Crónicas de un país anormal

Sebastián Piñera, el cirujano turnio

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La gente de un país, o una persona, dudo que se entregaría en manos de un cirujano tuerto, pues es casi seguro que dirija el bisturí a un órgano sano y lo extirpe, en vez de aquel que está enfermo. En el caso del jefe de los cirujanos, Sebastián Piñera, no sabemos si está un poco perdido a causa de tantos problemas que ha tenido que afrontar, especialmente a partir del 18-0, o se encuentra entre la espada y la pared, (“si me la ponen, me matan, si me la sacan me muero”).

El Presidente Piñera tenía claro que debía gobernar para los ricos – para él el primero -. La historia ha demostrado ser mucho más útil la opción por los ricos que por los pobres o, bien implementar algunas medidas que dejaran contentos a los ciudadanos de las capas medias.

Cuando los prepotentes chilenos creían pertenecer al país “más desarrollado de América Latina”, (a punto de igualar a Portugal), era factible esta alianza entre los pocos millonarios de Chile con las capas medias, una unión entre la centroderecha y la centroizquierda, o la alternancia en el poder entre una y otra, y podría decirse que se había llegado a una democracia plena.

El que los políticos estén separados de los ciudadanos pobres, y que aparenten no saber, por ejemplo, cómo se les atiende en los hospitales, en la forma de vida en los confinamientos en las cárceles, que se ven forzados a guarecerse en campamentos o en piezas minúsculas, en donde viven cinco o seis personas hacinadas, que carecen de fuentes de trabajo, o empleados mal remunerados, (situaciones todas que vemos en películas, en el cine, pero raras veces en columnas de diarios del duopolio).




Para los turistas que nos visitaban, Chile era un país de clase media, con barrios de casas muy bonitas, y a cien kilómetros de la playa a la cordillera y viceversa, ideal para disfrutar de las cálidas noches, sin que fueran asaltados por delincuentes en el centro de cualquier ciudad. Ninguna comparación con otros países del área donde aún son frecuentes los asaltos, incluso, durante el día.

El dictador, Augusto Pinochet, que “tuvo el buen tino de gobernar para los ricos y matar a los “rotos”, confinó a los pobres a vivir en guetos, en la zona suroeste de Santiago, a fin de que siguieran invisibles para quien quisiera visitar este “Edén” neoliberal. La solución era tan vieja como el mundo – el famoso “apartheid”-.

Nada mejor para el mundo de los ricos que hasta los socialistas se convirtieran en capitalistas, y que compartieran los mismos barrios y fueran también dueños de amplias viviendas y que, además establecieran parentescos. Todos ellos leían El Mercurio, en la mañana del domingo, y La Segunda, en la tarde, de lunes a viernes y, con frecuencia, compartían el noticiero del Canal 13.

Este “paraíso terrenal”, de una larga fiesta colonial, despertaron de la noche a la mañana con enormes manifestaciones de descontento juvenil: primero fueron los “pingüinos”, durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, después durante el gobierno de Piñera 1, el levantamiento de las regiones en demanda en contra del centralismo santiaguino y, para culminar con las manifestaciones universitarias por el fin del lucro y por la gratuidad en la educación.

La casta política no debía guardar ningún temor a las elecciones, pues los ciudadanos siempre terminan dándole el voto a sus mismos representantes de antaño, (para la presidencia, o es Piñera, o Bachelet y, esta vez, en las próximas elecciones, los ciudadanos votaran por el alcalde Joaquín Lavín, que ya ha adelantado su campaña en los Matinales de los distintos Canales de televisión).

Sebastián Piñera enceguecido, y con dos o tres diabluras, asegura el reinado incólume de los dueños de Chile y vaticina el poder hacia la eternidad. Con respecto a los últimos acontecimientos, le fue imposible desconocer sus derrotas, especialmente la de la reforma constitucional, que ahora permite el retiro del 10% a los afiliados a las AFPs, que aún consideran el centro neurálgico del sistema económico chileno.

Piñera puede ser asociado a aquellos personajes porfiados, que se niegan a ver la realidad, una especie de esquizofrénicos; en estos días, posteriores a la aprobación de la reforma constitucional, en ambas Cámaras por 2/3, se ha podido constatar la situación desesperada en que se encontraba la mayoría de los chilenos, materializada en las enormes colas para hacer preguntas y otros trámites para el retiro del 10% recién aprobado. Como en el mito de Sísifo, un trabajo esforzado de ciudadanos, completamente inútil y, además, con los riesgos de ser contagiados con el Covid-19.

El Presidente, en su mundo de Bilz y Pap se niega a aceptar, por ejemplo, que sus cajas de alimentos tienen poca utilidad, (les alcanza, apenas, para tres días, según una nutrióloga), y los contraceptivos no sirven para personas famélicas, cuya pulsión erótica está, en la práctica, dominada el tánatos.

Para realimentar a las AFPs hay un recurso de fácil despacho: consistiría en la aprobación de proyecto de ley, ya presentado al Congreso, que permitiría a estas instituciones la compra de Bonos de deuda de grandes empresas chilenas, sin ninguna calificación y, además, a muy largo plazo. El dinero es deuda, por consiguiente, cualquier inversionista quiere asegurar que, al final del plazo, recibirá su capital y los intereses acordados.

Las calificadoras de riesgo sirven para informar al comprador de Bonos qué posibilidad tiene que la empresa le devuelva el capital y sus intereses, y no se declare en quiebra, en consecuencia, los intereses son mayores cuando hay más riego, y cada Bono está clasificado con una letra – de la A a la E -, y mientras más baja es la clasificación, se les lama “Bonos basura” que, normalmente, ningún fondo de inversión los compra, salvo que tenga la intención de especular- a estos se llama “Bonos buitre” -.

Cualquier empresa puede decir que necesita millones de dólares y para que se los presten emiten un papel llamado Bono, en que se comprometen a pagar lo prestado, incluidos los intereses y, al no ser calificado, el riesgo de default puede ser de proporciones.

El cirujano tuerto, Sebastián Piñera, nunca va a entender que la responsabilidad del Estado es proteger a todos ciudadanos y no solamente a seguir enriqueciendo a los potentados.

 

Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

27/07/2020

 



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