El descalabro del hábil vendedor Sebastián Piñera

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Hace más tres años, cerca del 50% de los llamados “ciudadanos”, (no son otra cosa que clientes de los plutócratas, muchos de ellos felices de que los roben por medio de tarjetas de crédito que, con su empleo, se endeudan a porfía), eligieron al más inteligente de los vendedores callejeros, Sebastián Piñera, convencidos de que dándole  su voto se convertirían en ricos como él, pues le creían que era capaz de hacer de Chile el paraíso de los ricos, (no faltaba el cándido que dijera “algo me va a tocar a mí”, y  Piñera era mucho más hábil que los demás vendedores, ubicados en las puestas del Banco de Chile).

El Presidente Miguel Juan Sebastián Piñera Echeñique, (para desgracia de la tía “Picha”, su madre), tenía muchas “cualidades”: desde niño se amaba más a sí mismo que su propio hermano, José, y ambos competían la forma de engañar mejor a los imbéciles clientes; el primero era más ambicioso, pues hasta se convirtió en Presidente de la República, ¡y lo logró dos veces! El segundo, ser el artífice de las AFP, prometiendo jubilaciones millonarias a los cotizantes.

El confundir la democracia con la plutocracia sólo es digno de los estúpidos clientes, quienes creen que los “productos” que ofrecen los Piñera funcionan. La trampa es muy evidente: se les dice que, en democracia, el soberano es el pueblo, pero si lo creyera, se torna muy peligroso, por consiguiente, los plutócratas que se reparten los cargos, emplean suficientes trampas para engañar a los votantes, en ellas, cohecharlos con la entrega de medio billete, un zapato y, a lo mejor, media empanada, a cambio del voto; más tarde, los vendedores mejoraron la manera de engañar ofreciendo trabajo a la hija, así fuera de “china”; al fin, se dieron cuenta que no se hacía necesario cohechar a los votantes, pues más fácil era hacerlo a través de las empresas, que financiaban las campañas a cargos de elección de elección popular, a cambio de que del Presidente hacia abajo, y sobre todo los parlamentarios, les ofrecieran la aprobación de sus negocios, financiados con dineros del Fisco, (sólo los tontos creen que es dinero de todos los chilenos). Los delincuentes tienen la habilidad de utilizar lindas palabras para seducir a  quienes engañan.

Moliere tuvo la genialidad de escribir El Tartufo, protagonista que engañaba a quienes estafaba, aparentando ser un hombre bueno y amante del prójimo, (el Presidente-vendedor chileno no es muy distinto al personaje del dramaturgo francés, obra que fue prohibida en la corte de Versalles, pues el personaje era similar al del actuar de los nobles).

Miguel Juan Sebastián Piñera era muy hábil para las finanzas, y entendió muy bien que el 50% del voto de los “clientes” tenía como mandato el hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres, pues si el pueblo le había dado el poder, él debía usarlo “inteligentemente”: asegurar el futuro de sus hijos y nietos, y a los hermanos y parientes, ofrecerles embajadas en un país allende Los Andes; a sus empresas, enriquecerlas ilimitadamente, a pesar de las pandemias u otras catástrofes; regalar el dinero del Fisco a sus amigos personales. Como el Presidente se dice cristiano, al menos, tenía que hacer una buena obra: usar el comercio de las vacunas para asegurar que pueblo, incluidos los “rotos”, no murieran por el Covid-19.

El Presidente había experimentado mucho miedo a raíz del “estallido social”, iniciado el 18 de octubre de 2019, y como no le había resultado que los militares masacraran al pueblo, usó otro ardid: el azar hizo que Chile – como los demás países del mundo – sufriera una peste de futuro incierto, y como es lógico, la situación de catástrofe le permitía dejar las garantías constitucionales entre paréntesis, por consiguiente, el confinar a los chilenos a una especie de prisión domiciliaria – con panóptico incluido -, lo salvó de la rebelión popular.

En un país civilizado, (no es “Tontilandia”, menos “Huevolandia”), el primer artículo de toda Constitución es que el Estado debe garantizar la vida e integridad de los ciudadanos, (incluso, para los más creyentes, la protección de la vida desde antes de nacer). El Presidente Piñera hizo caso omiso, pues no sabemos si comprendió la lectura de la Constitución a la cual, según él, juró defender a ojo cerrado, (no estoy seguro de que pudo haberla confundido con los estatutos de algunas de sus empresas privadas, que, por lo demás, más allá de las palabras empleadas, en lo central, que los constitucionalistas llaman la “máquina de poder” y no la doctrina de la Constitución, la de 1980, promulgada por el dictador Pinochet), pero no se distingue mucho de los estatutos de una empresa).

Durante su gobierno, el objetivo central del Presidente Piñera es el de salvar, a toda costa, las AFP, pues existen intereses creados. Los siete jueces del ridículo Tribunal Constitucional, (así algunos ignoren la médula de derecho constitucional), no son tontos: captaron que Piñera los estaba usando para salvar su negocio de las AFP; uno de los ministros de este Tribunal, muy inteligente y zorro, se adelantó a la hora de la sesión para dirimir la objeción de constitucional interpuesta por Piñera en contra de la ley, ya aprobada por el Congreso, del retiro del 10% del ahorro forzoso. Previamente, en una conferencia de prensa, le fluían los bellos adjetivos para alabar las funciones del Tribunal Constitución, (al parecer, estos calificativos habían sido iluminados por el Espíritu Santo, a quien había convertido en banquero; un periodista, bastante despistado, llegó a creer que el Tribunal Constitucional se había convertido en el “Robin Hood” de los pobres, pues creía que esta Institución había sido creada para ir en defensa de los más débiles y, como se supone, debe hacerlo la justicia; ´el único escritor que no ha creído en esta labor de la justicia  fue el gran pensador Valentín Letelier quien en su obra Los pobres entendió muy bien que los Tribunales estaban al servicio de los ricos, y que habría que reemplazarlos por la que aplicaba, debajo de un manzano, San Luis, Rey de Francia´).

Según Jorge Navarrete (“Pirincho”), desde el 18 de octubre de 2019, Piñera ya no gobierna, y cada vez que se dirige a los ciudadanos, termina de hundirse, junto a sus ministros, además de los pocos militantes de partidos de Chile Vamos que lo siguen. Tendremos que armarnos de paciencia para soportar al Presidente actual diez meses más para reemplazarlo, a lo mejor, por uno más desastroso que él que, durante el siguiente período, nos venda piscinas de verano para “rotos” y, en invierno, canchas de patinaje. Esperemos que no se produzca el “milagro” de un Nerón quemando a “Tontilandia”.

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

28/04/2021

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