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El valor patrimonial del vino: un relato hacia la cultura nacional

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La producción del vino chileno es vasta, durante el siglo XX se fue instalando una robusta industria que logró que esta bebida fermentada sea un noble producto que representa parte de nuestra imagen nacional internacional. Esta imagen nos convenció de ese mito de que el vino chileno es un producto noble y dado lo poco que habitualmente sabemos sobre éste se impuso una imagen homogénea de este producto.

 

El valor patrimonial del vino es innegable, en casi todas las lenguas más universales existe un concepto para nombrarlo, en el caso nuestro es proveniente de la raíz latina. Por otra parte, existe todo un aparato de marketing resaltando al vino como un producto ícono nacional. Vuelvo a lo mismo, sin embargo lo poco que sabemos sobre nuestros mostos más bien reflejan una escasa conciencia nacional sobre este patrimonio.

 

Hasta hace poco el vino tenía una condición fundamental para la alimentación, en el espacio doméstico las mesas a la hora de la reunión cotidiana del día a día era infaltable. Hoy esa imagen no es tan común, pero tampoco es un uso extinguido. Ese consumo diferenciaba más o menos claramente el vino campesino y el vino de la industria, lo que más o menos correspondía al consumo popular y al de la élite criolla arribista.

 

La industria tendió a una producción homogenizadora acentuando el criterio comercial aprovechando la imagen del “buen” vino chileno. Imagen hoy un poco en crisis dada la importante persistencia de pequeños productores que se fueron autoimponiendo procesos formativos para darle mayor calidad a sus nobles mostos, proveniente de parras ancestrales y cepas con mayor valor patrimonial.




 

Hace unos meses principalmente desde el programa de entrevistas “A Patrimonio Vivo…Vino Chileno” he tenido el privilegio de ir conociendo el mundo del vino chileno a través de varios de sus protagonistas pequeños productores y no tan pequeños, sommelieres, enólogos, difusores, etc. Esta experiencia me aportó un cambio de paradigma desde el cual se me aparece la sensación de estar asistiendo a una revolución relevante para una comprensión más real de lo que es hoy el vino chileno.

 

Uno de las experiencias que me parece muy relevante destacar es que algunas viñas ya reconocidas en el mercado también se han propuesto aportar más allá de la imagen homogenizada que existía. Mencionaré algunas viñas que son sobre las cuales tengo un poco más de conocimiento y que me parece interesante destacar, por ejemplo la contundencia y variedad de cepas que aportan Maquis, Lagar de Codegua, Puertas, Casas del Bosque y Lurton, proyectos tal vez no tan conocidos por el común de los chilenos y no tan difícil de encontrar en el mercado nacional. Para quien quiera probar distintas cepas con una honesta relación precio y calidad puede ir visualizando estas marcas, teniendo en cuenta que este listado no es exhaustivo.

 

Otra experiencia que es significativa destacar es la identidad de los vinos campesinos y naturales, principalmente de parras del secano costero desde el Maule al Itata que han relevando cepas como País, Cinsault, Cot Rouge, Malbec, Chardonnay, Moscatel, Corinto, Torontel, Chasselas, entre otras; aquí los productores son muchísimos, algunos herederos de parras coloniales con un linaje de varias generaciones u otros utopistas que logran vinos exquisitos y nobles, también sin ánimo de exclusiones absolutas mencionaré los que más conozco, entre éstos Cancha Alegre, Cacique Maravilla, La Kura, Prado, Raíces del Chintú, y las producciones de los enólogos Ana María Cumsille y Roberto Henríquez. El listado es bastante más largo y creo que conocerlos mejor sin duda sería una experiencia de crecimiento para fortalecer el cambio de paradigma que rompe la precaria imagen homogénea del vino chileno.

 

Estas líneas son una invitación y desafío a consolidar una mejor concepción cultural del vino chileno que contribuya a un responsable consumo de uno de los productos más nobles que nos entrega la tierra para gozo del espíritu. Un mejor conocimiento del mundo del vino en cuanto imagen de nuestra nación vendría a ser constitutivo de parte de nuestra identidad, como suele decir Andrés Villaseca en el Vinolia deberíamos contribuir a la formación “de un chileno un sommelier”, aunque esto sea un simple decir metafórico dado que en la práctica ser sommelier es una profesión bastante más cultivada.

 

Por otra parte, en lo cultural siempre es importante romper que las visiones estandarizadas que impone la élite habitualmente con escaso desarrollo del pensamiento crítico pueden ser socavadas con la visibilización de realidades que quedan fuera de los relatos más oficiales siempre reiterando la ignorancia o prestos a las omisiones. El relato cultural del vino es un espacio abierto siempre a nuevas voces que vayan enriqueciendo aquellas cuestiones culturales que demandan mayor producción de contenidos.

 

Por Alex Ibarra Peña.

Dr. En Estudios Americanos.

@apatrimoniovivo_alexIbarra

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Dr. En Estudios Americanos. @apatrimoniovivo_alexIbarra

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