
La prodigiosa Cordillera de la Costa: origen y destino del vino chileno
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Hace años que capta mi atención la expresión que poetizo Mariano Latorre para referirse a Chile «cono un país de rincones». Quiero limitar la imagen a los rincones de la Cordillera de la Costa que posee al menos tres mil kilómetros de extensión con algunas cumbres excepcionales que superan los tren mil m.s.n.m. Atravesar estos parajes son una invitación a conocer parte de nuestra identidad campesina con rutas maravillosas como por ejemplo la que va desde Til Til a Viña del Mar, pasando por quebradas y pueblos como Caleu, Quilpué, Limache; la ruta que va de Santiago a Matanzas con pasadas por El Huape, Cunano y Navidad; la de San Fernando a Pichilemu pasando por Chépica y Lolol; la de Curicó a Iloca atravesando Hualañé y Lora; la de Chillán a Cobquecura desviándose a Yumbel y San Rosendo; o la ruta que va desde San Javier a Chanco, atravesando Cauquenes y zonas como Sauzal, Nirivilo, Loncomilla; o ese nostálgico viaje en tren de trocha angosta en el único ramal activo que une Talca y Constitución pasando por Linares de Perales, Corinto, Curtiduría, González Bastías, Tanguao, Rancho Astillero.
Estos caminos señalados destacan por la mantención de las costumbres de la vida y oficios campesinos con un importante cultivo de viñas en la que pequeños productores conservan modos particulares de un territorio auténtico, lugares que se les ha conocido como productores de pipeño y que han estado presente en tantas mesas chilenas nutriendo la existencia.
Pensar y comprender la imagen del secano para el vino nos remite a esa geografía polvorienta y endémica, con virtudes que permiten mostos nobles que en algunos casos, dada su calidad, logran cautivar el interés enológico. Vinos con un carácter único que son una legítima expresión del terroir que aporta un valor cultural y económico que fecunda la compresión del vino chileno más allá de los criterios técnico administrativos que puede imponer una Denominación de Origen que presta cierta utilidad con el riesgo de que opere como dogma. Debemos recordar la expresión de que «el mapa no es el territorio».
Conversaciones de estos últimos días con Renán Cancino y Sebastián Fuentes son estímulos que alientan a seguir pensando la cultura del vino, entre otras visiones, rescatando la potencialidad que porta la imagen del secano para el vino chileno, imagen que dada la prodigiosidad de la Cordillera de la Costa permiten pensar la variedad de nuestros vinos, en este caso con una concepción de un secano interior y un secano costero, que aportan por suelo y clima identidades que poseen diferencias con rasgos familiares. Con ese elemento común en costumbres para el cultivo de la viña o la elaboración de mostos que puede estar orientada por distintas convicciones.
Relevar el secano trae consigo una recuperación de historias ancestrales que puede considerar historias familiares de varias generaciones que han persistido en el campo entregando grandes esfuerzos vitales, por eso es que podemos hablar de un origen. Sin embargo, también hay aquí un destino, una ruta orientadora posiblitada por esos visionarios que en el presente apuestan a una cultura del vino que integra con paciencia a nuevas generaciones que aportarán al desarrollo de las formas de vida local con el cultivo de una existencia plena.
Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra





