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Pedir disculpas

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Desde la ISAPRE Menjunje me comunican, que tengo excedentes y serán depositados a mi cuenta del banco. Milagro que se realizará el 30 de enero. Albricias. ¿Excedentes a esta edad, cuando todo se reduce? Así es, despistado feligrés, acostumbrado a renegar. Dudar por ese prurito de sumarse a quienes, a la hora del café, lo critican todo. En el colmo de mi dicha, llamo a mis hijos para hacerles partícipes de tan inesperada noticia, y se apresuran a felicitarme. Uno de ellos dice, que amerita realizar una cena familiar de mantel largo. Claro, como hace años la ISAPRE no me escribía, ni siquiera para saber si continuaba vivo, mi felicidad es mayúscula. ¿Qué hacer con este milagroso excedente? Me tranquilizo, para no dejarme llevar por el hueco entusiasmo. Debo meditar. No me hace bien tener fuertes emociones, mientras nos acosa la vejez. Igual felicidad que tenía, cuando nacían los hijos y después los nietos.

Hay urgencias por asumir, como es natural y ellas empiezan a golpear mis primicias. Todos las tenemos. Me asedian las disyuntivas. Realizo un repaso memorioso y encuentro varias. Debo tener calma y esperar más informes. A veces hay errores que son horrores y bien podría yo estar en semejante categoría. ¿Y si llamo por teléfono a la bendita ISAPRE, para saber detalles sobre la devolución? Claro, como tener excedentes es un privilegio en esta época, siento una pizca de rubor. No debemos ser muchos los agraciados. Empiezo a elucubrar y en el colmo de mi entusiasmo, deduzco, por la cuantía de mis mensualidades cotizadas, que la cantidad debe ser generosa. Y pensar que yo, en varios artículos de opinión en El Clarín, las denostaba, hablando peste de ellas. Sin poner límites, las acusaba de instituciones chupasangre y piratas, al servicio del imperialismo. Qué vergüenza. Ahora, me arrepiento sobre semejantes desvaríos, propios de un desadaptado social. De quien ve ladrones y sinvergüenzas en todas las instituciones, dedicadas a servirnos en nuestra azarosa vida. Infelices que nos embaucan, y en el fondo, son samaritanos. Semejante daño colateral que infringí, debe ser reparado ahora. Nada de argucias. Llamar a la ISAPRE y agradecer sus deferencias. También escribirles una carta, donde pida disculpas por mis desvaríos acusatorios, expresados en su contra. Unirme ya, a quienes están arrepentidos de atacarlas, por el único prurito de quien es un pertinaz ocioso e ignora, su real aporte a la sociedad. O comunidad si se prefiere. ¿Conoce usted acaso, otras instituciones que actúan con tanta limpieza? Al menos yo, no veo a ninguna. Durante largos años, esta honorable ISAPRE, ha cuidado mis cotizaciones y ahora, en un acto generoso y desinteresado, procede a devolverme lo que ellos, llaman excedente. Lo cual, yo llamaría gratitud por confiar en ellas. Bendita sea su existencia por los siglos de los siglos…

Se equivocan, quienes abogan por liquidarlas. En esta época de frenesí y desconfianza, nadie devuelve nada. Ni siquiera el botón de una prenda de vestir, que se encuentra en la calle. Después de ver cuánto me sucede a mí, he cambiado de opinión. “Sólo los burros no cambian de opinión”, decía nuestro profesor de matemáticas. Los análisis en contra de estas instituciones de utilidad pública, cuya misión es proteger a las personas, son superficiales, tendenciosos, dirigidos por quienes desean favorecer a otros tíos, sin escrúpulos, para manejar la salud.

Un daño irreparable se ha hecho y es hora de corregir el rumbo. Basta de argucias, pitorreos, vueltas de carnero y actitudes malévolas. Este 30 de enero, ante mi perplejidad, me depositaron $186. Ignoro quién se robó los ceros… Quizá, fueron otras ISAPRES.




 

Walter Garib

 

 

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Walter Garib

Escritor

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