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El matonaje como herramienta de negociación: La ética del tiburón detrás del estilo Trump

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Lo vivimos desde pequeños como espectadores de las películas de gánsteres.  Aquéllas que nos remontaban al Estados Unidos de la época de la prohibición, cuando en las grandes ciudades se consolidaba el crimen organizado gracias al mercado negro de venta de alcohol y apuestas que germinó durante la Ley Seca.

Los filmes nos mostraban a un comerciante barrial siendo visitado por un par de matones bien trajeados.  Ellos, magnánimos, le ofrecían su protección ante el posible acoso de terceros delincuentes.  A cambio de un pago, claro está.  Lo que podría ser un acto de buena voluntad, de emprendimiento informal si se quiere, devenía en brutalidad al saber que si el “cliente” no aceptaba el ofrecimiento sería apaleado por quien, hasta hace unos minutos, oficiaba de salvador.

El origen de esta tradición se sitúa en la mafia mediterránea.  En el sur de Italia se le llamaba pizzo.  “Pagar el pizzo” era, efectivamente, entregar dinero (o parte de la cosecha en el caso de los campesinos) a delincuentes para no sufrir las consecuencias.   Es el ominoso origen de la cultura del “pago de piso”, que es la exigencia coloquial a todo novel asalariado de costear una salida de copas tras recibir su primera remuneración.  

El viernes la política internacional revivió la escena en Washington.  Igual de hollywoodense, pero con un nivel de amplificación exponencialmente mayor.  Global.  Aunque el retroceso civilizatorio sigue siendo el mismo.




En el acto, el amenazado tendero fue el presidente de Ucrania Volodimir Zelenski.  Un ex comediante de televisión que llegó al poder de la mano del colectivo Servidor del Pueblo, algo así como un Partido de la Gente ucraniano.  Sin ideología clara. O si se quiere multi ideológico, que sería como lo mismo.

Los matones, el presidente de Estados Unidos Donald Trump, junto a su vicepresidente James David Vance.  Una dupla ganadora (winner, sería más exacto) que, si no fuera por el poder económico y armamentístico que empuñan, bien podrían ser Laurel y Hardy.   O los tres chiflados, si les sumamos a Elon Musk.  El problema es que lo que hacen no es broma.

Y el tercero peligroso, el leit motiv para pedir o requerir protección, el presidente de Rusia Vladimir Putin.  Otro personaje que de ser de luz no tiene nada y que muchas veces es usado de pretexto para todo tipo de buenas y malas intenciones.  A poco estamos de que se instale en las casas una amenaza del tipo “Si no te comes la comida, vendrá el Putin del saco…”.

Y el pago: acceso por parte de Estados Unidos a la riqueza mineral de Ukrania.   El pequeño país, de 600 mil Km2 (Chile tiene poco más de 700 mil Km2), cuenta con esenciales y grandes yacimientos de tierras raras y minerales fundamentales para la industria tecnológica.  Algo que para cualquier país, a estas alturas, es un tema tanto económico como de seguridad nacional.

Los 139 minutos que duró la conferencia fueron dadivosos en los clichés de las películas de gánsteres.  Además del estilo de los intervinientes, partió con ese formato de formalidad cordial bajo el cual se encubren normalmente las peores amenazas.  Para luego pasar a que el extorsionador, premunido no sólo de las armas sino de la voluntad de hacer uso de ellas, exige al extorsionado que reconozca que se le está haciendo un favor, que debe demostrar agradecimiento.  Y humillarse, si se puede. 

Claramente en este caso no existen los protagonistas, en el sentido coloquial del concepto. Sólo antagonistas, dado que ninguna de las partes va en pos de un objetivo heroico, loable.   Un populismo fascistoide cruza a todos los personajes, libreto en el cual los verdaderos protagonistas, los hombres, mujeres y niños que sufren los efectos de la guerra/invasión, quedan a la deriva mientras se despliega la farsa en que se ha convertido buscar el bien común.  Incluso aunque, bajo el eslogan de “Make America Great Again”, el presidente norteamericano diga que está buscando retribución por el gasto de Estados Unidos desde que comenzaron las hostilidades militares rusas en 2022.

Concordemos en que lo que hizo Trump no es innovador.  La extorsión, la amenaza y el acoso forman parte de la historia de la humanidad.  Por eso quizás algunos puedan pensar que, al menos, el rubio mandatario fue honesto.  Que transparentó con valentía una verdad incómoda.  Suena fácil digerir lo ocurrido de esa forma dicho.

Pero no es así.  No todas las instituciones ni seres humanos actúan ni han actuado siempre con ese estilo.  Y eso es también parte del problema. Hacernos creer que lo que vemos es la realidad, el estilo del matón de poca monta, la ética del tiburón.  Y que por extensión, decirnos que así es cómo la vida tiene que ser. 

Porque, además del efecto geopolítico concreto de la controversia, un problema mayúsculo es la validación de la violencia en la vida social.  ¿Si lo hace el presidente de Estados Unidos, por qué no lo habría de hacer yo?  ¿Por qué no amenazar con la violencia al niño, a la pareja, al vecino, al oponente político si no me da lo que quiero?

Si algo se supone podemos haber aprendido en milenios de evolución y civilización es que el matonaje nunca será bueno.  No es bueno en la familia, en el barrio, en la calle, ni en tu país. 

Y tampoco, aunque de ello nos quieran convencer, en el salón Oval.

 

Patricio Segura



Periodista

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