Crónicas de un país anormal

El arte de pasar desapercibido no oculta la responsabilidad de la Concertación en la crisis social

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Foto: Agencia UNO

Como en la obra Fuente ovejuna, ninguno de los protagonistas de esta transición pactada con el dictador Pinochet quiere hacerse responsable: lo más fácil es permanecer callado, hacerse el desentendido e, incluso, convertirse en el profeta que anunció previamente el escenario del estallido social del 18-0.

 

Así me cargue Sebastián Piñera y, además, le tenga justa antipatía a la derecha chilena, una de las más autoritarias y cavernarias del mundo, reconozco que gran parte de la responsabilidad por el abuso y la inicua desigualdad también corresponde a los partidos que un día formaron parte de la Concertación por la Democracia.

 

La Concertación comenzó, no sólo pactando con el dictador, sino también, y hasta hoy, honrando el pacto de 1989, letra por letra. Veamos: los dirigentes en ese entonces aceptaron la cláusula de dejar incólumes todos los privilegios auto-atribuidos de las Fuerzas Armadas y de Orden, entre ellos el no inmiscuirse en el manejo de los millones de dólares recibidos por la famosa Ley Reservada del Cobre; al no existir ningún control civil, los militares tuvieron libre disposición para utilizar los cuantiosos fondos según su voluntad, que, al final del proceso, terminó en el “Milicogate”, en que, además, los dos últimos generales en jefe terminaran en los tribunales de justicia por enriquecimiento ilícito.

 

Hasta hoy, ninguno de los ministros de Defensa de la transición a la democracia ha respondido ante la ciudadanía por la falta de fiscalización de los dineros del tesoro nacional, (al fin y al cabo, la plata pública, como no es de nadie y es de todos los ciudadanos, es como “Moya”, que siempre paga).




 

Al “Milicogate” le sucedió el “Pacogate”, llevado a cabo por la sección de inteligencia de Carabineros, implicados en el desfalco, durante decenios, de millones de dólares. Si no hubiera sido por la alarma dada por un funcionario bancario de Punta Arenas, todo hubiera restado en la oscuridad y, por tanto, los carabineros hubieran seguido robando hasta el infinito.

 

Augusto Pinochet cumplió a medias el pacto con los civiles, pues lo trasgredió apenas se tocó a su familia, (especialmente a su hijo, Augusto Jr.), dando lugar a los “ejercicios de enlace” y el “boinazo”, pero la Concertación “ganó” por logro de mantener “la democracia tullida” hasta hoy: el precio de mirar a un costado los negociados de los militares a condición de que no sacaran tanques a la calle.

 

El negocio de las armas ha sido, a través de la historia en los diferentes países, un foco de corrupción y de enriquecimiento ilimitado: la mayoría de los nuevos ricos durante el reinado de Felipe Igualdad, por ejemplo, fue producto del negocio de la venta de armas, (hasta el filósofo Voltaire ganó más dinero por la venta de armas que, que como escritor).

 

En la actualidad, la compra-venta de armas permite para quienes tramitan esta transacción más del 10% del monto total del negocio, (nada de raro en el último viaje de Pinochet a Londres que la justificación del pasaporte diplomático, otorgado a Augusto Pinochet Ugarte, hubiera sido la tramitación de este tipo de negocios).

 

No cabe duda de que los primeros gobiernos de la Concertación estuvieron controlados por el general Augusto Pinochet, comandante del ejército, junto con la Constitución de 1980, con senadores designados incluidos. El general en jefe se creía el protector y defensor del Presidente Aylwin y, por consiguiente, de la democracia, (llegó hasta decirle que gracias a él en Chile no existían los “carapintadas”, como en el gobierno de Argentina).

 

Cuando se dio la oportunidad de acusar a Augusto Pinochet, ya senador vitalicio por ese entonces, unos pocos honestos diputados de la Concertación iniciaron un proceso de acusación constitucional, pero la maquinaria del gobierno de Eduardo Frei Ruiz-Tagle se lanzó contra los diputados acusadores, e hicieron lo posible para frenar el intento de acusación, (nunca podremos olvidar a Eduardo Frei Ruiz-Tagle y a sus ministros, defensores del tirano, pero algún día, quizás no muy lejano, se dé el ajuste de cuentas).

 

En una buena mañana, cuando dictador Pinochet despertaba de la anestesia, en una de las elegantes clínicas de Londres, por un ojo vio que estaba rodeado de policías por orden del juez, Baltazar Garzón, que lo requería por crímenes de lesa humanidad.

 

Nuevamente Eduardo Frei y su ministro del Interior, José Miguel Insulsa usaron todos los recursos humanos e inhumanos, para asegurar al gobierno laborista inglés, (en ese tiempo en el gobierno), que Pinochet sería juzgado en Chile con todo el “rigor de la ley”, como correspondía a un país donde existe “la igualdad ante la justicia”. El ministro Insulza tal vez pensaba que los laboristas ingleses eran ignorantes, o bien, olvidaban que los tribunales chilenos habían negado los recursos de amparo, presentados por los detenidos desaparecidos. A Frei e Insulza, (con el apoyo del Vaticano, especialmente de Ángelo Sodano), les debemos el regreso del “Tata” en gloria y majestad, con plena sonrisa y dejando de lado sus muletas.

 

El Chile de hoy amaneció distinto y ya comienza a recobrar la memoria y, a lo mejor, llegará el momento de la rendición de cuentas. El pedir perdón sólo exige unas dos o tres palabras, pronunciadas de boca para afuera, el verdadero cambio consistiría en que, al menos, los “auto-complacientes” de la antigua Concertación reconocieran que los “auto-flagelantes” estaban en lo cierto.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

02/01/2020     

               

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  1. juan rulfo castillo says:

    OTRO SINVERGUENZA QUE COME DE LA MISMA OLLA QUE EL PIRAÑA ASESINO……COMO ES POSIBLE QUE ESTE NARIGON SIGA ESCONDIDO…..
    FUERA MANGA DE PAYASOS

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