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18-O: qué hemos ganado en estos dos años

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Llegamos al segundo aniversario del 18 de octubre de 2019, fecha que marca el inicio de la revuelta popular, con extrema cautela, un poco crispados, con la mandíbula tensa. Son dos años demasiado largos y grises, pesados, sumergidos en un proceso que no encuentra su salida. Tienen razón quienes han calificado este aniversario como una conmemoración, como las grandes fechas que marcan la historia de este sufrido país. No hay mucho que celebrar más allá de la irrupción enrabiada de un pueblo cansado de ser humillado y pisoteado por las clases que detentan el poder.

Es un momento triste y será necesario conmemorar y honrar a las decenas de muertos asesinados por las fuerzas del Estado, a los millares de heridos, lesionados y cruelmente cegados, como Gustavo Gatica y Fabiola Campillai, a los cientos de presas y presos políticos, muchos de ellos aún encerrados por un estado cristalizado y vengativo. No hay nada que festejar cuando un gobernante despiadado continúa en el poder arropado por la clase política, cuando todos aquellos que mataron y violaron los derechos humanos de los manifestantes no solo siguen en libertad sino continúan en sus cargos para la represión y tortura.

La revuelta popular, cuyo espíritu está plenamente presente, ha golpeado a un régimen que desde hace dos años inició su caída final. El estallido de aquella semana de octubre fue el efecto de todas las políticas aplicadas de manera ubicua por las corporaciones y el capital financiero desde los albores de este proceso espurio llamado “transición a la democracia”. Pero hoy bien sabemos que todos estos años han sido la continuidad natural de un camino diseñado y aplicado por las oligarquías durante los años más bestiales de la dictadura. Un régimen económico y político, un traje a la medida de los grandes propietarios, que ha llevado el sello  de una de las constituciones probablemente más tramposas e injustas del mundo.

Sabemos más, somos más conscientes de nuestra identidad, de la infame naturaleza del régimen que nos aprieta y del futuro que nos queremos dar. Eso nos ha dado la revuelta, como también una mayor fortaleza como pueblo. A dos años de aquel octubre hemos perdido el miedo, que es tal vez la mayor de nuestras conquistas. Un carácter que es también entereza y deberá resistir los contragolpes que preparan las elites, en estos días en pleno desarrollo.




El deterioro del orden neoliberal, de la democracia pactada hace más de treinta años, ha derivado en su colapso. En estos dos años las evidencias de la corrupción completa del régimen, fluyen desde todos los poderes del Estado. En este fango el gobierno es solo una pieza más que flota en un mar de inmoralidades. Se trata de un trance que en estos años hemos detectado y descifrado. Un síndrome morboso que data desde aquel pacto que hizo la Concertación con la derecha y todos los representantes de la dictadura cívico militar. El daño al país no solo lo hizo la oligarquía propietaria; a partir de 1990 toda la clase política, con la Concertación en el podio, en un periodo que será parte de las mayores vergüenzas de nuestra historia.

En estos dos años, que pasamos gran parte del tiempo encerrados y temerosos del virus, la conciencia del pueblo se ha expresado en las escasas manifestaciones que fueron posibles. Lo hicimos al repudiar de forma masiva la constitución de Pinochet y Lagos y en las elecciones de constituyentes y municipales con un golpe certero a las derechas, tendencia que probablemente se repetirá en las presidenciales y parlamentarias de noviembre.

En eso estamos. En medio de un proceso social y político de grandes alcances. Con certeza, en una crisis terminal y aguda del orden neoliberal en vigor desde la dictadura y probablemente en el inicio de un nuevo régimen cuya instalación está llena de incertidumbres.

Somos más conscientes y estamos de pie. Y sabemos qué queremos. Este 18 de octubre volvemos a las calles para vernos, abrazarnos, y llenarnos de energía para continuar en una batalla que apenas comienza.

 

Por Paul Walder

 



Periodista

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