Columnistas

¿Somos una sociedad camino a la decadencia?

Tiempo de lectura aprox: 3 minutos, 11 segundos

El historiador Arnold Toynbee en su “Estudio de la historia”, planteaba que las sociedades pasan por etapas que asemejan a los organismos: 1) una fase creativa, 2) una fase de civilización o de madurez estable y 3) una fase de decadencia.

Cuando esas sociedades pasan de la fase creativa a la de civilización, ya sus élites se han instalado de forma apoltronada y las generaciones sucesivas irán perdiendo la mística generatriz de nuevas oportunidades surgidas desde la voluntad y el genio, para reemplazarlas por el oportunismo y el ventajismo.

Desde esa plataforma acoquinada se lanzan prontamente a la decadencia, que es la incapacidad de administrar los valores estabilizadores de la sociedad, comenzando a ceder a los contravalores disolutivos de la misma: corrupción, nepotismo, arbitrariedad, autoritarismo, despotismo, sectarismo y segregación.

“La decadencia de Occidente”, la obra de Spencer, plantea también algo similar: cuando las minorías creativas se transforman en minorías instaladas, se abren las puertas de par en par al proceso de las minorías autoritarias, esa que se impone no por sus cualidades sino por sus poderes represivos, coercitivos, del dinero o institucional. La facción aristocrática (los más encumbrados) se mezcla con la del dinero(plutocracia) y de ello brota la semilla de la decadencia opulenta.




Chile no ha sido y nunca será un imperio-tampoco es una sociedad rica (aunque existen los súper ricos), pero por ello sufre o experimenta, de alguna forma, el proceso de esas minorías que siendo creativas (contrarrevolución neoliberal) accedieron al poder (golpe de Estado) y forman una especie de gobierno más o menos estable (régimen autoritario), para luego corromperse de manera escandalosa y simplemente decaen, hasta que precipitan el proceso de su “desalojo”, mediante las luchas sociales y políticas, apadrinadas por una nueva élite creativa, que no necesariamente conduce el proceso, pero sí arrebata el rol interpretativo.

También lo podríamos aplicar, este fenómeno, a lo que fue el período del “desarrollismo”, ese que parte en 1938 y se extiende hasta 1973.

Esta etapa desarrollista fue de enorme creatividad, pues desde ese tiempo (y un poco antes), vienen las teorías del desarrollo interno de los países no industrializados, de los procesos de industrialización moderna, la planificación del Estado, de las reformas agrarias y de la organización sindical y social abonada por una institucionalidad integrativa, es decir la voluntad de adelantar reformas sociales inclusivas, de participación ciudadana y de elevación de los niveles de educación.

El Estado se hace cargo del fomento de lo económico como de lo social, auspiciando una sociedad encaminada hacia mayores niveles de equidad, justicia y progreso compartido.

Con todo, la rémora social era más extensa y profunda que el potencial de progreso económico adelantado por la modernización. Por tanto, la prisa por acceder a las bondades del desarrollo, también resultó en ser más urgente y dinámica que la posibilidad de realizar los cambios estructurales que se requerían, en aras de transformar a Chile en una sociedad moderna.

El ataque al sistema vino de ambos extremos, el ataque del proletariado interno y de los “bárbaros” externos (término que Toynbee reproduce de la experiencia del imperio romano), que ante la impotencia del sistema para reproducirse de manera eficiente (progresiva), buscan asaltarlo desde los flancos económicos (la derecha nacional e internacional) y las izquierdas desde el flanco social.

El colapso del sistema desarrollista termina con el triunfo del autoritarismo violento de los “bárbaros” que atacaban desde la barricada de la derecha, con lo cual se comienza a instalar una nueva “minoría creativa” que propone e impone un modelo absolutamente opuesto al que ya  ha caído, vencido por los fusiles, amén de sus propias contradicciones y conflictos, que serán, finalmente, las causas más evidentes de su derrota.

Se impone un nuevo modelo llamado “neoliberal globalizado”, pues el de Chile es el único modelo auténticamente de mercados abiertos (aunque internamente se consolidan grandes oligopolios).

La fase violenta de esta nueva minoría “creativa” (1973-1988), es continuada por una fase edulcorada en lo político pero agudizada y profundizada en lo económico, pues las bases de la estructura desigual no solo se conservaron, sino que se profundizaron en el llamado tiempo de transición democrática.

En consecuencia, estas dos etapas del mismo modelo civilizatorio neoliberal han contado con 50 años de dominación. Es tiempo de analizar, entonces, en qué etapa nos encontramos: emergencia de las “minorías creativas”; en la fase estacionaria de equilibrio y tranquilidad o en la tercera fase de decadencia.

Es difícil establecer referencias en países como los nuestros, donde todo está mezclado y nada es completo o exhaustivo. Aquí en nuestra subdesarrollada región, las vanguardias creativas vienen ya corrompidas, las élites dominantes de la etapa civilizatoria se transforman en clubes corporativistas de poder centrípeto y defraudatorio y los gobernantes de la fase decadente solo atinan a “popularizarse” hasta lo patético, para poder ser aceptados dentro de su descompuesta e impresentable fisonomía.

En consecuencia, la corrupción cruza de punta a punta y de comienzo a fin, las etapas de los regímenes que nos dominan, por lo que siempre estamos con un pie en la pseudocreatividad y con el otro pie bien asentado en el estribo de la decadencia. Efímeros son los estadios de estabilidad civilizatoria que podemos encontrar en nuestra geografía y en nuestra historia.

Cuando estamos en el cénit de nuestro éxito (aparente o supuesto), debemos compararnos con otras partes más experimentadas o avanzadas del Planeta, así podemos deducir que, al parecer, más bien, nos encaminamos hacia un “crepúsculo veneciano”, es decir a uno lento pero persistente.

La decadencia parece ser nuestro sino, la corrupción su alma pervertida y el nihilismo nuestra impronta. Sin embargo somos creativos, pero de una forma que nos alejan de las tareas necesarias para alcanzar una mejor civilización.

 

Hugo Latorre Fuenzalida.

 

 

 

 

 



Foto del avatar

Hugo Latorre Fuenzalida

Cientista social

Related Posts

  1. Me agrada mucho ver cómo se produjo , en esta sección de comentarios, una interacción , un embrión de debate : una respuesta frente a uno de ellos ; creo que muy pocas veces se da , y ello me intrigaba , e intriga .

  2. Hugo Murialdo says:

    El autor de «La decadencia de Occidente», es Oswald Spengler, historiador y filósofo alemán que vivió entre los años 1880 y 1936.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *