
Kast exporta la agenda migratoria de la ultraderecha y fractura a Sudamérica
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El viaje del presidente electo, José Antonio Kast, a Ecuador para reunirse con su par Daniel Noboa no fue un gesto protocolar ni una visita de cortesía. Fue una señal política nítida: la instalación deliberada de una agenda regional de ultraderecha, cuyo eje central es la migración entendida como amenaza y no como fenómeno social, económico y humanitario. Tras su reciente encuentro con Javier Milei en Argentina, Kast avanza ahora en la construcción de un bloque ideológico sudamericano alineado con los postulados de la nueva derecha radical global, particularmente con la narrativa impulsada desde Estados Unidos por el trumpismo.
En Quito, Kast y Noboa dialogaron sobre seguridad, crimen organizado y movilidad humana, según informó el gobierno ecuatoriano. Sin embargo, más allá de las fórmulas diplomáticas habituales, el contenido político del encuentro quedó claro cuando el chileno anunció la posibilidad de crear un “corredor humanitario” para el retorno de venezolanos presentes en distintos países de Sudamérica. Una formulación que, bajo un lenguaje aparentemente técnico, encubre una política de deportaciones masivas coordinadas, sin diálogo con los países de origen ni respeto efectivo a los estándares internacionales de derechos humanos.
Kast fue explícito en su posición: volvió a calificar al presidente Nicolás Maduro como un mandatario ilegítimo —desconociendo nuevamente el principio de soberanía popular— y descartó cualquier posibilidad de diálogo con el gobierno venezolano. Al mismo tiempo, reiteró su promesa de campaña de expulsar a más de 300 mil personas migrantes en situación irregular, con una retórica que refuerza el imaginario del migrante como enemigo interno y factor de inseguridad.
Un discurso importado, un conflicto regional fabricado
Lo singular —y preocupante— de esta ofensiva discursiva es que no se dirige contra potencias externas, sino contra países de la misma región. Kast no plantea la migración como un problema estructural vinculado a crisis económicas, bloqueos, sanciones internacionales o desigualdades históricas, sino como una amenaza que justificaría respuestas de fuerza, control fronterizo extremo y coordinación policial-militar.
En ese sentido, el presidente electo chileno se convierte en el primer jefe de Estado sudamericano que adopta de manera explícita el marco ideológico de la ultraderecha europea y estadounidense en materia migratoria, trasladándolo sin mediaciones al contexto latinoamericano. No es una adaptación local, sino una importación directa de categorías ajenas a la tradición política regional.
El concepto de “corredores humanitarios”, utilizado por Kast, es particularmente revelador. En el derecho internacional, estos corredores se conciben para proteger a poblaciones en riesgo, no para facilitar expulsiones colectivas. Aquí, en cambio, se redefine el término para legitimar políticas de retorno forzado, sin garantías, sin acuerdos multilaterales y sin abordar las causas profundas de la migración.
Fragmentación en lugar de integración
Este giro tiene consecuencias geopolíticas evidentes. La estrategia de Kast dinamita cualquier posibilidad de integración sudamericana, reemplazándola por una lógica de bloques ideológicos excluyentes: gobiernos “duros” versus gobiernos “permisivos”; países “ordenados” versus países “fallidos”. En los hechos, se construye una frontera política dentro de la región.
La eventual visita de Kast a Perú y la posibilidad de extender este eje hacia otros gobiernos conservadores refuerza esta tendencia. Sudamérica aparece así dividida entre gobiernos que adoptan una agenda de securitización extrema y otros que, con todas sus limitaciones, mantienen un enfoque más multilateral y dialogante.
El problema no es solo político, sino histórico. América Latina conoce bien las consecuencias de las doctrinas de seguridad importadas, que terminan justificando autoritarismos internos, militarización de la vida social y criminalización de la pobreza. La experiencia del Plan Cóndor y de las dictaduras del siglo XX debería bastar como advertencia.
Seguridad sin derechos: una fórmula conocida
Kast ha insistido en que la cooperación con Noboa busca enfrentar el crimen organizado. Sin embargo, la evidencia regional muestra que la militarización y la persecución indiscriminada de migrantes no reducen el crimen, sino que lo desplazan, lo fragmentan y lo hacen más violento. La ecuación seguridad sin derechos suele terminar en abusos sistemáticos y en un fortalecimiento de economías ilegales.
Además, al centrar el debate migratorio exclusivamente en Venezuela, Kast reproduce una narrativa funcional a los intereses geopolíticos de Estados Unidos, que desde hace años utiliza el discurso del “Estado fallido” para justificar presiones económicas, bloqueos y amenazas militares. No es casual que el presidente electo chileno evite cualquier referencia a las sanciones internacionales y al impacto que estas han tenido en los flujos migratorios.
Un liderazgo regional en clave de confrontación
Con estos movimientos, José Antonio Kast no solo define la orientación de su futura política exterior, sino que se posiciona como un referente regional de la ultraderecha, dispuesto a liderar una cruzada ideológica que redefine las relaciones entre países vecinos en términos de sospecha, control y exclusión.
El riesgo es evidente: la migración deja de ser un desafío compartido y se transforma en un instrumento de confrontación política, útil para cohesionar bases internas, desviar responsabilidades estructurales y legitimar políticas de excepción.
A tres meses de asumir la Presidencia, Kast ya está delineando un Chile menos integrado a América Latina, más alineado con los discursos de fuerza del Norte global y dispuesto a sacrificar la cooperación regional en nombre de un nacionalismo excluyente. No es solo una opción de política exterior: es una definición de proyecto de país y de región.
Y sus efectos, como la historia latinoamericana enseña, no se quedan en los discursos.
Simón del Valle





