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Elogio del ahuevonado

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La fila del banco avanza especialmente rápido. Delante del cronista dos personas discuten acerca de las diferencias que habría entre un huevón y un ahuevonado.

 

Intentando no perder palabra sobre tan especial diálogo, simulo revisar con detención una boleta de depósito, mientras paro la oreja. Apuran la discusión porque en breve deben separarse, cada uno a su ventanilla.

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Es un tema relevante en estos tiempos de incertidumbres, anuncios y elecciones en un país como el nuestro, bicéfalo, esquizofrénico y con una sobredosis de cosa rara. Me contenta escuchar algo tan disparatado. Abordo en estas líneas el desafío de sintetizar ese diálogo.

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Fulanito A dice que sobre el huevón se ha escrito bastante, pero no así del ahueonado, que aunque parezcan fenómenos idénticos, entre ambos hay diferencias notables. Un huevón es un ahuevonado, y no hay mucho más, dice fulanito B, son los mismos sujetos. Error, interrumpe fulanito A con un gesto de conocedor.

 

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Fulanito B pone cara de no entender o por lo menos, no compartir el análisis de la tipología del huevón que aborda su amigo.

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Un huevón, amigo mío, continúa fulanito A, es una persona clara en su vocación, nadie puede pensar de él algo distinto. Sus actitudes no inducen a error. Pero un ahuevonado, no alcanza a llegar a ese nivel. Se pierde en tonteras, en palabras extrañas, mentiras innecesarias, vacila ante cuestiones ante las que un huevón hecho y derecho, reaccionaría de inmediato, así sea que se equivoque.

 

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Un ahuevonado, en su esfuerzo por descollar, dirá cualquier cosa estrafalaria, derivará en alguna salida extraña, fuera de todo cálculo y tiesto.

 

O se quedará mirando el vacío con ojos inexpresivos y con trazas de babas queriendo escapar de su boca. No le alcanza, no puede, no llega a ser huevón.

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Un ahuevonado es un especialista, arremete A estimulado por el convencimiento que observa en B. No tiene mucha capacidad para abarcar conocimientos disímiles, pero habla con un prestado lenguaje docto. Terciará en discusiones en las que resultará simpático ver la evolución de sus reflexiones. Un ahuevonado hará ciencia a partir de dos puntos y una coma. Desde ahí ordenará su mundo en blanco y negro.

 

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Intentará construir una teoría de cualquier cosa, afirmándose en lo visto en la televisión, en retazos de discurso, en anécdotas intrascendentes, o en mentiras simples, llanas, pueriles, casi salvas. Y hará una cháchara discursiva mediante contradicciones, contracciones y contravenciones, que no irán a ningún lado.

 

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Se puede confundir a veces al ahuevonado con un excéntrico. Cuidado. No es lo mismo. Un excéntrico es un tipo inteligente, el ahuevonado nunca lo será. Por eso el ahuevonado busca reconocimiento social a cualquier costo.

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Porque si un ahuevonado tiene una falencia, es su escasez de círculos, de amigos, de compinches. Un huevón es insustituible en cualquier grupo. No por nada, cualquier vecino se ufana de conocer a uno o a varios huevones, los que se extrañan y se rememoran con la nostalgia de lo que se aprecia.

 

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¿Pero quién recuerda al ahuevonado?

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Pero, y aquí viene lo que puede exculpar a un ahueonado: es inofensivo. No le hace mal a nadie. Es blandengue, simplón, inútil, inadvertido, inane, desapasionado, sin trazas de furor por nada. Es un tipo sin sal, sin azúcar, sin sangre.

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Certero, Fulanito A se separa de fulanito B, que lleva dudas a cuestas. Se despiden con un movimiento de cabeza.

 

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El cajero me hace un gesto y avanzo hasta la ventanilla pensando en esos diálogos fortuitos que a veces hacen placentero el tiempo perdido en la cola de un banco.

 

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Y encuentro que este lunes de marzo es un buen día, después de todo.

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(Escrito el año 2013)

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Por Ricardo Candia Cares

 

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Escritor y periodista

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