
¿Total ya nada importa? Hasta que la indignidad se haga costumbre
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La declaración de inocencia de varios políticos y empresarios sorprendidos en actos de corrupción, actos firmemente comprobados por la Fiscalía, siendo estas personas “gente principal”- como gustaba decir un viejo amigo-, era probable que la “justicia” se inhibiera un poco, pero nadie pensó al extremo que llegaría esa renuncia a hacer justicia.
Es como si ya no les importara ni el pudor ni la apariencia, para que decir la decencia, el respeto por la institución que deben honrar.
Pero la pregunta que cabe es que si a estas alturas a la gente común de este país le asombra la conducta de los jueces. Puede pensarse, de parte de la gente común, que los magistrados toman sus decisiones, muchas veces, influidos por consideraciones políticas, es decir según para donde soplen los vientos…y si bien algunos tribunales se la jugaron por parecer justos e independientes, en un tiempo breve cuando los vientos se torcieron por el lado del pueblo, ahora pareciera que en esta coyuntura, cuando los vientos vienen soplando desde muy arriba, se comienza a hacer muy conveniente seguir su dirección y flotar armando nido en esas alturas.
La gente ha sufrido un espectáculo traumático respecto al actuar de los tribunales; decisiones absurdas como las clases de ética, la liberación de criminales peligrosos, sobreseimiento en casos que debía haber condena ejemplar, juicios express, etc.
Cuando la gente abriga el sentimiento que los tribunales le tuercen la nariz a la justicia, es el tiempo en que se comienza a tomar la justicia por mano propia o se pierde el temor a la institucionalidad de manera transversal. Y cuando eso sucede, la descomposición se hace presente de manera insidiosa.
Los “afortunados” que celebran su absolución como victoria personal, no logran comprender que eso se logra al precio de una derrota social. El trasgresor se libera, pero la sociedad queda atrapada en un destino de decadencia. Eso lo enseñan todas las experiencias de sociedades fallidas. Los fraudes institucionales no resultan socialmente gratis.
Cuando un delincuente común logra burlar la justicia, está dentro del margen de probabilidad poco significativa. En cambio si las élites sostienen conductas fraudulentas y burlan la justicia, el efecto de irradiación social es de gran repercusión. Actuar en las alturas les hace más visibles, por tanto se debe obrar como si se habitará en una casa de cristal.
Cuando se sentencian casos de manera que la gente lo perciba poco clara, poco transparente, o francamente absurda, lo sentirá como una burla, entonces se deja de respetar o tomar en serio el llamado “respeto a la ley”, ignorará esa consigna que hizo famosa el señor Lagos, “Dejemos que las instituciones funcionen” o “La justicia en Chile es autónoma, un poder independiente”.
Cuando ya todo el mundo, por muy desinformado que esté, tiene al menos la sospecha que los tribunales y las fiscalías y la misma policía son manipuladas, corruptibles, manejables, clasista y que la clase política influye abiertamente en nombramientos y decisiones (ver caso audios-Hermosilla, caso Catrillanca, caso Penta).
Los funcionarios que actúan torciendo la nariz a la fe pública pueden creer que actúan sobre una lógica sensata y prudente ante una realidad que atiende las circunstancias, y puede que salgan impolutos de esta aventura, pero las consecuencias se sienten algún día en el tiempo, son como las fracturas de hueso y los dolores del reumatismo en la vejez. La estructura orgánica puede seguir funcionando, pero los dolores volverán y se harán permanentes. Se hacen mucho más notorios esos dolores cuando cambia la presión atmosférica en el clima social.
Por eso hay que cuidar la salud e integridad de instituciones tan vitales y sensibles como la justicia, fiscalías, policías y uniformados, pues todos ellos son responsables de la salud epidérmica de una real igualdad de derechos y el ejercicio de la libertad como realidad existencial.
Si no tenemos sana esa parte del organismo social, éste irá rengueando y a tropezones por su historia, y puede transformarse en el “Por quién doblan las campanas”, en cualquier momento de nuestra historia.
Hugo Latorre Fuenzalida.






Hugo Murialdo says:
Como lo he demostrado en sendos artículos en este medio, el Estado de Chile es ilegítimo, ilegal y, por lo tanto, un Estado fallido. Pero el tardodopinochetismo sigue tan campante, ufano, contento, alegre…
Felipe Portales says:
¿De qué nos extrañamos? Si desde fines de los 80 nuestra «centro-izquierda» nos viene engañando sistemáticamente haciéndonos creer que vivimos en una democracia, cuando -como lo reconoció impúdicamente el máximo ideólogo de la Concertación, Edgardo Boeninger (en su libro de 1997: «Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad», que está en PDF)- desde entonces sus gobiernos legitimaron, consolidaron y profundizaron la «democracia» nominal proyectada por la dictadura; su modelo económico; la existencia de medios masivos de comunicación exclusivamente de derecha; un sistema de salud que deja miles de muertos al año en «listas de espera»; etc. etc. La «Justicia» en favor de las élites económicas y políticas es sólo una más de las innumerables características en esa dirección…