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Allende: un orador excepcional

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Dudo que haya existido en la historia de Chile un orador como Salvador Allende, deslumbrando en ilustres asambleas, como en modestos villorrios o centros sociales.

En las organizaciones de base

Recorrió el país de norte a sur y de cordillera a mar en sus cuatro campañas presidenciales, así como en sus tres postulaciones a Senador: una en el Norte Grande: Tarapacá y Antofagasta. Otra en la región de Valparaíso y Aconcagua y la tercera en el extremo sur: Aysén y Magallanes.

Conoció por lo tanto a decenas de miles de personas, con quienes supo contraer una relación de amistad muy singular a lo largo de toda su vida.




Imposible recordar los nombres de tantos humildes compañeros a quienes había conocido en campañas anteriores y que lo aguardaban ansiosos en proclamaciones posteriores. Al llegar, se esmeraba en saludar cariñosamente y cruzar algunas palabras con cada uno de quienes lo estaban aguardando.

Tenía sus trucos para no aparecer olvidadizo. Saludaba a un compañero y le consultaba por su nombre: Manuel, contestaba su interlocutor a lo cual Allende replicaba: Manuel lo sé. ¿Tu apellido te pregunto? Cáceres, respondía el compañero. Eso es, concluía Allende: Manuel Cáceres, y se iba de un abrazo efusivo.

Si, a la inversa, la persona daba primero su apellido, Allende admitía que lo recordaba, pero no su nombre. Fue una cábala infalible, generando de inmediato la confianza en su interlocutor. No lo había olvidado.

Para qué decir su contacto con las mujeres, en particular con aquellas de origen humilde, comenzando siempre con un beso; consultando sobre la relación con sus maridos. Si había violencia. Si los hijos estudiaban bien, si había adicción por la droga, en fin…..creando un lazo  de confianza inigualable.

Escuchaba atentamente las intervenciones de quienes le precedían en la palabra y siempre intentaba responder y aclarar sus dudas o demandas, con un sentido didáctico ejemplar, no prometiendo Jamás lo inalcanzable.

Nunca le advertí un solo rasgo de demagogia, pero si un esfuerzo ejemplar de educador, esforzándose por explicar en forma simple asuntos económicos o sociales complejos.

Hay una vieja canción que habla de un millón de amigos. Puedo asegurarles que Allende efectivamente los tuvo.

En las grandes asambleas.

Le escuché a Allende muchos discursos en grandes concentraciones o asambleas. Curiosamente, siempre tuve la impresión que improvisaba, lo que es imposible dada la coherencia de sus intervenciones.

Solo recuerdo un discurso claramente leído, que fue aquel pronunciado en abril de 1972, con ocasión de la Inauguración de la Tercera Asamblea Mundial de la Unctad, en abril de 1972.

Desde su primera campaña presidencial, Allende contó con la colaboración de dos periodistas, que lo asesoraron lealmente, preparándole los punteos o las primeras versiones de sus discursos. Se trata de Carlos Jorquera, más conocido como el negro Jorquera y Augusto Olivares.

Ambos lo acompañaron en La Moneda durante ese trágico once de septiembre de 1973. Cuando ya el desenlace era inevitable, Olivares se retiró silenciosamente a un recinto próximo al que congregaba a los combatientes, y puso fin a su vida mediante un disparo en la cabeza. Constatada la tragedia, Allende solicitó en su homenaje un minuto de silencio en medio del bombardeo que sufría La Moneda.

El negro Jorquera logró sobrevivir. Fue detenido y confinado junto con otros altos funcionarios de gobierno a la Isla Dawson. Falleció hace pocos años.

Además de sus últimas palabras, trasmitidas telefónicamente desde un Palacio en llamas, tres discursos de Allende, a mi juicio, son sobresalientes y perduran en la memoria histórica de la humanidad. Reproduzco algunos pasajes.

Discurso desde los balcones de la FECH, celebrando la victoria en las elecciones presidenciales. Pronunciado en la madrugada del 5 de septiembre de 1970.

            “Con profunda emoción les hablo desde esta improvisada tribuna por medio de estos deficientes amplificadores”. ([1])

            “¡Qué significativa es, más que las palabras, la presencia del pueblo de Santiago, que, interpretando a la inmensa mayoría de los chilenos, se congrega para festejar la victoria que alcanzamos limpiamente, el día de hoy, victoria que abre un camino nuevo para la patria, y cuyo principal actor es el pueblo de Chile aquí congregado! ¡Qué extraordinariamente significativo es que pueda yo dirigirme al pueblo de Chile y al pueblo de Santiago desde la Federación de Estudiantes! Esto posee un valor y un significado muy amplio”.

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            “La revolución no implica destruir sino construir, no implica arrasar sino edificar; y el pueblo chileno está preparado para esa gran tarea en esa hora trascendente de nuestra vida”.

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            “Les digo que se vayan a sus casas con la alegría sana de la limpia victoria alcanzada. Esta noche, cuando acaricien a sus hijos, cuando busquen el descanso, piensen en el mañana duro que tendremos por delante, cuando tengamos que poner más pasión, más cariño, para hacer cada vez más grande a Chile, y cada vez más justa la vida en nuestra patria”. “A la lealtad de ustedes, responderé con la lealtad de un gobernante del pueblo, con la lealtad del compañero Presidente”.

Discurso en la Universidad de Guadalajara. Jalisco, diciembre 2 de 1972. Auditorio del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades hoy Auditorio “SALVADOR ALLENDE.

Este es uno de sus discursos más memorables. Por muchos es catalogado como uno de los mejores discursos de todos los tiempos dirigidos a la juventud y además, fue totalmente improvisado, por cuanto no estaba consultado que él hiciera uso de la palabra.

            “Esta no es una Universidad tradicional; esta no es -y es bastante para muchas universidades de nuestro Continente- una Universidad que haya hecho la reforma; yo creo que esta es una Universidad comprometida con el pueblo, con los cambios, con la lucha por la independencia económica y por la plena soberanía en nuestros pueblos”.

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            “Y porque una vez fui universitario, hace largos años, por cierto, no me pregunten cuantos; porque pasé por la Universidad no en búsqueda de un título solamente; porque fui dirigente estudiantil y porque fui expulsado de la Universidad, puedo hablarles a los universitarios a distancia de años; pero yo sé que ustedes saben que no hay querella de generaciones: hay jóvenes viejos y viejos jóvenes, y en éstos me ubico yo”.

            ”Yo no le he aceptado jamás a un compañero joven que justifique su fracaso porque tiene que hacer trabajos políticos; tiene que darse el tiempo necesario para hacer los trabajos políticos, pero primero están los trabajos obligatorios que debe cumplir como estudiante de la Universidad. Ser agitador universitario y mal estudiante, es fácil; ser dirigente revolucionario y buen estudiante, es más difícil. Pero el maestro universitario respeta al buen alumno, y tendrá que respetar sus ideas, cualesquiera que sean”.

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            “Por eso, sin decir que la juventud será la causa revolucionaria y el factor esencial de las revoluciones, yo pienso que la juventud por ser joven, por tener una concepción más diáfana; por no haberse incorporado a los vicios que traen los años de convivencia en nuestros días -burguesa- porque la juventud debe entender que debe ser estudiante y trabajadora; porque el joven debe ir a la empresa, a la industria o a la tierra. Porque ustedes deben hacer trabajos voluntarios; porque es bueno que sepa el estudiante de medicina cuánto pesa un fardo que se echa a la espalda el campesino que tiene que llevarlo, a veces, a largas distancias; porque es bueno que el que va a ser ingeniero se meta en el calor de la máquina, donde el obrero a veces, en una atmósfera inhóspita, pasa largos y largos años de su oscura existencia; porque la juventud debe estudiar y debe trabajar, porque el trabajo voluntario vincula, amarra, acerca, hace que se compenetre el que va a ser profesional con aquel que tuvo por herencia las manos callosas de los que, por generaciones, trabajaron la tierra”.

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“Ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción casi biológica”. “Gracias, presidente y amigo por haberme dado la oportunidad de fortalecer mis propias convicciones, y la fe en la juventud frente a la actitud de ustedes”.

Discurso en la Asamblea General de las Naciones Unidas. 4 de septiembre de 1972.

Se han cumplido 50 años de aquel histórico discurso, que estremeció a una Asamblea General desbordada por representantes de toda la humanidad.

Nunca antes ni después, el prestigioso recinto recibió una audiencia tan numerosa y nunca antes ni después, se ha brindado un aplauso tan cerrado que se prolongó durante diez minutos, con todos los asistentes de pie. Si…. 10 minutos, elogiando la inédita tentativa de un modesto país que intentaba construir una vía pacífica hacia el socialismo.

             “Vengo de Chile, un país pequeño, pero donde hoy cualquier ciudadano es libre de expresarse como mejor prefiera, de irrestricta tolerancia cultural, religiosa e ideológica, donde la discriminación racial no tiene cabida. Un país con una clase obrera unida en una sola organización sindical, donde el sufragio universal y secreto es el vehículo de definición de un régimen multipartidista, con un Parlamento de actividad ininterrumpida desde su creación hace 160 años, donde los tribunales de justicia son independientes del Ejecutivo, en que desde 1833 sólo una vez se ha cambiado la carta constitucional, sin que ésta prácticamente jamás haya dejado de ser aplicada. Un país donde la vida pública está organizada en instituciones civiles, que cuenta con Fuerzas Armadas de probada formación profesional y de hondo espíritu democrático. Un país de cerca de diez millones de habitantes que en una generación ha dado dos premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, ambos hijos de modestos trabajadores. En mi Patria, historia, tierra y hombre se funden en un gran sentimiento nacional”.

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Escribiendo estas líneas, vuelvo a sentir la emoción y el orgullo que experimentamos al escuchar estos mensajes inolvidables, didácticos, sugerentes, a ratos tiernos, otras veces explosivos, siempre consecuentes.

Miguel Lawner.

03.04.2023.

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