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Lavín y el vudú

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Mi estadía en Haití (años 2000 a 2003), un tiempo suficiente si se mide con intensidad, me permitió, afortunadamente, entender mejor las diferencias culturales que enriquecen la humanidad, las características propias y desiguales en el desarrollo y, por cierto, las condiciones en el liderazgo.

 

En países más capitalistas (allí donde es más evidente la diferenciación económica entre las personas) es más probable ser “líder político” si el candidato a ello es un acaudalado millonario, al que le ha ido “muy bien en los negocios”. El ladrón con corbata.

 

O sea a Diego Portales, a quien le fue reiteradamente mal en los negocios hace 130 años, no podría ser fácilmente un líder político en nuestros tiempos, y en países como Chile o los EEUU.

 

En Haití y los países vuduistas tienden a ser líderes sociales aquéllos que tienen una relación privilegiada con la vida y con la muerte: sacerdotes, militares, médicos (brujos nuestros y brujos vudú); no los ricos (de los que desconfían) ni los economistas (que hablan en un lenguaje inentendible) y menos los blancos (“blanc” es el peor “garabato” que un haitiano puede decirle a otro ser humano).




 

Así se explica, en buena medida, que los más grandes líderes políticos haitianos de las últimas décadas hayan sido Francois Duvalier y Jean Bertrand Aristide, ambos jefes de Estado más de la cuenta y ambos “viviendo” después de finalizar sus gobiernos, trascendiendo. El primero en su hijo Baby Doc y el segundo en su movimiento político “La Avalancha” (Lavalas) .Desgraciadamente para Aristide, en sus posibles sueños políticos, él no tuvo hijos, sólo hijas, en un país aún más machista que el nuestro.

 

Duvalier fue médico, en nuestra medicina occidental, y médico (brujo) en su medicina vudú. Además militar y criminal, poderoso en la vida y la muerte de sus congéneres, que podía comprarla sin paga ni aviso ni ley a través de sus tonton macoutes.

 

Aristide fue sacerdote salesiano, negro y con hijas blancas, escapó de todo atentado protegido por le Bon Dieu y con la capacidad de convertirse en paloma y volar, si era necesario. Sus seguidores no alababan su bondad, y menos su apariencia, sino su capacidad extraordinaria (reconocida por sus opositores) para hablar al menos ocho idiomas, hacer discursos de dos o tres horas y desaparecer de vez en cuando por arte de magia.

 

En Chile hay un líder comunal (en la comuna con más recursos del país) que busca reiteradamente la entrada a La Moneda (ha perdido con Lagos y Piñera) ahora “humildemente”, explotando una especie de bajo perfil.

 

Pero fracasará nuevamente.

 

Lavín, más que un potentado ha sido siempre sólo un achichincle de los potentados y los poderosos. En momentos en que la pobreza era más del 40% en el país (1987), escribió y propagandizó con fondos públicos “La Revolución Silenciosa” en favor de su patrón, Pinochet.

 

Su relación con la muerte, además, sólo se produjo porque apoyó los crímenes de Pinochet.

 

¿Y su vida mágica?

 

Intentó siempre un método vudú, al estilo Aristide, pero nada de nada.

Se entrevistó en La Habana con Fidel y trató de traer a Chile el sistema de salud cubano, integral y gratuito, pero a la semana se le olvidó.

 

Trató de hacer llover disparándole a nubes y fracasó. No cayó ni una gota.

 

Trasladó nieve al centro de Santiago pero se le aguó.

 

Imitó París y puso playas en la ribera del Mapocho pero se le olvidó el agua.

 

Colocó alarmas callejeras para combatir la delincuencia, pero ésta se multiplicó.

 

Puso camas, como féretros nipones de última generación, para menesterosos que duermen y viven en las calles de Las Condes, donde el per cápita es de 50.000 dólares o más, es decir unos 35 millones de pesos chilenos, más de un sueldo mínimo pero al día.

 

Después de haber aplaudido la desintegración social de la dictadura ahora está proclamando una “integración habitacional” en Las Condes, que ya es un fracaso: en el mejor de los casos (para él) habrá una familia humilde de Las Condes que habitará junto a 500 o más familias acomodadas.

 

La magia no le ha resultado nunca.

 

Ni el vudú, aunque se encomiende a todos sus loas y bokores, todos los días, en sus misas de Opus Dei, hará algo para este incansable y codicioso político.

 

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