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Unidad Latinoamericana, un imposible mientras reine el neoliberalismo

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No es el neoliberalismo propiamente tal el verdadero escollo; sí lo es el pequeño grupo de mandantes que sojuzga a casi todas las naciones del sur del continente transformándolas en sus colonias y muchos de los noveles referentes de una izquierda light o ‘whiskierda’ 

 

 

La tan deseada “unidad latinoamericana” propugnada por algunos de nuestros libertadores se ha convertido en una utopía que, además,  tiene características de mito urbano. Nunca ese propósito se había  alejado tanto de su posible concreción  como lo ha hecho en estas últimas décadas.

 

 

Durante mucho tiempo nuestro país, a nivel oficial, empujó ese carro y lo hizo con absoluta convicción pese a ser consciente de cuán ímproba era aquella esperanza. De hecho, las autoridades bautizaron a una de las estaciones del Metro de Santiago con el nombre de Unión Latinoamericana (ULA). Un romántico saludo a la bandera.

 

Pese a que existen mil elementos que unen a las naciones del subcontinente, la división e incluso el encono han impuesto sus términos y hoy la pretendida unidad es un grito en el desierto. El lenguaje, la hermandad racial, las etnias originarias, la geografía, algunas tradiciones, etc., no se consideran ahora como pegamento de nada. Incluso algunos deportes sirven para encarnar odiosidades y cimentar desprecios.




 

La Historia tampoco ha ayudado mucho para acercar a los pueblos del subcontinente. Las guerras del pasado sirven como acicate  para las divisiones. La guerra del Pacífico, la guerra del Cóndor, la guerra de las Malvinas, la guerra del Paraguay, la guerra del Chaco, la rivalidad perenne Colombia-Venezuela, son ejemplos de lo mencionado.

 

Hace pocos años, los presidentes Evo Morales, Lula da Silva y Michelle Bachelet acordaron mancomunar los esfuerzos de los tres países para dar curso final a la Carretera Transamazónica, que unirá el puerto paulista de Santos (en el Atlántico) con nuestra querida Arica (en el Pacífico), cruzando por cierto no sólo el mato grosso brasileño, sino también todo el territorio boliviano, para remontar Los Andes y caer finalmente en los pequeños y ocultos valles del sin igual desierto pampino y calichero, hasta alcanzar el bordemar de nuestras hermosos puertos nortinos.

 

Se trata de una obra de ingeniería vial que debería representar un sólido avance en la unidad comercial, tecnológica, industrial, cultural y turística de América del Sur…amén de constituir un espléndido puente que conduce a los mercados asiáticos y oceánicos.

 

Todo comenzó a cambiar cuando el presidente Evo Morales dio un giro a este asunto y privilegió la construcción no ya de una ‘carretera’ sino de una vía férrea: la Transamazónica, mega obra ingenieril que conectaría el puerto de Santos (Brasil) con algún puerto del sur del Perú, pasando por territorios de Paraguay, norte de Argentina y Bolivia.  Chile quedaría ausente en este plan.

 

Sin embargo, el presidente chileno, Sebastián Piñera, hace ya algunos meses manifestó a la prensa que había sostenido una fructífera conversación telefónica con Jair Bolsonaro, mandatario brasileño. Aseguró que habían conversado sobre variados temas y uno de ellos habría sido el Corredor Bioceánico que uniría el Atlántico (puerto de Santos, Brasil) con el Pacífico (puertos chilenos de Arica, Iquique y Antofagasta). Si ello se concretase sería un duro golpe para las pretensiones y esfuerzos de Palacio Quemado que ya tiene terreno avanzado en cuanto a la red ferroviaria del Tren Bioceánico mediante pre acuerdos con Brasil, Paraguay, Argentina y Perú.

 

En fin, sea cuál sea la respuesta que obtenga este asunto de la conexión bioceánica, es un hecho que en esta especie de ‘gallito’ una vez más medirán  fuerzas La Moneda y Palacio Quemado. Ahora, el juez será el Palacio de Planalto.

 

¿Necesita más ejemplos de la (des)unión latinoamericana? Piense entonces en la Venezuela actual, abandonada e incluso atacada por quienes se suponen debían ser sus ‘hermanos’. ¿Los motivos de ello? ¿Políticos? No…económicos, de esos que interesan al poderoso patrón del norte, Estados Unidos, única nación del planeta que cuenta con la extraña capacidad de “vislumbrar (o inventar) la existencia de ‘dictaduras’ sólo en aquellas regiones donde hay petróleo”.

 

La balanza se inclinó definitivamente hacia la derecha y hacia el capitalismo. Ello ocurrió en el año 1988, con la caída de los muros ideológicos y el triunfo del neoliberalismo salvaje. Todo lo que se había avanzado en materias políticas y económicas se vino al traste. En nuestro subcontinente  la ‘tercera vía’, los ’no alineados’, los socialistas cristianos, el cooperativismo, murieron de una sola andanada.

 

Ni hablar entonces del socialismo y el comunismo. .Allende había sido un icónico mártir en ese combate desigual. Vendrían otros más tarde, como Zelaya en Nicaragua, o Lula y Dilma en Brasil, Chávez en Venezuela, el traicionado Correa en Ecuador, Fernando Lugo en Paraguay…en fin, sólo Cuba sigue enhiesta y con sus banderas al tope, acompañada en ese actitud de independencia por Bolivia gobernada por Evo Morales, y por la tan criticada Venezuela bajo el mandato de Nicolás Maduro.  Ortega, en Nicaragua, sobrevive aún a todo el andamiaje lanzado en su contra desde Washington.

 

¿Y el resto de las naciones latinoamericanas? Se han alineado obsecuentes al llamado de Washington en cuanto a retirarse de cuanto pacto, convención o grupo favorable a la unidad exista. Se integran a nuevas organizaciones administradas desde un simple escritorio en la Casa Blanca o en el Pentágono. Incluso a sus más fervientes seguidores les resulta es imposible desmentir que Bolsonaro (Brasil), Duque (Colombia), Macri (Argentina), Piñera (Chile), Moreno (Ecuador), Vizcarra (Perú), Benítez (Paraguay), Cortizo Panamá), Hernández (Honduras), Jimmy Morales (Guatemala), Bukele (El Salvador), son gobernantes que no firman un solo documento sin mirar hacia Washington, o hacia el FMI,  esperando el visto bueno respectivo.

 

No podemos tampoco perdernos ni marearnos con viejas prédicas que terminaron en fracasos. El socialismo no logró unir a Latinoamérica. Nunca pudo hacerlo, ni en el mejor de sus momentos. Un ejemplo de ello y que nos toca de cerca como chilenos fue el asunto de “mar para Bolivia”, cuestión que ni siquiera Salvador Allende pudo zanjar.  Aún más, si hoy día se realizase en Chile un plebiscito para decidir entregarle salida al mar a Bolivia por el norte de nuestro país, el resultado de esa consulta sorprendería a muchos, ya que el NO podría salir triunfador superando con creces el 50% de los sufragios. ¿Unidad, hermandad? La soberbia nacionalista ha impuesto sus términos en países como Brasil, Chile, Ecuador, Colombia, Paraguay, Perú y Argentina, bajo gobiernos derechistas o ‘independientes’, que vienen a ser una forma menos dura de derechismo, cual es el caso de Bukele en El Salvador y Vizcarra en Perú. 

 

La tan ansiada y bandereada ‘unidad latinoamericana’ no la logró el socialismo en su mejor época, y la detesta (y combate) el neoliberalismo en la actualidad. Cada día que transcurre en nuestro subcontinente ese sueño se va desvaneciendo… se deshace como azúcar en el agua. Incluso grupos y partidos dizque ‘izquierdistas’ en Chile atacan, abominan y aíslan al gobierno socialista venezolano. Obviamente, esta novel izquierda light, o whiskierda, si alguna vez llegase a ser gobierno, difícilmente movería un dedo en pro de la ansiada unidad. Por ello, en cuanto a mis amores, sólo queda Cuba, pero…

 

Mis amigos ‘doble ele’, Latorre y Latoja –escritores rancagüinos-, me lo habían sugerido hace doce años. “Tienes que visitar Cuba antes que Fidel se vaya; después será otra Cuba”. Presencié a tantos chilenos viajando a la isla con afanes de curiosidad más que de turismo, pero nunca pude contar con el dinero necesario para abordar un avión hacia el Caribe. ¡Si hasta derechistas recalcitrantes –borrando con el codo lo que habían escrito con sus manos- se dejaron caer por La Habana, Varadero y otros lugares isleños! Y yo fui incapaz de hacerlo. He ahí mi dolor.

 

Al igual que la Revolución y la Unidad Latinoamericana, mi vida comienza a transitar sus últimos escarceos y senderos. Ya no hay tiempo ni voluntad, pues ahora es tarde. Creo que tal como le sucedió a la mentada Unidad, Cuba será pronto un país absorbido por el neoliberalismo y su pasado revolucionario servirá como acicate extra para el turismo.

 

Puedo estar equivocado (y ojalá lo esté), pero eso es lo que pienso. Por ello, lloro recuerdos y sorbo nostalgias.

 

 

 

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