Crónicas de un país anormal

El tirano Trump y el doble estándar de los fascistas

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Estados Unidos es un país estructuralmente racista: en nombre de Cristo, españoles, holandeses, británicos, portugueses y franceses instauraron la caza y el comercio de los negros. En el caso de España los conquistadores leían la biblia a los indígenas y, aun cuando no entendieran el mensaje que querían transmitirles, si no lo aceptaban según sus las condiciones, se les consideraba enemigos de Dios y, por consiguiente, se les declaraba la guerra.

El sátrapa Donald Trump usó a las Fuerzas Armadas para que despejaran la calle y él pudiera fotografiarse con la biblia en la mano, frente a la iglesia de los Presidentes. Las guerras de religión han sido de las más mortíferas en la historia de la humanidad: matar en nombre de Cristo, Mahoma o Jehová era el pasaporte al cielo en las religiones monoteístas.

La hipocresía ha sido parte consubstancial a las religiones de textos, (la Biblia, El Corán y la Torá), pues divide a los hombres entre buenos – los creyentes –  y malos – los paganos -. Hanna Arent define muy bien el proceso de deshumanización y burocratización de los SS: se trata de convertir a los judíos en seres infrahumanos.

Los yanquis, (blancos, anglosajones y protestantes), han precedido el proceso de deshumanización del otro, años antes del triunfo de A. Hitler. El “hombrecillo austriaco”, se le llamaba en la época, no inventó el antisemitismo, pues ya estaba instaurado en Francia, (ver vaso Dreyfus), y antes, en la Peste Negra, (siglo XIV), en que se acusaba a los judíos de haber envenenado los pozos de agua, incluso, se sospechaba de su relación con el demonio, pues ellos se contagiaban menos gracias a los higiénicos ritos religiosos. El lavado de manos, como podemos comprobar, es una buena herencia del Deuteronomio.




La práctica del imperialismo norteamericano está marcada por la hipocresía: son buenos aquellos que se rebelan en Hong Kong contra los chinos comunistas, y malos quienes asaltan y roban en los mercados en las grandes ciudades norteamericanas; son buenos los que combaten a Nicolás Maduro, pero malos quienes lo hacen contra la dictadura de Trump.

Las vidas de los coreanos del Norte, de los vietnamitas, de los guatemaltecos, de los dominicanos, de los iraquíes, de los sirios, de los libios, de los afganos, de los panameños, de los granadinos, incluso, de los argentinos, de los mexicanos, importan muy poco para un grupo de norteamericanos, pues no son seres humanos. En este sentido no guardan ninguna diferencia con los nazis.

En la época del esclavismo, que no es monopolio de los anglosajones, sino también de latinos, españoles, portugueses y, sobre todo, de franceses, se vendían los esclavos poniéndole precio según su estado de salud, su fortaleza muscular y su juventud y completa dentadura, (como en el mercado de caballos, el comprador podía abrir la boca al objeto a comprar).

Hacia 1900, inicio del siglo pasado, los franceses instalaron un stand en que se exhibía a los negros provenientes de Senegal, y la operación tuvo tal éxito que se transformó en un circo, incluso, los negros formaron un “sindicato” que amenazó con la huelga a los dueños por reivindicaciones salariales. (Los famosos derechos humanos fueron redactados por esclavistas de Santo Domingo y de Martinica). El club de los amigos de los negros, presididos por el abate Gregorio, era muy minoritario en la Revolución Francesa. Muchos girondinos eran propietarios de “plantaciones de esclavos”.

En los estados del Sur de la Unión la explotación de los esclavos era el modo de producción hegemónico, y el algodón, un producto de exportación muy apreciado en Europa; por el contrario, los estados del Norte eran industriales.

El triunfo de Abraham Lincoln en la guerra civil logró imponer la enmienda 14 en la Constitución, por la cual se consagraba la igualdad entre negros y blancos, sin embargo, los derrotados confederados aplicaron el principio de “iguales, pero separados”.

El ser afrodescendiente significa, igual que para el pobre, una vida corta, si logra salvarse de alguna balacera, especialmente, en el comercio del narcotráfico, como también una vida miserable en las covachas de los guetos de Baltimore, acompañado de ratas (como el famoso gueto de Varsovia en la época de los nazis). El negro, considerado subhumano, no tiene derecho a la vida, a la justicia y a la protección del Estado.

Hasta ahora, ningún Presidente de Estados Unidos ha logrado erradicar los guetos de miseria, especialmente en las principales ciudades del Sur. (Si visitamos el cementerio en Nueva Orleans, por ejemplo, veremos tumbas de negros con nombres franceses). En mi experiencia como profesor en la Universidad Eduardo Modlane, en Maputo, (ex Lorenzo Márquez), algunos nombres de mis alumnos que recuerdo, eran, por ejemplo, Castigo, Angustia, Desesperanza…Dicho sea de paso, cuando Mozambique era colonia portuguesa, se aplicaba el Apartheid. Los esclavos encadenados entraban a la ciudad, después del toque de queda, para limpiarla; para casarse, debían pagar a los familiares el “lobolo”, (dote), que era devuelto junto con la mujer si no era buena trabajadora en el campo y si no le daba hijos.

El doble estándar existe en Estados Unidos y en todos los países, incluido Chile, repugnante sociedad que se auto-califica de respetuosa de las libertades individuales, la democracia y la igualdad republicana ante la ley, pero no son otra cosa que podredumbre corrupta, en que los ricos consumen gran parte de torta, en detrimento de la mayoría, que son los pobres, condenándolos a una muerte prematura o bien, a la cárcel. Este es el resultado del nefasto y salvaje sistema neoliberal, que hace más ricos a los pocos ricos y más miserable a la inmensa mayoría.

Si el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya sirviera para aplicar justicia, Trump debiera haber sido condenado por ese Tribunal como genocida.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

05/06/2020

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La idea de decadencia en la historia occidental

Andrés Bello, Santiago 1998

 

 

 



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