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La nueva Constitución chilena

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El presidente Gabriel Boric sorprendió a propios y extraños. Mientras era entrevistado para Chilevisión, declaró: “Chile votó de manera clara en un plebiscito que quiere una nueva Constitución, pero no votó sólo esto, votó que quería una Constitución escrita por un organismo especialmente electo para ese fin (…). De ganar la alternativa Rechazo, lo que va a pasar es que vamos a tener que prolongar este proceso por un año más, en donde va a tener que discutirse todo de nuevo a partir de cero”. ¿El parche antes que la herida? ¿Un plan B que a nadie gusta?

En primer lugar, la convención constitucional fue el resultado no querido del estallido social de octubre de 2019. Los partidos del orden buscaron minimizar los daños y firmaron el acuerdo por la paz y una nueva Constitución, el 15 de noviembre de 2019, conocido como pacto de la traición. Desprestigiados socialmente, 66 por ciento de los convencionales electos lo fueron de listas independientes. Por consiguiente, la redacción de una nueva carta magna se les escapó de las manos a quienes habían gobernado el país durante 40 años. La derecha pinochetista inició su campaña descalificando a muchos de los convencionales, y hoy cuestiona su redacción final. Asimismo, un grupo de notables, ex miembros de los gobiernos progresistas de la Concertación y Nueva Mayoría, a medida que avanzó el proceso, ha torpedeado su propuesta. Haciendo piñata, nace el grupo de los Amarillos. Una confluencia de ex ministros, ex diputados, ex senadores socialistas, democristianos, PPD, intelectuales, etcétera, cuyo objetivo es renegar públicamente de la nueva Constitución. Para ellos, de ser aprobada, se rompería el consenso, dividiendo el país. No es una propuesta inclusiva con respecto a la Constitución de 1980, dirán, ya que fue refundada democráticamente por Ricardo Lagos en 2005, por lo cual no cabe adjetivarla de pinochetista. Su opción: rechazar la propuesta de los convencionales.

En segundo lugar, el Poder Legislativo se renovó el 21 de noviembre de 2021. Los diputados lo son hasta 2026 y los senadores hasta 2030. Aunque la derecha no obtuvo mayoría absoluta, controla el Senado, 25 de sus 50 miembros, y en la Cámara de Diputados, la balanza se inclina hacia los firmantes del pacto, cuya propuesta de nueva Constitución se aceptó a regañadientes. Así, sea cual sea el resultado del plebiscito del 4 de septiembre, se apruebe o rechace la nueva Constitución, no habrá Congreso constituyente. Felipe Portales,  uno de los intelectuales más destacados, señala esta contradicción: “… el órgano encargado de concretizar en leyes gran parte del nuevo texto constitucional será ¡el Congreso actual, que para entonces representará una Constitución fenecida! Y, lo que es peor, será un Congreso donde la derecha más tradicional –acérrima enemiga del nuevo texto– posee mayoría, a través de su 50 por ciento (25) del Senado. Es decir, un Poder Legislativo electo por el ‘antiguo régimen’, y ¡claramente enemigo del nuevo!, será el encargado de poner en marcha la nueva Constitución. Algo absurdo y contradictorio por donde se mire (…). Desgraciadamente, todo esto nos coloca en un escenario en que cualquiera que sea el resultado del plebiscito de septiembre, no podemos esperar ninguna trasformación fundamental del ‘modelo chileno’ en un futuro previsible”.

Si la redacción es un avance, al reconocer derechos sociales hasta ahora negados o recuperados al mercado como educación, salud, vivienda, pensiones, sus contradicciones dividen a los partidarios del Apruebo. Su articulado tiene sombras. La nueva Constitución no contempla la nacionalización de los recursos naturales no renovables. Los convencionales no lograron reunir el quórum necesario de los 2/3. Por consiguiente, el cobre, el litio y cualquier recurso, excepto el agua, pueden ser explotados por compañías extranjeras. Así, surge la pregunta de quienes son escépticos a la hora de dar el Sí. ¿Cómo se financian los derechos sociales, reconocidos en la nueva Constitución? El debate está servido. La promoción del voto nulo o blanco, gana adeptos. Su argumento cobra fuerza: “Chile le regaló a la minería privada del cobre 120 mil millones de dólares en 10 años, según CIPER, y esto va a seguir ocurriendo según la nueva Constitución. ¿Imagina usted lo que Chile podría hacer con todo ese dinero? Sin plata, los derechos sociales son una quimera. No se engañe con falsas promesas.

En esta disyuntiva, los firmantes del acuerdo del 15 de noviembre, Por una nueva Constitución y la paz, buscan una salida, promover el Apruebo, para reformar posteriormente en el Congreso. Así, los artículos de hondo calado democrático serían limados en el Congreso. En esta dirección debe interpretarse el acuerdo del Senado del 20 de junio, dando el visto bueno a la propuesta que reduce el quórum para reformar la Constitución de 2/3 a 4/7. En palabras del senador de la derecha, primero de Renovación Nacional y hoy del ultraderechista Partido Republicano, Rojo Edwards, lo que estamos haciendo hoy es justamente dar certeza, seguridad a los chilenos que queremos una nueva y buena Constitución y no la que ha propuesto la Convención Constitucional, que no dio el ancho, que no fue capaz de construir una casa para todos y que sigue dividiendo a los chilenos.

En definitiva, la redacción y posterior puesta en leyes de una carta magna, es una disputa política, da cuenta de una correlación de fuerzas. Y hoy, en Chile, no corren buenos tiempos para romper el modelo neoliberal. Para el gobierno, la propuesta, aprobar para reformar, es una opción para evitar el rechazo. Otra vez el dilema del mal menor está sobre la mesa.




Por Marcos Roitman Rosenmann

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Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



Profesor titular de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor e investigador invitado en la Universidad Nacional Autónoma de México así como docente en diferentes centros de América Latina. Columnista del periódico La Jornada de México y Clarín digital de Chile.

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  1. Serafín Rodríguez says:

    Para poner la propuesta de nueva Constitución de la Convención Constitucional en una palabra, no se trata más que de un mero “borrador” con el cual el Congreso Nacional hará lo que mejor le parezca independientemente de que se apruebe o no en el plebiscito del 4 de septiembre próximo. En otros términos, el plebiscito en cuestión carece del dramatismo que ambos bandos en disputa quieren hacerle creer a la ciudadanía pues la Convención le devolvió en bandeja el poder constituyente al Congreso, el cual en todo caso se lo había prestado graciosamente para que se entretuviera un rato… Y así es como se va cerrando el gran fraude por la paz social y la nueva Constitución iniciado el 15 de noviembre del año 2019 con la indispensable participación y notable contribución intelectual de Su Excelencia, el actual Presidente de la República.

  2. Felipe+Portales says:

    Es claro, la única forma de entender la «rendición» de los dos tercios de la CC (porque juntos las fuerzas políticas gubernamentales y los sectores más de izquierda y los de pueblos originarios, contrarios al modelo extractivista neoliberal vigente lo tenían) a la derecha al NO QUERER LO OBVIO y que ha estado presente en TODOS los procesos constituyentes a nivel mundial (que se proceda a elegir un nuevo Poder Legislativo inmediatamente luego de aprobada una nueva Constitución); es OBLIGARSE, en definitiva, a que la nueva Constitución sea en definitiva CONSENSUADA entre la derecha y la «izquierda» al aplicarla en concreto por el mismo Congreso donde la derecha, con su 50% del Senado puede bloquear TODO lo que quiera y OBLIGAR a que todo lo que se apruebe esté de acuerdo con su interés básico de preservación del «modelo chileno». Es decir, el mismo modelo de la «política de los consensos» de los 30 años que la Concertación inauguró con su solapado (y desconocido hasta hoy por la generalidad de la población) regalo de la mayoría parlamentaria a la derecha acordado en la Reforma Constitucional de 1989 ratificado plebiscitariamente en julio de ese año; y del que incluso la mayoría de los que votaron han olvidado…

  3. Germán F. Westphal says:

    El dilema del mal menor al que alude el artículo es realmente uno de unos cuantos bemoles más o bemoles menos pues sea cual sea la opción que gane en septiembre, el Congreso actual siempre tendrá la última palabra. Para ello, el poder de veto que tiene la derecha dura con el 50% del Senado a su favor y los 2/3 que fácilmente pueden lograr las dos derechas en ambas cámaras, son claves —algo que Felipe Portales ha discutido en extenso en varios artículos y comentarios en este medio. Desde este puno de vista, la única diferencia entre las dos opciones del plebiscito de salida es que la aprobación de la propuesta de la Convención Constitucional puede hacerles el camino algo más difícil pero no impedirá que en última instancia todo se resuelva siguiendo la política de “los grandes acuerdos” a fin de que todo lo esencial del modelo económico siga igual. Incluso más, dado que con la aprobación de la propuesta de la Convención Constitucional los recursos naturales no renovables —entre ellos principalmente el cobre y el litio— quedarían constitucionalmente desprotegidos, el modelo económico chileno podría fácilmente ser llevado a su última perfección condenando al país de una vez por todas al subdesarrollo y a la dependencia económica en el contexto del neoliberalismo globalizado —la etapa superior del capitalismo.

    • Germán F. Westphal says:

      La desprotección constitucional en la que quedarían el cobre es una de las cuestiones mas graves de la propuesta de la Convención Constitucional. Es como si Arabia Saudita entregara su petroleo a la explotación extranjera. De hecho, Arabia Saudita, que no es ningún país socialista, controla estatalmente el 98.5% de “Saudi Aramco”, la compañía petrolera que opera de manera exclusiva en el país. Los ingresos que esta compañía genera le han permitido a Arabia Saudita desarrollar uno de los más fuertes y exitosos programas de protección social en el mundo —a pesar de la oprobiosa discriminación de que son objeto las mujeres y el draconiano sistema de justicia que impera en el país.

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