Ha pasado una semana desde la segunda vuelta presidencial del domingo 14 de diciembre y el país comienza, lentamente, a dimensionar el alcance político del triunfo de José Antonio Kast.
El reciente triunfo de José Antonio Kast, representante de la ultraderecha chilena y heredero político del pinochetismo, ha abierto un nuevo ciclo político marcado por la incertidumbre y la amenaza de retrocesos en derechos sociales, ambientales y democráticos.
Lo que Chile necesita ahora es una profunda renovación intelectual de sus fuerzas progresistas, un doloroso reconocimiento de sus deficiencias y fracturas.
En mi consideración analítica, la principal dificultad que enfrenta José Antonio Kast radica en el diagnóstico inicial desde el cual pretenden proyectar una eventual acción de gobierno. Dicho diagnóstico, a la luz de los indicadores empíricos disponibles, resulta manifiestamente desacertado.
La Asociación de Juristas por la Democracia (AJD), junto a la Asociación Americana de Juristas (AAJ) y la Plataforma Internacional por los Derechos Humanos, emitió una declaración pública rechazando de forma categórica las palabras del presidente electo chileno, quien en Buenos Aires afirmó que respaldaría una eventual acción militar de Estados Unidos contra Venezuela.
La diferencia fue inmediata y brutal. Mientras los grandes medios internacionales informaban la victoria de José Antonio Kast como el triunfo de un líder de ultraderecha —ultracatólico, autoritario, heredero político del pinochetismo—, en Chile la cobertura fue otra: sobria, institucional, casi administrativa.
Rasgarse las vestiduras y presentar la derrota de Jeannette Jara señalando que llegó la hora de una reflexión profunda y llamar a un zafarrancho de combate en defensa de la democracia es volver a caer en la incongruencia de quienes hace tiempo dejaron de luchar por ella.
Si algo dejó en evidencia la elección presidencial del 14 de diciembre es que la transición política chilena no solo terminó en el gobierno, sino también en la oposición.
Es necesaria la autocrítica de los derrotados, así como la templanza de los nuevos mandatarios. Porque en muy claro, también, que tenemos una población profundamente dividida e indignada por las desigualdades sociales, el sectarismo, el caudillismo y el ideologismo insensato. Los que de prolongarse continuarán tensionando gravemente nuestra convivencia.
La formidable coalición de fuerzas políticas democráticas, progresistas y revolucionarias, de Chile, sufrió ayer una de las mayores derrotas de su larga y honrosa historia, con justicia reconocida y admirada en el mundo entero. Esta derrota resulta tanto más dolorosa por cuanto les fue propinada por su propio pueblo.