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Denegar. Defender. Deponer

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Parecía ser un miércoles como cualquier otro, en las concurridas calles de Nueva York. El calendario marcaba: 4 de diciembre del 2024. Temprano en la mañana salía rápido de un edificio  el CEO (Jefe Ejecutivo)  de United Healthcare -una de las mayores aseguradoras de salud en los USA- Brian Thompson  (50 años),  en dirección hacia otra  importante reunión. Nada hacía presagiar lo que se fraguaba para su vida.

Al mismo tiempo, un joven llegaba diez días antes, en autobús, a la ciudad de NY.  Se registró en el hostal Upper West Side.  Ese miércoles, muy temprano, comenzó su preparación. A la misma hora que tenía que salir el CEO a su reunión, este joven caminaba presuroso con un bolso al hombro, rostro semicubierto  y acariciando  su pistola en su bolsillo derecho. Llegó al hotel Hilton.  El reloj marcaba las 6: 45, hora local, en una concurrida zona de Manhattan cercana a Time Square y Central Park.  En ese hotel el CEO tenía que dar una conferencia a inversores. Allí lo esperó nervioso unos cinco minutos.  El resto es conocido: B. Thompson llegó caminando y recibió disparos en la espalda y en una pierna. Media hora más tarde se confirmaba su muerte en el hospital donde fue conducido. El ataque fue captado por una cámara de vigilancia y visto después por millones de personas.  Después el joven se va caminando tranquilamente; toma una bicicleta y se pierde en el icónico Central Park…

En los noticieros “nacionales” el  asunto fue informado a medias. Como casi siempre, por lo demás. Lo que faltaba aquí era el motivo que tuvo el joven para cometer ese asesinato. No se trataba de, al parecer, de un asesino serial ni nada parecido. Era alguien informado del funcionamiento de las “isapres” gringas  y tenía algo muy serio contra ellas. Si, claro, no es forma de resolver injusticias, malos tratos o desigualdades. Ha tiempo que las sociedades han desechado   el” ojo por ojo “o ley del Talión,  como medio para resolver conflictos,  que quede claro desde ya.  Esto –de paso-  deja planteada  una importante cuestión en la cual no podemos entrar aquí: se puede juzgar  éticamente el acto del joven que dispara al CEO y lo deja sin vida ; pero, no se puede juzgar la eticidad indirecta de un sistema de salud que provoca – a su modo-,  la muerte de muchos ciudadanos.

Lo sucedido  es un indicador; un señalador de como se trata el derecho a la salud en los USA y su similitud con la salud privada chilena. ¿ Es la salud un  bien social fundamental, un derecho, o un bien de consumo mercantil, es decir, sometido al cálculo costo/beneficio? ? Al parecer esto es lo que tenía en su mente el joven atacante sospechoso aquél día, y quería – al parecer-  hacer justicia por sus propias manos.  ¿Cuál fue la pista al respecto? Pues la escritura que tenían las balas que usó el atacante. Ellas tenían escritas las palabras  ”deny, defend, depose” (denegar, defender, deponer).




¿ Por qué son importante pistas motivacionales estas palabras estimados lectores/lectoras?   Porque estas palabras claves se   utilizaban  por esa aseguradora de salud, para retrasar pagos, rechazar coberturas, licencias, medicamentos y otras acciones referidas a la salud de su asegurados. ¿Les resuena algo conocido lectores/lectoras?   Esta empresa ya había sufrido advertencias. Sufrió un ciber ataque, que les costó 872 millones de dólares. El CEO fallecido ganaba unos 10 millones de USS anuales y ya había sufrido amenazas, al igual que los otros   cargos directivos. Al mismo tiempo, los federales acusaron a esa empresa de manipular y falsear reclamos desde la salud pública, lo cual les habría dado beneficios por unos mil millones de dólares o más.

Como vemos, la muerte de este CEO deja en evidencia algunas de las consecuencias de la privatización unilateral de la salud, o las pensiones. Cuando estos bienes sociales fundamentales dejan de considerarse derechos humanos fundamentales, se trocan en negocios, ganancias, competencia y ardides de antiética para quedar mejor posicionados en los mercados.  La salud y las pensiones ya no son más derechos que deben garantizarse de manera universal, sino bienes transables en un mercado, en el cual, si usted no tiene suficiente capacidad de pago, o no será atendido a tiempo, o tendrá que vender hasta los bienes más preciados para pagar las atenciones recibidas.  Ni el Estado ni la sociedad nos protegen o aseguran en esos dominios de la vida, de manera independiente de nuestros ingresos.

 

Esto no es algo natural. Como bien afirmaba al respecto B. Echeverría  (filósofo y escritor ecuatoriano/mexicano ya fallecido) “la economía capitalista presenta un comportamiento doble (…) provoca en la civilización europea el diseño de un modo de vida deseable y posible, pero con el mismo trazo lo convierte en una burla de sí misma”.

El considerar a los derechos humanos sociales desde la pura formalidad, nos lleva a olvidar que el ser humano es vida incrustada en un cuerpo que tiene su materialidad, la cual si es desatendida, genera sufrimiento social. Cuidado. Por eso estos derechos bien ganados en luchas históricas, si se desatienden o niegan, como lo hace la ideología neoliberalista en sus diversas versiones, genera más desigualdad, pobreza, mala calidad de vida y malestar en segmentos importantes de la población. Genera enfermedad y/o muerte en el cuerpo social. No somos meros sujetos de derechos formales (vacíos), somos, al mismo tiempo, vida encarnada en un cuerpo y si esta no se protege, es el propio sujeto y su existencia el que se ve comprometido y amenazado.  La dignidad de la vida de cada cual no es un bien transable en un mercado. Hace tiempo ya el viejo Kant nos legó su tesis de que el humano es un ser que tiene dignidad, pero no precio. La dignidad representa un valor incondicional e incomparable, en cambio los precios tienen un valor condicional y comparativo.  Nunca el humano puede considerarse un mero medio o un objeto. Sin embargo, en nuestra América las elites de poder – incluso las que se dicen cristianas –  parecen no sacar todavía las consecuencias debidas de este aserto…

 

 

Pablo Salvat 

 

 

 

 

 

 

 



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Pablo Salvat Bologna

Doctor en Filosofía Política, Universidad Católica de Lovaina; Post-doctorado, La Chaire Hoover de ética Económica y Social, Bélgica; Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile.

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