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Oppenheimer, el destructor del mundo

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En Tenet hay una secuencia hacia el final que menciona a Robert Oppenheimer y el Proyecto Manhattan. Aunque la película avanza sobre otra trama, la mención del origen de la era atómica no nos deja indiferentes. Era una señal que Christopher Nolan desarrolla en su última película. Aunque Tenet no pudo estrenarse en cines el 2020 por la pandemia, Oppenheimer marca el esperado regreso a las salas, esta vez con IMAX y Dolby 7. Hagamos un alto al streaming que este cine bien lo merece.

 

¿Por qué ahora? Junto con Dunkerque, esta es la segunda película bélica de Nolan. Rompe la línea de ficción y ciencia ficción para ofrecer un biopic que es mucho más que una biografía. Ha escrito un guión sobre la biografía Oppenheimer, Prometeo Americano, escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin y publicada en 2006 y recupera la vida del denominado “padre de la bomba atómica” 80 años desde la gran explosión.

 

La película dura tres horas y tiene una trama compleja, propia del mejor Nolan, aun cuando nos conduce con cautela hacia el desenlace o los diversos cierres. Comienza por el final de los hechos y rompe la cronología de la biografía mediante saltos temporales y secuencias que nos muestran de a poco el orden de la narración. La superficie de la trama puede ser la vida de Oppenheimer (Cillian Murphy en la película) que tiene en sus capas más profundas la deriva política estadounidense, las bases de un mundo lastrado por la carrera nuclear y, tal vez su eje central, la función de la ciencia y la tecnología en el destino de la humanidad.

 

Estos planteamientos, que están en el guión de Nolan, los recoge con fidelidad de los biógrafos de Oppenheimer. Triunfo y tragedia es el subtítulo del extenso libro sobre la vida no solo de unas de las mentes más brillantes del siglo pasado sino de un hombre que pone a la ciencia en la recreación del infierno. Porque no todos los descubrimientos científicos y sus aplicaciones tecnológicas tienen el poder de terminar la vida en el planeta. En este intenso trance transcurre la vida del físico: saltó a la fama nacional en plena Segunda Guerra como el inventor de la bomba nuclear, alcanzó resonancia mundial y cae poco tiempo después bajo el macartismo por su vinculación con el Partido Comunista. Este no es solo un filme sobre la vida de un físico teórico sino sobre la tensión ética que mantiene un científico ante los alcances y aplicaciones de su invención.




 

Nolan arma su guión desde el final de la biografía con la recreación de las audiencias  macartistas del Congreso. Salas llenas de humo de tabaco filmadas en blanco y negro. Desde allí, desde las declaraciones oficiales, Nolan abre paso a la narración cronológica con un Oppie (así le llamaron sus amigos y colegas) realizando sus estudios finales en Gotinga y levantando el primer centro de estudios especializados en física teórica en Berkeley, entonces un nido de sindicalistas y comunistas. De ese entorno izquierdista eran sus mejores amigos, su esposa Kitty (Emily Blunt) y su hermano menor Frank, también físico.

 

La tensión de la trama tiene dos direcciones. Una, que es la más obvia y esperada, es la detonación en el desierto de Los Alamos, Nuevo México, del primer ensayo nuclear durante julio de 1945. El siguiente curso narrativo es la caída en desgracia de Oppenheimer y su conflicto ético. Su invento había matado a más de cien mil personas en unos pocos minutos, genocidio que le perseguirá por toda su vida. .

 

Nolan despliega todos sus recursos para un filme con mínimos efectos computacionales. La gran detonación de Trinity (el nombre del ensayo de la primera bomba de tres; las otras dos lanzadas en agosto sobre Japón fueron Fat Man y Thin Boy) no contó con efectos especiales sino que fue una detonación real. Una secuencia esperada desde el inicio del filme que Nolan resuelve con maestría:  la narración queda suspendida en un largo momento silencioso bajo una luz enceguecedora sobre unos rostros pasmados. Es el clímax y el inicio de la tragedia, para Oppenheimer y para el mundo.

 

Prometeo Americano es también un ensayo sobre la función de la ciencia y los científicos en torno a la construcción de la bomba atómica. Tres siglos de física teórica para llegar a esto, dice su amigo, el físico Isidor Rabi, tras las detonaciones en Japón. Y es también un ensayo sobre el peso y control de las instituciones de la guerra en el devenir de la ciencia. En el Proyecto Manhattan no hubo límites de gastos en recursos ni en la participación de las mentes más privilegiadas en mecánica cuántica, como Niels Bohr o Enrico Fermi.

 

Las secuencias del ensayo en Los Alamos son las únicas imágenes del estallido nuclear. Hiroshima y Nagasaki son una noticia, son el discurso triunfal del presidente Harry Truman (Gary Oldman) son un aire caliente que se desplaza en rumor y opiniones, en editoriales y comentarios y en la decadencia anímica de la comunidad científica. Oppenheimer, que fue un entusiasta inventor y gestor de la bomba para vencer a los nazis, ingresó desde entonces en un estado de reflexión tardía para impedir la inminente carrera armamentística. El éxito muta en un delirio, que Nolan expresa con los aplausos y el zapateo de una audiencia enfervorizada por la detonación sobre Japón. Un ruido festivo que en su conciencia denota una pesadilla.

 

La caída del físico es brutal. Tras el cierre del Proyecto Manhattan es invitado a dirigir la Escuela de Altos Estudios de Princeton por el millonario, político y miembro de la Comisión de Energía Atómica Lewis Strauss. Este momento marca la cúspide y desde allí el derrumbe. Teléfonos pinchados, espías del FBI alrededor de su casa que husmean hasta en su basura. La paranoia anticomunista en pleno apogeo genera delaciones, traiciones y comportamientos erráticos. Lewis Strauss, personificado por Robert Downey Jr., da un vuelco y se dedica el resto de su vida a destruir al físico. Las audiencias macartistas no logran comprobar que fue él o alguno de sus discípulos quienes espiaron en Los Alamos a favor de la Unión Soviética, pero sí lograron destruir su carrera.

 

Nolan cambia de registros visuales nuevamente, del color al blanco y negro para regresar a las incómodas y asfixiantes salas de las audiencias. Hay largas secuencias teatralizadas con diálogos sublimes, algunos reproducidos por una prensa dividida y más tarde con citas exactas de los archivos desclasificados.

 

La caza de brujas tras los científicos ha sentado un precedente que se mantiene hasta hoy. Con el destronamiento de Oppenheimer, escribió entonces el sociólogo Daniel Bell, se terminó el papel mesiánico de los científicos que tuvieron en la posguerra. A partir de ahora serán parte de la maquinaria oficial.

 

El Proyecto Manhattan fue un proyecto militar en plena guerra. Oppenheimer se incorporó al comienzo con un grado militar y hasta usó un ridículo uniforme durante las jornadas de trabajo iniciales. Aquella arrogancia le llevó a una permanente tensión con la comunidad científica y con las instituciones de la guerra. Una permanente pero artificial tensión, representada entre él y el coronel Leslie Groves (Matt Damon), se extiende durante los tres años del proyecto y toma su verdadero carril a partir de la detonación y del fin de la guerra. La bomba no le pertenece a Oppenheimer, es y ha sido siempre del ejército y de las instituciones de la guerra. Del complejo industrial militar, como poco tiempo más tarde dijo el presidente Dwight Eisenhower. Los científicos y las instituciones estadounidenses fueron empujados hacia una consagración servil y casi completa de los intereses militares.

Las secuencias finales no son optimistas. El cierre es una conversación informal entre Oppenheimer y Albert Einstein en los jardines de Princeton sobre la amenaza de una guerra nuclear. Es posible que estas palabras privadas sean una ficción para el epílogo de la historia, pero expresan también el drama abierto desde Hiroshima. Oppenheimer era un gran lector de poesía y filosofía. En el filme cita a T.S Eliot, Shakespeare, Baudelaire y hay una larga secuencia sobre una lectura del Bhagavad Guita. Una cita del libro sagrado hindú cierra la historia. “Ahora he devenido muerte, el destructor del mundo”. Abajo, el mundo arde.

 

Por Paul Walder

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Periodista

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  1. Gino Vallega says:

    Oppenheimer y los otros científicos que construyeron las llaves para abrir el infierno, SABÍAN lo que hacían y para qué.Entiendo que Fermi se transformó en un anti atómico cuando ya había hecho su contribución y eso no lo salva. Pero, la APUESTA para los científicos era tan brutal que NO PODÍAN NEGARSE. Si no hubieran sido ellos, habrían sido otros; el invento era INEVITABLE. La paranoia humana por el poder de destrucción supera las lágrimas que causa.

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