Crónicas de un país anormal

El día de la Constitución española

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El historiador Luis Thayer Ojeda tenía toda la razón al afirmar que América no era un Continente nuevo, pues no somos otra cosa que españoles instalados en otras tierras, y con respecto de los indígenas, son más antiguos que los españoles.

Tres Constituciones españolas, (1812, 1931 y 1977), destacan por su relación con América: la de 1812, llamada la Pepa, (fue promulgada el día de San José), y muchos representantes españoles asentados en América participaron en las discusiones de esta Constitución.

España sólo tuvo una Constitución federal, en la primera República, pero en la práctica no se aplicó. La más revolucionaria de las Constituciones españolas fue la de 1931, inspirada en la de la República de Weismar y la de la III República francesa. En el preámbulo de la Constitución de 1931 se define a España como una “República de trabajadores de todas las clases”, (la expresión ´de todas las clases´ es una concesión para diferenciarse del bolcheviquismo de la lucha de clases, y al parecer, está tomada de la Constitución de Weismar.

En el régimen político el Presidente de la República era elegido por una Cámara única y un número igual de representantes elegidos por voto popular: el primer Presidente fue Niceto Alcalá Zamora, un católico que, posteriormente reemplazado por Manuel Azaña. El poder residía en el Congreso, y para algunos estudiosos era una especie de mezcla entre parlamentarismo y presidencialismo, que se dio antes del semipresidencialismo francés.




La Constitución reconocía a Cataluña, al País Vasco y, posteriormente, a Andalucía y Galicia, como Naciones, a diferencia de la actual, (1977), que sólo acepta las Autonomías. Cataluña fue reconocida, en primer lugar, bajo la jefatura de Francisco Macías y, posteriormente, por Campagne. Justo antes del comienzo de la sublevación militar, el País Vasco fue reconocido como Nación, y su lucha a favor de la República fue decisiva, (1936-1939). (En el Primer Congreso Internacional de la Democracia Cristina, que tuvo lugar en Chile en 1957, fue invitado el Presidente del gobierno vasco, José Antonio de Aguirre, ´y recuerdo que tuve la oportunidad de saludarlo personalmente´”).

El debate entre la diputada Clara Campoamor y los machistas, integrantes de la primera Corte Constituyente, sobre el derecho a voto de la mujer, tuvo ribetes de supremacía masculina, que llegó a la grosería. (Un diputado propuso que sólo votaran las mujeres mayores de 45 años, pues no había peligro de que tuvieran ciclos mensuales de histeria). A los socialistas no les gustaba la idea del voto femenino, pues ellas estaban dominadas por los curas y, tal vez, votarían por José María Gil Robles, representante de la derecha, quien votó a favor del voto femenino.

La Constitución de 1931 consagró la separación de la Iglesia del Estado y exigió a las Órdenes Religiosas obediencia a la Constitución, (los jesuitas, por ejemplo, no la acataban, pues sólo obedecían al Papa, jefe de un Estado extranjero, el Vaticano). La educación era laica y se prohibía a las Órdenes Religiosas su monopolio. El Presidente Manuel Azaña sostenía que España había dejado de ser católica.

La mayoría de las Constituciones de los distintos países reconoce una serie de derechos a los ciudadanos, inspirados en la Declaración de los Derechos del Hombre, proclamados en la Revoluciones norteamericana y francesa que, en su mayoría, eran puramente declarativas de buenas intenciones. Al respecto, el joven diputado de la Asamblea Constituyente francesa, Maximiliano Robespierre, sostenía con claridad que era absurdo que el artículo primero de la Declaración de los Derechos del Hombre, consignara que “los hombres nacen iguales…” cuando la mayoría de los miembros de la Asamblea tenían esclavos a su servicio, y sólo una pequeña parte de los asambleístas pertenecía al club que luchaba por la libertad de los esclavos, dirigida por el abate Gregorio.

En Chile, en la primera Constituyente en que va a participar el pueblo, hay que tener mucho cuidado en que las garantías constitucionales que se aprueben sean aplicables, y los ciudadanos puedan reclamar al Estado su cumplimiento; hasta hoy, las garantías son puras palabras que los gobiernos violan a destajo, haciéndoles creer que son democráticos, y “no dictaduras” o “dictablandas”, elegidas cada cuatro años.

La Constitución española de 1977, redactada luego de la muerte del tirano, Francisco Franco, tiene aún algunas ataduras de la dictadura: en primer lugar, la monarquía, el rey bribón, Juan Carlos I, fue educado bajo el alero de Franco, para ser nombrado su sucesor, (socialistas y comunistas sacrificaron la república española, en la reunión que sostuvieron en La Moncloa, entregando España los degenerados borbones, con exclusión de Carlos III, el mejor de los monarcas españoles).

El camino hacia la Constitución de 1977 fue complejo y lleno obstáculos: en primer lugar, se votó la ley política, posteriormente, el rey formó un gabinete que fue muy criticado por la opinión pública, cuyo Presidente era Adolfo Suárez, un personaje secundario en el movimiento franquista, pero que tuvo la habilidad de dialogar con el líder del PSOE, el andaluz Felipe González, (alias “Isidoro”, agente muy bien financiado por la Socialdemocracia tanto la alemana, como francesa).

La Constitución tuvo sus padres, (al igual que la norteamericana), entre ellos, José Pedro Pérez Barba, Miguel Roca, Manuel Fraga, Miguel Herrera, Jordi Solé, Gabriel Cisneros, Manuel Herrero, todos ellos representaban a los distintos partidos políticos.

En el plebiscito convocado para la aprobación o rechazo de la nueva Constitución votó el 77% de los inscritos, y fue aprobada por más de un 50% de los ciudadanos, (considérese que las dos Constituciones francesas posteriores a la Segunda Guerra mundial fueron rechazadas por los ciudadanos).

El 15 de junio de 1977, el Partido UCD, dirigido por Adolfo Suárez, obtuvo el 34,44% de los sufragios; el POE, el 22,32%; el Partido Comunista Español, el 9,33%; Alianza Popular, (Posteriormente Partido Popular), el 8,21%.

La mala fama del rey emérito, Juan Carlos de Borbón y Borbón, a lo mejor, podría compensarse con el acto valiente de haber legalizado el Partido Comunista, dirigido por Santiago Carrillo, un Viernes Santo, con la consiguiente sorpresa de los reaccionarios. Los comunistas españoles, (al igual que los chilenos), tenían buen sentido común, e instalaron en sus sedes la bandera roja del Partido y la oficial de la monarquía española. La Pasionaria y el poeta Rafael Alberti fueron la sensación en las Cortes españolas.

Con cuarenta y dos años de vida, la Constitución española ya sufre de todos los males de la vejez, y el bipartidismo PSOE-PP ha sido un desastre, y se duda cuál de los dos Partidos tiene dirigentes más corruptos y ladrones.  Los Partidos Ciudadanos, Podemos y Vox han aportado muy poco a la política española, y sus dirigentes se parecen, cada día más, a los Fraga, Aznar, Rajoy, Felipe González, Alfonso Guerra y a otros.

Hay unanimidad en España en que la Constitución de 1977 debiera acompañar en la tumba a su antecesor mandatario, el sátrapa Franco. Por desgracia – al igual que en Chile, cuya transición no terminó con la muerte de Pinochet, – la española no acabó con el franquismo. (La memoria histórica del trayecto del cadáver de Franco desde el Escorial a la tumba familiar sólo ha sido un gesto simbólico, (lo mismo que ocurre en Chile con las Informes sobre derechos humanos investigados por las Comisiones Rettig y Valech). Al fascismo hay que aniquilarlo y siempre declararlo fuera de la ley.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

07/12/2020

Bibliografía

Santos Julia

Memoria Histórica

Taurus

Jesús Palacios

Los papeles de Franco

Rafael Otano

Crónicas de la transición

 

 

 

 

 

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Historiador y Cronista

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