca), Jennifer Granholm (ex gobernadora del Estado de Michigan), Donna Brazile (jefa de la campaña presidencial de Al Gore) o Vanita Gupta (ex directora de la división de derechos Civiles del Departamento de Justicia). En el campo republicano lohicieron, entre otros, Michael Steele (ex presidente del Comité Nacional Republicano), Bill Kristol (ex jefe de gabinete del vicepresidente Dan Quayle), David Frum (redactor de discursos de George Bush Jr.) o Sarah Longwell (Republicans for the Rule of Law). También incluimos a académicos que han estudiado históricamente las transiciones presidenciales.

H. G.- ¿Puede resumirnos los resultados?

N. G.- Fueron bastante dramáticos en casi todas las instancias. Terminamos con un resultado muy disputado, en el que ninguna de las partes estaba dispuesta a conceder que la otra había ganado. Utilizamos todas las herramientas disponibles para impugnar las elecciones, incluyendo movilizar a los seguidores para que salgan a las calles, y presenciar violentos enfrentamientos entre manifestantes de izquierda y de derecha. Me gustaría recordar que se trataba de simulaciones, no de predicciones, aunque ponen de relieve los riesgos verdaderos a los que nos enfrentamos. Han pasado dos meses desde las simulaciones y muchos de los acontecimientos que se mencionaron (como, por ejemplo, la alteración del servicio de correos o los violentos enfrentamientos en las calles entre los manifestantes de izquierda y de derecha) han empezado a tener lugar en este país.

H. G.- Los sondeos no son reconfortantes.

N. G.- Es importante comprender que los sondeos a escala nacional no son realmente lo más importante. De hecho, no creo que Trump ni siquiera esté intentando ganar la mayoría del voto popular. No lo necesita. Lo que necesita hacer es ganar en los swing states (estados pendulares): Pennsylvania, Florida, Ohio, Michigan y Wisconsin. Lo sorprendente de estos estados no es sólo la gran división entre republicanos y demócratas, sino su geografía: las ciudades son demócratas y los suburbios y zonas rurales, republicanos. Esta división hace que los gobernadores sean demócratas y las asambleas estén controlados por los republicanos. La combinación de estos factores crea muchas oportunidades para que alguien sin escrúpulos trate de distorsionar los resultados.

H. G.- Usted sostiene que EE.UU. no se enfrenta a una jornada electoral, sino a un proceso electoral debido a la naturaleza arcaica, que se remonta al siglo XVIII, de la elección presidencial.

N. G.- Soy un historiador estadounidense de formación, pero incluso para mí la mecánica exacta del proceso electoral era algo oscuro. Es un artefacto que resulta de que nuestra Constitución y el proceso electoral fueron definidos hace casi un cuarto de milenio, en el siglo XVIII.

Por ejemplo, si voto por Trump no estoy votando directamente por él. Mi voto es para que el secretario de Estado de mi Estado comunique a la Asamblea Legislativa que tiene que certificar una lista de electores que apoye a Trump. Luego, la Asamblea Legislativa lo envía al gobernador, que lo tiene que aprobar y enviarlo al Colegio Electoral que se reúne a mediados de diciembre, el cual a su vez enviará todos los sufragios al Congreso, que se reúne el 6 de enero para certificar estos votos electorales. Por cierto, cada Cámara del Congreso tiene que certificar esos votos: la Cámara de Representantes, controlada por los demócratas, y el Senado, controlado por republicanos. Entonces, por ejemplo, la lista de electores de Texas tiene que ser certificada tanto por el Senado como por la Cámara de Representantes, y si hay un conflicto corresponde al vicepresidente de Estados Unidos decidir qué lista de electores tiene que ser certificada para que salga adelante.

Todos los pasos que acabo de describir pueden ser impugnados tanto de forma política como jurídica en cada Estado y, en particular, en los swing states que he mencionado antes, donde existe una división entre el gobernador (demócrata) y la Asamblea Legislativa (republicana), y existe un verdadero riesgo de que cada uno envíe su propia lista de electores.

Esto no es algo hipotético; ocurrió en las elecciones de 1876, cuando tres estados (Luisiana, Carolina del Sur y Florida) enviaron listas de electores distintas al Colegio Electoral. Tal fue la confusión que los dos candidatos presidenciales de ese año, Samuel J. Tilden [demócrata] y Rutherford B. Hayes [republicano], lucharon hasta el día antes de la toma de posesión y parecía que iba a haber dos tomas de posesión. El presidente Grant, que no se había presentado a la reelección, estaba dispuesto a llamar a los militares para evitar que Tilden se proclamase presidente. Y fue esa amenaza de intervención militar lo que en parte llevó al compromiso en el que Tilden, quien según dijo la mayoría de la gente probablemente ganó en los votos, concedió la elección presidencial, lo que permitió a Rutherford B. Hayes convertirse en presidente y salvaguardó, por el momento, la integridad del proceso electoral. Sin embargo, fue a cambio de un precio terrible pues los republicanos accedieron a poner fin al proceso de reconstrucción del Sur después de la Guerra Civil, es decir, retirar las tropas federales que garantizaban los derechos civiles de los negros recién liberados. Sabemos lo que ocurrió después. Los demócratas blancos asumieron el poder, privaron de sus derechos a los afroamericanos e impusieron un apartheid que duró casi un siglo, con consecuencias que este país sigue arrastrando hasta el día de hoy.

H. G.- Preocupa que un gran número de estadounidenses crea relatos diferentes sobre el ganador de las elecciones y el papel de los medios de comunicación.

N. G.- Hay que comprender que la estrategia de Trump es crear un relato que sus seguidores encuentren plausible en caso de que pierda las elecciones. Tampoco hay que descartar que pueda ganarlas. Pero en caso de que pierda y quiera impugnar el resultado, tiene que disponer de un relato del porqué de la impugnación. De hecho, ya ha comenzado a preparar el terreno: el voto por correo sería fraudulento, o se estarían cometiendo múltiples trampas. Está empezando a crear elementos del relato para disponer después de ellos si lo considera necesario. Por ejemplo, en la noche electoral se contarán los votos presenciales. Sin embargo, la contabilización del sufragio por correo puede llevar días e incluso semanas, y sabemos históricamente que esos votos tienden en la mayoría de los estados, salvo Florida, a inclinarse hacia los demócratas. Entonces, Trump puede afirmar que sólo los votos de Florida valen y declarar que los comicios concluyeron la noche de las elecciones. Puede hacer tal afirmación, pero la única manera de que eso funcione para él es si los medios de comunicación, en particular los de derecha, comienzan a respaldarlo.

Durante las elecciones, unos 120 millones personas van a votar, pero si el 0,001% de las papeletas son fraudulentas, algo inevitable en una gran democracia como la nuestra, habrá decenas de denuncias de fraude, aunque sean irrelevantes en el recuento global. Habrá algunas historias de fraude aquí y allá, pero si los medios de comunicación no están lo suficientemente comprometidos con la verdad y están más interesados en relatar historias sensacionalistas por razones partidistas, entonces habrá múltiples alegaciones de que el voto por correo habría sido fraudulento. La pregunta que nos tenemos que hacer es si Trump va a conseguir que los medios de comunicación suban a bordo. Necesita ganar el relato mediático para tener una cobertura política y poder usar el aparato administrativo del Estado federal para dar las elecciones por finalizadas. Intentará crear relatos disparatados, a lo que nos tiene acostumbrados, para justificar que no es necesario un proceso de transición porque ha ganado y, por ejemplo, pedirá que se le retire la protección del servicio secreto a Joe Biden porque ya no es candidato y lo único que pretenden los demócratas es dar un golpe de Estado. ¿Los medios de comunicación de derecha recogerán el guante y le respaldarán cuando intente hacerlo?

H. G.- La ex gobernadora de Michigan Jennifer Granholm planteó en CNN la posibilidad de que Trump propicie provocadores de derecha y luego envíe a los militares a apagar el fuego que él creó. ¿Es posible?

N. G.- Ya lo estamos viendo en Wisconsin esta semana. Estamos constatando, a dos meses y medio de las elecciones, que hay grupos rivales de manifestantes en las calles con capacidad asimétrica de violencia. Además, creo que es absolutamente posible que haya agentes provocadores de derecha que quieran fomentar la violencia en las calles porque creen que muchos estadounidenses, cuando esto ocurre, aunque consideran legítimo protestar por la justicia racial (como indica la mayoría de las encuestas), también desaprueban la violencia. Por lo tanto, si estás interesado en detener el movimiento Black Lives Matter (BLM), la violencia en la calle es buena para su causa; lo que plantea la pregunta de por qué alguien que está a favor de BLM fomentaría la violencia, y también que podría estar en curso una operación de falsa bandera. Por definición, estas cuestiones son muy difíciles de probar. También es cierto que hay anarquistas en este país que utilizan tácticas de bloque negro y no se someten a las normas de protesta pacífica. Las dos cosas pueden ser verdad al mismo tiempo.

Respecto a los militares, creo que quieren permanecer neutrales y mantenerse fuera de la política doméstica tanto como sea posible. Una de las bendiciones que tenemos en este país es que el Ejército está firmemente subordinado a la rama civil del Gobierno. Además, otro principio muy arraigado en el Ejército es el de no cumplir órdenes ilegales. Llamarlo contra los adversarios políticos es claramente ilegal, por lo que dudo mucho de que lo hicieran.

Sin embargo, Trump tiene fuerzas paramilitares a su disposición. En julio hemos visto agentes armados del Departamento de Seguridad Nacional en Portland (Oregon), y sólo los retiró después de que insistiesen el gobernador y los senadores de ese Estado. Pero inmediatamente los volvió a desplegar. ¿Dónde? En Cleveland (ciudad demócrata, swing state); en Detroit (ciudad demócrata, swing state) y en Milwaukee (ciudad demócrata, swing state). Si está planeando un proceso de intimidación de votantes, con que consiga suprimir el voto en estas islas demócratas le es suficiente para ganar en votos en los swing states.

H. G.- Durante las protestas por la muerte de George Floyd, el ex secretario de Defensa de Estados Unidos, el respetado general Mattis, describió a Trump como una amenaza para la Constitución. ¿Qué papel va a desempeñar el Ejército durante el proceso electoral?

N. G.- Es muy posible que altos oficiales retirados se pronuncien a favor de la defensa de la Constitución. Se toman este juramento muy en serio. Sin embargo, las posibilidades de que intervengan en una disputa política entre los demócratas o los republicanos es equivalente a cero. Dicho esto, hay un matiz que creo que es muy importante comprender, y es que hay una posibilidad no trivial de que, como ha demostrado nuestra simulación del Transition Integrity Project, la impugnación de los resultados electorales se prolongue hasta el día de la toma de posesión y que haya dos reclamaciones concurrentes sobre la Presidencia. Entonces, los militares no tendrán otra opción que actuar porque la persona que de facto sea el presidente en la tarde del 20 de enero es quien posee el maletín nuclear. El Ejercito acatará las ordenes de los civiles y respetará a quienquiera que los civiles acuerden que es el presidente. Sin embargo, si los civiles no se ponen de acuerdo habrá una conversación muy difícil entre los altos oficiales sobre ante quién quieren responder.

H. G.- Recientemente, Joanne Freeman, profesora de historia en Yale, ha afirmado que «por mucho que nos gustara, no podemos asumir que todo saldrá bien al final. La fe en el largo recorrido del excepcionalismo de los Estados Unidos está cegando a la gente sobre el hecho de que nuestro orden constitucional es frágil, que la democracia requiere mucho trabajo y que el éxito no se puede dar por sentado».¿Comparte este diagnóstico?

N. G.- Hace seis meses, habría estado totalmente de acuerdo con la afirmación de la profesora Friedman de que los americanos son complacientes. Para quien no ha estudiado el riesgo de un Estado democrático fallido es muy difícil creer que algo así puede ocurrir en EE.UU., y estoy de acuerdo con ella en que en parte se debe al excepcionalismo americano. Solemos pensar que lo malo que ocurre en otras partes no podría suceder en Estados Unidos. Sin embargo, creo que las cosas que han pasado en los últimos seis meses en este país han suscitado en mucha gente la creencia sobre la posibilidad de que ocurran cosas extraordinarias. Puede deberse, en parte, a que estamos viendo violencia política en las calles de un nivel que no se veía desde hace mucho tiempo en este país. Salta a la vista la erosión de las normas democráticas en formas nunca vistas.

Tal vez sea aún más importante el impacto de la pandemia de la Covid-19, porque todo el mundo puede ver que, en primer lugar, EE.UU. no ha sido capaz de desafiar al virus por arte de magia. De hecho, en términos de la gestión en este ámbito lo hemos hecho peor que cualquier otro país rico. También ha dejado claro a todo el mundo que los riesgos a largo plazo (discusiones de expertos a los que no se presta mucha atención) en realidad pueden suceder. Pienso que la razón por la cual el Transition Integrity Project ha sido tan ampliamente difundido por los grandes medios de comunicación nacionales e internacionales es que mucha gente reconoce que las cosas que normalmente consideraríamos como riesgos muy pequeños a veces suceden. Muchísima gente está pendiente de lo que EE.UU. va a afrontar políticamente en los próximos meses, y está extremadamente preocupada por lo que puede suceder.

 

Por Hernán Garcés

 

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Abogado. Licenciado en Derecho por la Universidad Panthéon-Sorbonne (Paris-1, Francia) y la Universidad Complutense de Madrid (España). Máster en Derecho Internacional por la New York University. (EE.UU.)

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  1. Ahora los historiadores se dan cuenta de que hace tiempo ya no están viviendo en una verdadera democracia. La decisión del Presidente Trump de gobernar con puras órdenes ejecutivas, es el comienzo para dirigirse hacia un gobierno fascista, autoritario y sin ningún respeto por los demás poderes: legislativos y jurisprudencial. Incluso ha manipulado los jueces que deben participar en la Corte suprema de la nación.
    Demasiado tarde para darse cuenta que están en presencia de un «dictador». Es de esperar que los estadounidenses vayan a a votar esta vez en los estados claves. Ya que los presidentes no se eligen por voto directo. No pasó nada que H Clinton tuviera 4.5 millones más que Trump. pero no ganó en los estados claves. J. Biden tiene que ganar esos estados para sacar a Trump de su puesto. Y eso todavía se tiene que ver , a pesar de la poca popularidad de Trump.

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