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Rivera norte del Río Maule: tradición campesina del vino chileno

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Podríamos pensar gran parte de Chile como si fuera una inmensa viña, desde la precordillera de Los Andes hasta el mar, todo sus valle central con extensiones hacia el norte y hacia el sur. Un territorio vitivinícola variado por sus suelos, su clima, las cepas que se van incorporando en distintos momentos de la historia.
Poseemos una gran historia del vino chileno, a veces documentada e historiada, sin embargo su relato es mucho más que el que se conoce y con una profundidad cultural a veces bastante invisibililzada por ciertas versiones hegemónicas atrapadas en ideologías conservadoras, coloniales y neocoloniales, modernistas, capitalistas, clasistas, erúditas, etc.
Descubrir una historia del vino genuina capaz de superar algunos supuestos imposturales es un desafío pendiente. Aquí es donde resulta fundamental la expresión de los territorios con sus historias familiares y locales, sus prácticas tradicionales, el cuidado de tierra y de la vid, el amor por el campo, la sabiduría de convivencia, el trabajo honesto, la comprensión que releva este quehacer, etc.
En esta tarea de ir descubriendo la geografia para fortalecer nuestra cultura del vino es que pienso en la rivera norte del Río Maule. Dicha extensión de territorio atraviesa las comunas de San Clemente, Maule, Pencahue, Curepto y Constitución. Los sabores de las humitas, el pastel de choclo, el agua con mote y miel, sandias son parte de su verano; el chancho en todas sus preparaciones, la cazuela, las tortillas en arena de río, la lisa a la teja permanecen todo el año. En estas tierras existen y existieron pequeños viñateros que mantenían la costumbre de preparar sus propios mostos, el vinagre, el arrope y el aguardiente. Entre ellos campesinos con un linaje en esos pueblos o sectores, migrantes, principalmente españoles y alemanes, casi todos productores de vino.
Poco a poco van desapareciendo, el poco incentivo en el precio de la uva que favorece a la gran industria, las leyes de intervención en las viñas y las ordenanzas de arrancarlas por parte del Estado van apagando esta actividad cultural que para algunas familias también es comercial y parte de su sustento vital. Así se van desapareciendo y abandonando la vid que rodeaba pueblos como Pueblecillo, Santa Rosa de Lavaderos, Querquel, Linares de Perales, sólo mencionando los de la comuna de Maule, en donde pocas personas siguen produciendo sus vinos.
Parte del movimiento viticultor alternativo a la gran industria ha hecho un trabajo notable de recuperación de estas viñas y han ido mejorando algunas prácticas que han dotado sus vinos de muy buena calidad haciéndolos bastante competitivos en el mercado. Entre éstos destacan González Bastías, Carter Mollenhauer, Viña Bustamante, Kod Kod, Garage, entre otros. Los que menciono son activos en ferias, han apuntado al mundo gastronómico y son activos en redes sociales. Proyectos que han definido una visión y se han esforzado por permanecer en ella, compartiendo un territorio con una expresión que los diferencia entre sí, adquiriendo cada cual una identidad propia.
El vino chileno posee identidad, como decía al principio, podemos pensar gran parte de Chile como un gran viñedo atravesado por los ríos, unos bordeando las riveras y otros más alejados. Esta imagen de identidad no constituye una homogenización, como nos quiere hacer creer cierto relato comercial del vino, dado que las expresiones del vino chileno son diversas, por cierto también sabrosas. Recuperar una imagen cultural del vino es un elemento que nos habla de nosotros mismos.
Alex Ibarra



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