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La encrucijada de la política chilena: Más allá del neoliberalismo

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Desde las reformas implementadas durante la dictadura de Augusto Pinochet, el modelo neoliberal ha permeado casi todos los aspectos de la vida social, económica y política del país. Sin embargo, en la actualidad, nos preguntamos si es posible concebir la política chilena fuera de ese marco interpretativo. Esta interrogante no es meramente académica, sino que surge de un contexto de descontento social, polarización política, descrédito de las instituciones, aumento del crimen organizado y un creciente debate sobre el futuro del modelo económico y social de nuestro país.

Para entender esta cuestión, es imprescindible primero definir qué entendemos por neoliberalismo en el contexto chileno. El neoliberalismo, en esencia, promueve la liberalización de los mercados, la reducción del papel del Estado en la economía, y la privatización de servicios públicos. Sin embargo, también trasciende el modelo económico, y se manifiesta dinámicamente a través de las formas cotidianas de pensamiento y acción de los sujetos, en la constante reconstrucción de los espacios públicos y privados, en las decisiones diarias que modulan los niveles de igualdad y justicia social, en la urbanización de las ciudades, y en la distribución de bienes y servicios.

Las luchas de poder a menudo ocurren sin una conexión explícita con los conceptos abstractos de la teoría. De este modo, el neoliberalismo irá dando forma a nuestra sociedad, materializándose como un conjunto efectivo de acciones socio-políticas. No obstante, esta “aplicación cotidiana de la teoría neoliberal” a menudo no se percibe como tal. Los valores (individualismo, libertad, mínima injerencia estatal, defensa del capitalismo) son practicados inconscientemente por los propios agentes (desde la gente común hasta los políticos). Esto se explica en parte por la fuerza de la propia retórica neoliberal del progreso y la prosperidad económica: el neoliberalismo se presenta como la propuesta “natural” y más favorable para cualquier persona. Cualquier discurso contra la libertad de mercado, o contra cualquier otra cuestión (medio ambiente, educación, seguridad) donde esté en juego la libertad de los individuos (en tanto agentes económicos), se convierte automáticamente en un discurso contra la “justicia”. El pragmatismo de esta falacia parece ser tan ventajoso para el individuo que excusa al neoliberalismo de anunciarse explícitamente en el escenario de la vida social, como si la ética de tal modelo fuera evidente por sí misma. Para muchos, proponer alternativas a este modelo equivaldría a actuar contra “uno mismo” (en el sentido de Byul-Chung Han) y contra los demás. Por eso, el neoliberalismo es más que un ideal normativo, y la transición a un modelo posneoliberal alternativo requiere más que un mero impulso teórico, sino una fuerte reacción contra esta producción de subjetividad individualizante y economicista.

Cabe destacar que, en Chile, el neoliberalismo se impuso de manera violenta y se implementaron políticas de manera radical, transformando profundamente tanto el sistema económico como el tejido social del país. La Constitución de 1980 y las reformas subsecuentes institucionalizaron este modelo, creando un marco legal y político que ha sido difícil de modificar –recordemos los recientes rechazos a las propuestas constitucionales–. A pesar de los éxitos económicos que ha reportado este modelo, con tasas de crecimiento económico que han sido la “envidia” de la región, los costos sociales se han venido elevando cada vez más. La concentración de la riqueza, la precarización laboral, y la desigualdad en el acceso a derechos como educación, salud y vivienda han generado una sensación de injusticia y malestar entre amplios sectores de la población. Este descontento se manifestó de manera contundente en las masivas protestas de octubre de 2019, conocidas como el estallido social.

El estallido social marcó un punto de inflexión en la política chilena. Por ejemplo, la demanda por un nuevo pacto social a través de una nueva Constitución reflejaba un anhelo colectivo por superar el modelo neoliberal y construir una sociedad más equitativa y justa. La Convención Constitucional, electa en 2021, representó un esfuerzo significativo por canalizar estas demandas y reescribir las reglas del juego político y económico del país. No obstante, ese esfuerzo fue derrotado por distintos poderes mediáticos y políticos que buscaron recomponer una sensación de miedo, lo que fue favorecido por la rápida y fuerte reacción de todas las derechas chilenas. Ahora, pese a aquella derrota, pensar un camino hacia una política posneoliberal no está exento de desafíos.

Primero, es importante reconocer que el neoliberalismo no es simplemente un conjunto de políticas económicas, sino una ideología profundamente arraigada en las instituciones y en la cultura política chilena. En otros términos, compone una gran parte de nuestro sentido común. Es importante reconocer, por tanto, que el neoliberalismo no sólo moldea la sociedad a partir de argumentos teóricos, sino que sus principios son contrarrestados o sostenidos por la forma en que se configura la trama de relaciones de poder, horizontal y verticalmente, entre los diferentes actores sociales y nuestras instituciones. Por lo tanto, la superación del neoliberalismo requiere, una transformación estructural que va más allá de la redacción de una nueva Constitución o cualquier otra medida. Implica un cambio en la relación entre el Estado y el mercado, como también en la concepción misma de la ciudadanía y los derechos sociales. Es decir, en cómo construimos anhelos colectivos.

Segundo, la política chilena enfrenta el desafío de la polarización. Las visiones contrapuestas sobre el futuro del país y el rol del Estado generan tensiones y dificultades para alcanzar consensos. Este fenómeno no es exclusivo de Chile, pero en el contexto de una posible transición hacia un modelo posneoliberal, la capacidad de diálogo y la construcción de acuerdos se tornan cruciales. De esta manera, pensar un horizonte común, topa muchas veces sino siempre con esos sueños individuales que promueve el neoliberalismo. Así, como está ocurriendo hoy en Argentina, el Estado neoliberal crea las “condiciones” necesarias para que el Mercado funcione, y las consecuencias catastróficas como el aumento de la pobreza, la inflación y el hambre, por ejemplo, deben ser resueltas a nivel individual, como reiteradamente recuerda Javier Milei.

Además, es fundamental considerar el contexto internacional. El neoliberalismo no es un fenómeno aislado, sino parte de una tendencia global que ha predominado en las últimas décadas. La crisis financiera del 2008, la pandemia de COVID-19, y los crecientes desafíos medioambientales están poniendo en jaque este paradigma a nivel mundial. En este sentido, Chile no está solo en su búsqueda de alternativas, pero tampoco puede ignorar las dinámicas y presiones globales. Por esto, tal vez sea una buena idea vincularse más directamente con Estados vecinos, los que se encuentran también en relaciones de dependencia respecto a las grandes potencias globales, para enfrentar estos desafíos.

Ahora, para cerrar esta columna, pensar la política chilena fuera del neoliberalismo es no solo posible, sino necesario. El desafío radica en la capacidad del país para transformar sus estructuras económicas y sociales de manera inclusiva y equitativa, construyendo un nuevo pacto social que refleje las demandas y aspiraciones de su ciudadanía, como también de construir redes a nivel internacional que muestren otros caminos posibles al horizonte neoliberal. De lo contrario, en pocos años podemos vernos estancados en una situación sin salida. Este proceso requiere un fuerte compromiso y diálogo social, donde la historia reciente de Chile demuestra que el cambio es posible cuando la sociedad se moviliza, discute políticamente y exige una nueva dirección.

 

Fabián Bustamante Olguín. Doctor en Sociología. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo

Javier Molina Johannes. Sociólogo. Doctorando en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile.

 

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  1. lo ramon roman says:

    Don Felipe, los «malestares» de muchos chilenos que lo sufren se curan con unas pequeñas reformas que, estoy seguro, le quitará, por el momento, el malestar a estos muchos chilenos, y usted ya ha visto que el joven presidente vestido de progresista ya lo está haciendo.
    No sé por qué, don Felipe, pero tengo un presetimiento de que el próximo presidente de Chilito será este democrático caballero kast.

  2. lo ramon roman says:

    Don Felipe, totalmente de acuerdo con su opinión.
    Ahora, Don Fabian y don Javier, ustedes concluyeron esto: «Este proceso requiere un fuerte compromiso y diálogo social, donde la historia reciente de Chile demuestra que el cambio es posible cuando la sociedad se moviliza, discute políticamente y exige una nueva dirección». Pero yo agragaría el comentario de don Felipe y admás…ta, ta, ta, tan, fuera de esta conclusión y el comentario de don Felipe y si se pretende cambiar este sistema NEOLIBERAL IMPUESTO POR LAS FFAA y pacos, por lo tanto, no hay que dejar afuera de la ecuación a las patrióticas Fuerzas Armadas y pacos, ya que este sistema, el Neoliberalismo, es la creación y continuación de este sistema por las FFAA y pacos, y yo agragaría esto, «sin la participación de las FFAA y los pacos, todo es simplemente pura palabrería, aunque haya una mayoría de Chilenos dispuestos democráticamente a cambiar este sistema.
    Quisiera agregar que significaría, económicamente para los chilenos, este cambio de sistema, ya sea un capitalismo normal o una social democracia.

  3. Felipe Portales says:

    Desgraciadamente, el artículo no repara en que después de la imposición violenta del modelo neoliberal por la dictadura, aquel se vio legitimado, consolidado y profundizado pacíficamente por los 20 años ininterrumpidos de gobiernos concertacionistas. Esto le dio una particular fuerza, tanto en el aspecto de sus estructuras como de sus valores. Así, no solo estamos sufriendo
    estructuras económico-sociales profundamente desiguales e injustas; sino también quedamos imbuidos de una mentalidad individualista, materialista y corrupta. De aquí, la gran dificultad de superar el modelo, pese al malestar que está generando.

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