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¿Asamblea Constituyente?, sí, pero después…

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El fracasado gobierno de un fracasado Sebastián Piñera intentará arrancar hacia adelante. Ya se ha visto de la manera más impúdica como han alineados a sus autoridades para subirse al carro de la victoria luego de la histórica marcha del viernes 25 de octubre.

 

La operación para hacer creer que el país ha vuelto a la normalidad tiene su mejor expresión en un cambio de gabinete que no tiene nada que ver con lo que anda en las calles de todo Chile y en la programación de la televisión que ha mostrado en estos días su cara más nefasta.

 

Para Piñera lo esencial, contrariando al Principito, es lo que se ve.

 

Hay varios temores circulando en el ambiente luego de una semana histórica. Una de las preguntas recurrentes es ¿Y ahora qué? En la intuición de la gente, que rara vez se equivoca,  se sitúa el temor de que el gobierno tome la iniciativa y mediante medidas que nada tiene que ver con sus exigencias, se dé por superado el llamado despectivamente “reventón social” y mediante cambios ridículos y actos de contrición juren y vuelvan a jurar que han escuchado a la gente, todo esto con el entusiasta apoyo de parte de la “oposición”.




 

El desafío que circula en la esfera del poder es capitalizar para sí la energía desplegada por las multitudinarias manifestaciones, y no solo salir jugando sino que a cargo de la iniciativa.

 

El gobierno intentará atacar la parte más débil de las movilizaciones: la inexistencia de voceros, dirigentes o representantes con quien conversar.

 

En esa tierra de nadie es fácil que a muchos se les abra el apetito de la figuración e intenten copar ese espacio vacío. Ya se ha visto la cara más vergonzosa del oportunismo en la actuación de cierta pésima actriz cuyo padre fue degollado y su abuelo permanece detenido desparecido.

 

Y aquí viene el peligro real: que de a poco se comiencen a instalar iniciativas y personajes que lejos de agudizar el enfrentamiento entre la gente y el orden, intenten domar esa energía y dejarla sin su real poder, esa ira caóticamente maravillosa, y en breve extinguirla definitivamente.

 

La iniciativa de los Cabildos está centrando su trabajo en la idea de una nueva constitución mediante una Asamblea Constituyente. Y no es extraño que quienes sostienen esa idea sean personeros de la Ex Nueva Mayoría y de la ex Concertación, que la sitúan como la continuación legítima y necesaria de la que propuso sin mucha decisión la expresidenta Michelle Bachelet.

 

También  ha apoyado la idea de los Cabildos la Mesa de Unidad Social que integran los gremios más grandes del país

 

Que Chile necesita una nueva Constitución que salga del soberano, en cuya redacción esté presente la voz de la gente, que tenga la legitimidad de lo democrático y que se proponga las bases de un Chile diametralmente opuesto al que sufre la gran mayoría del país, es algo que muy pocos discuten.

 

Sin embargo, es necesario analizar la conveniencia de centrar en los Cabildos o asambleas ciudadanas el tema constitucional, si esta es la discusión que corresponde como el desarrollo necesario de las movilizaciones de octubre.

 

Para responder esta inquietud quizás resulte fácil preguntarse si en el actual contexto de gran represión, con una prensa que funciona a las órdenes del gran empresariado, con instituciones políticas en manos de los responsables de la actual situación, con partidos políticos de izquierda casi al borde de la extinción, sin que haya una real articulación que ordene  aunque sea mínimamente las múltiples expresiones de lucha del pueblo, y con las organizaciones gremiales y sindicales un par de pasos detrás del empuje de la gente, es posible avanzar hasta una Asamblea Constituyente.

 

Un proceso constituyente sin que el pueblo tenga importantes grado de poder político efectivo, es un riesgo que no hay que correr.

 

Resulta del todo necesario entender que el sistema no se rinde, que va a pelear con todo, que no dejará recurso por utilizar para defender sus prebendas y privilegios, incluida la utilización para sí de la idea de una Asamblea Constituyente.

 

Creer que en este momento de la historia la ultraderecha, quizás la más sanguinaria de las que existen, se va a allanar al juego democrático y dejará que fluya la voluntad democrática de la gente sin recurrir al juego sucio, al cohecho, a la operación de falsa bandera y derechamente al crimen, es no conocer a la ultraderecha. Disponen de todo el Estado para el efecto.

 

Del mismo modo, resulta irritante el despliegue de los personeros de la exConcertación y ex Nueva Mayoría intentando desmarcarse de sus intrínsecas responsabilidades en lo que la gente ha rechazado con la fuerza de una ira anidada desde hace mucho.

 

Ni una autocrítica seria se ha oído de parte de esta gente que ahora busca salir adjudicándose un rol protagónico en la movilización, proponiendo soluciones y medidas que jamás siquiera esbozaron cuando eran propietarios de todo el poder, intentando olvidar y hacer olvidar que también reprimieron y también mataron y también abusaron y despreciaron a la gente, esa misma que está ahora en las calles.

 

Si estos políticos de la ExConcertación están impulsando la idea de una Asamblea Constituyente, cuidado, dude, sospeche. Nada bueno puede venir de quienes han colaborado durante treinta años con el modelo. No les crea de nuevo. Desconfíe.

 

Creerles a unos y/o a otros sería pecar de una imperdonable inocencia. Una que podría salir muy cara.

 

La iniciativa de los cabildos o asambleas populares deben ser instancias sobre todo de alerta, denuncia y propuesta. Si se va a reducir todo a la idea de que lo ocurrido es solo un estallido después del cual no va a pasar nada, un estallido es por definición algo breve, entonces se estará enfrente de una derrota.

 

¿Pero es solo un estallido? ¿Un arrebato pasajero de la gente, una rabieta que ya va a pasar no bien se cambie gabinete o se despachen algunas leyes?

 

La reunión de la gente que va cundiendo por todos lados debe hacer gala de la madurez de la experiencia y de la inteligencia de lo colectivo. Y sobre todo de la duda, la sana sospecha de que muchos van a tratar de conspirar en contra del espíritu real de esta revolución de octubre.

 

Se abre la posibilidad de una importante disputa del poder político.

 

Es cierto que no hay manuales que digan el cómo de las cosas, pero es suficiente con las leyes de la lógica y del sentido común, como resulta ser el  principio de no poner la carreta delante de los bueyes, o de evitar tropezar con las mismas piedras, o en este caso, con los mismos políticos.

 

Se debe instalar la continuación de la pelea en el ámbito de lo político, sin temer de esa palabra.

 

Hoy como nunca se abre la opción de que la gente le dispute gran parte de su poder a los políticos de siempre, si decide colectivamente cruzarse a toda pretensión de los mismos que quieren seguir en el poder.

 

El escenario es insuperable. Se acercan elecciones de gobernadores, alcaldes y concejales y luego vendrán parlamentarias y presidenciales.

 

¿Es que luego de demostrar el enorme poder de la gente indignada, se va a dejar impunemente que otra vez se reproduzca el mismo poder y los que han traído las cosas hasta este extremo vuelvan a reelegirse, sin que ese inmenso poder de la gente no tenga nada que decir?

 

Las elecciones no son de propiedad del sistema ni una dádiva generosa de los dueños del poder: son un mecanismo democrático que el pueblo ganó en largas y duras luchas.

 

¿Por qué las asambleas o Cabildos no se proponen disputar el poder de los mismos de siempre eligiendo a sus propios candidatos a todo?

 

¿Por qué la gente reunida en las plazas sindicatos y escuelas no se propone sacarlos de las alcaldías, del congreso y de la Moneda utilizando la enorme fuerza que es capaz de desplegar?

 

¿Acaso no existen personas probas, dirigentes honestos, profesionales decentes, artistas consecuentes, vecinos comprometidos que pueden ser los candidatos que representen esto que anda por todos lados y que de no asumir una nueva forma de lucha será prontamente secuestrado por los mismos de siempre?

 

Con la irrupción de la gente en el poder formal, luego de expulsar a la mayoría de sinvergüenzas de sus sillones, se abriría paso de la mejor manera, ahora sí, la idea de cambiar entre todos la Constitución mediante la más maravillosa de las Asambleas Constituyentes.

 

 

 

 

 

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