
Hace seis años se demostró que la carcoma de la corrupción tenía al sistema al borde del precipicio. Que la institucionalidad que da sustento a la superestructura del Estado no valía más que la rabia contenida de millones. Diputados y senadores eran sujetos repulsados por la población. Las fuerzas policiales abandonaban sus cuarteles, se declaraba la guerra a un enemigo














