
Longueira, el anticomunismo, SQM y la memoria corta
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El exsenador acusado de redactar leyes a medida de SQM reaparece con una carta anticomunista, intentando influir en las primarias del oficialismo desde una supuesta superioridad moral que no le corresponde.
La reciente carta firmada por Pablo Longueira y publicada en El Mercurio bajo el título “La primaria oficialista” busca advertir a los votantes del oficialismo sobre los supuestos riesgos de apoyar a Jeannette Jara, candidata del Partido Comunista, en la primaria de este fin de semana. Su argumento central es que un eventual triunfo comunista significaría un “cambio radical” con “consecuencias impredecibles” para la democracia chilena. A través de un tono alarmista y un relato lleno de certezas ideológicas, Longueira despliega un llamado explícito al voto por Carolina Tohá, candidata del PPD, como única opción razonable para preservar la gobernabilidad y el modelo institucional.
El texto, sin embargo, no puede ser leído de forma ingenua ni desligado de la figura de su autor. Pablo Longueira no es un ciudadano cualquiera emitiendo una opinión. Se trata de un actor político con una historia marcada por la estrecha vinculación entre poder económico y decisiones legislativas. En marzo de 2016 se hicieron públicos correos electrónicos que revelaron su rol directo en la redacción del proyecto de ley sobre el royalty minero. Como senador, recibió desde el Ministerio de Economía un borrador del proyecto y lo reenvió en minutos al entonces gerente general de SQM, Patricio Contesse, quien le respondió con indicaciones para modificar el texto legal. Estas recomendaciones fueron luego incorporadas en el proyecto de ley presentado al Congreso.
Por esta intervención, que constituyó una grave vulneración de los límites entre función pública e intereses privados, Longueira habría recibido pagos que bordean los 730 millones de pesos, según la investigación del Ministerio Público. Si bien siempre ha insistido en su inocencia, el daño a su credibilidad ética y política es irremediable. Renunció a la UDI sin dar explicaciones al país y su figura quedó asociada a una de las mayores crisis de confianza en la política chilena.

Es por ello que resulta particularmente grave y revelador que una figura con ese historial pretenda hoy erigirse como voz autorizada para advertir sobre los “riesgos” que entrañaría el triunfo de una candidatura comunista. Su carta no solo destila un anticomunismo anacrónico, sino que también opera como una estrategia de miedo. Longueira revive el viejo fantasma del extremismo político, intentando posicionar al Partido Comunista como una amenaza a la estabilidad democrática, en circunstancias que este ha sido parte del gobierno democrático del presidente Boric y ha tenido una participación institucional incuestionable en las últimas décadas.
Su intervención busca influir en un debate que no le pertenece y cuyo desenlace debería estar exclusivamente en manos de los electores del oficialismo. Llama la atención también el doble estándar: quienes han sido protagonistas de prácticas que socavaron la fe pública hoy se presentan como guardianes del orden democrático. La paradoja es evidente y preocupante.
La carta de Longueira no es solo una opinión personal; es parte de un movimiento táctico. Busca influir en una primaria donde se enfrentan dos proyectos distintos dentro de la izquierda: uno socialdemócrata, el otro con arraigo en la tradición comunista. Pero más allá de esa competencia legítima, lo que está en juego no es un supuesto apocalipsis institucional, sino el liderazgo de un sector que ha contribuido de manera diversa a la reconstrucción democrática del país.
Los votantes del oficialismo tienen plena capacidad para evaluar las propuestas de Jara y Tohá sin la necesidad de advertencias catastrofistas provenientes de figuras deslegitimadas. La democracia se construye con debate informado, no con llamados encubiertos al miedo. Si algo ha enseñado la historia reciente de Chile es que la ética pública importa, y quienes la traicionaron no pueden volver a ocupar el centro del escenario como si nada hubiera pasado.
Santiago Robles






Patricio Serendero says:
Pablo cuanto?