Poder y Política

Las intenciones de la clase política y del gran empresariado

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Las intenciones de la clase política y del gran empresariado

Juan Pablo Cárdenas S.

 

Sebastián Piñera y sus amigos ven al coronavirus como su gran aliado. Gracias a la pandemia todos ellos saben que pudieron retener el gobierno después de varios meses de alzamiento popular, en que las policías y la represión fueron desbordadas por el descontento social y hasta en sus escasos partidarios surgieron las voces de quienes pensaban que el Jefe de Estado debía alejarse del poder antes que la convulsión fuera completamente irrefrenable y los arrastrara a todos. Por lo mismo es que hoy, después de postergar el Plebiscito Constitucional, las elecciones de gobernadores, de alcaldes y concejales, Piñera manifiesta la posibilidad de que estos eventos vuelvan a diferirse si la pandemia no cesa. Él y sus adláteres creen que lo “prudente” sería olvidarse de estos comicios y extender el mandato de todas las autoridades con el pretexto de salvar las vidas de los infectados y de quienes contraigan el mal próximamente.

Con la misma intención hay políticos de la autodenominada oposición que desean lo mismo, a sabiendas que la explosión social también tiene explicación en la corrupción general y en el mal desempeño de quienes se han turnado amistosamente en el poder desde hace treinta años. Mal que mal, con Pinochet gobernaron diecisiete años muchos de los que hoy están en La Moneda, el Parlamento y las instituciones públicas, por lo que extender la actual administración hasta su término no sería para ellos tan abusivo o arriesgado. Porque en una feble visión republicana se ha establecido la idea que los mandatarios elegidos por sufragio popular tienen derecho a seguir gobernando aunque hayan perdido abruptamente la adhesión ciudadana en las calles se exija su salida.




Es más, y como lo hemos comentado antes, no pocos creen que una vez en el poder los gobiernos tienen el derecho a hacer lo que les plazca, así sea contradiciendo totalmente lo prometido. Por supuesto que esta voluntad solo rige en aquellos países que son gratos a los Estados Unidos, a los inversionistas extranjeros y a las oligarquías nacionales. Pero no en Venezuela y otras naciones, por ejemplo, cuyos regímenes se han desmarcado de la ideología hegemónica y desde el imperio se fomenta su desestabilización.

Con tal mediocre desempeño comparado a otros países de la Región es posible que la famosa curva de la pandemia no logre aplanarse muy próximamente, luego que Piñera cediera a las presiones empresariales preocupadas por el abrupto decrecimiento económico y esté propiciando franca o solapadamente que los trabajadores retornen a sus tareas, los estudiantes a sus afanes y el comercio vuelva a florecer en el consumismo. Las acciones de mitigación de la pandemia han resultado exitosas en los barrios donde viven los más ricos y que importaron el mal a nuestro país. Al mismo tiempo que se han aflojado los controles en las poblaciones en que habitan los pobres y la mano de obra barata y cuyo riesgo de contraer el mal es mayor, a causa de las precarias condiciones de vida de más de la mitad de la población y cuya cifra de pobres crece con la cesantía que ya se empina al 15 por ciento, además de los sueldos y pensiones miserables que se evidenciaron para todos desde el último 18 de octubre. A la fecha se reconoce que ya hay más de un millón y medio de personas que han perdido sus empleos en estos últimos meses.

La clase patronal y la derecha parlamentaria ahora le dan un voto de confianza a las bancadas de la ex Concertación y Nueva Mayoría en cuanto a que llegarán a convenir conjuntamente las postergaciones electorales, así como con la presión del pueblo alzado lograron ponerse de acuerdo todos en la convocatoria a un plebiscito que ya debió haberse realizado. El más ansioso por diferir estos compromisos democráticos es el propio Piñera quien en su megalomanía cree seguro que los chilenos van a reconocerle, en algún momento, sus esfuerzos para combatir la Pandemia. Felizmente, hay que reconocer que existen algunas voces oficialistas que aseguran se va a cumplir el itinerario electoral definido.

La recuperación de la postrada imagen de Piñera y su gobierno es algo bien improbable que suceda, en realidad. Salvo que los chilenos se empiecen a conformar con la presencia del mal, así como en el pasado lo hicieron con los más diversos y letales virus de la pobreza, la discriminación y los abusos del poder. Confiamos, sin embargo, que la gran lección que nos dejará el Covid 19 será el convencimiento de que en Chile había dinero más que suficiente para mejorar los sueldos, levantar viviendas dignas y fomentar nuevos empleos. Así como ya le quedan nítidos a los chilenos los escandalosos ingresos y prebendas de quienes ejercen la política, los multimillonarios dividendos que continúan repartiéndose  los grandes accionistas y banqueros. Además de experimentar en carne propia los escuálidos recursos destinados a nuestros sistemas de salud y educación, versus los ingentes e inútiles gastos de las FF.AA. A quienes la crisis todavía no les toca un pelo, como que continuamos recibiendo barcos, aviones y toda suerte de pertrechos para una guerra imaginaria con nuestros vecinos.

Somos de los que creemos que, si bien la pandemia logró paralizar la protesta social, la realidad que se ha desnudado en estos meses va a ganar más adeptos para las causas de justicia, equidad y respeto a los DDHH. Confiados en que el pueblo se opondrá duramente a cualquier postergación o cancelación de sus derechos ciudadanos,  convencido que debe imponerse una nueva Carta Magna y demoler el sistema económico que le ha causado muchos más estragos a la población que todos los terremotos, las epidemias y ese sinfín de pesares que ha asolado nuestra existencia. Será el momento de ganar una conciencia más generalizada, en favor de retomar la desobediencia civil.

Acompañados esta vez, además,  por los pueblos que también ahora han descubierto los horrores de la infección capitalista y ultraliberal. Después de un tiempo en que hasta los militares y policías llegarán a convencerse de que ellos también son parte del pueblo humillado por las clases pudientes y los uniformados que se desempeñan como edecanes y celadores del sistema.

 

Por Juan Pablo Cárdenas

 



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