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Cuba siempre en el corazón

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El primero de enero la revolución cubana cumple 63 años. Puntualmente en cada uno de ellos, el vaticinio imperialista la ha hecho caer estrepitosamente.

 

Sin embargo, ha resucitado cada día para ocupar el lugar que la historia le ha reservado, para ejemplo y esperanza de los pobres del mundo. Extraña y singular proeza la de sobrevivir cada día teniendo a tiro de cañón al enemigo más encarnizado de los pueblos, que ha hecho cuanto ha podido por exterminar Cuba.

 

Porfiada y rebelde, por su sola existencia se transforma a diario en el fracaso permanente del imperialismo.

 

En estos años, Cuba jamás ha dejado de resistir no sólo el bloqueo que viola las consideraciones humanas más mínimas, las leyes internacionales y la opinión mayoritaria de las Naciones Unidas que puntualmente, año tras años, han insistido en que ese cerco criminal termine.




 

En sus años de vida la Revolución cubana también ha debido superar a diario sus propios errores. Como se sabe, estos escollos son mucho más difíciles de descubrir y de vencer, que el enemigo que se tiene enfrente.

 

Finalmente, la revolución es una construcción humana. Nadie ha dicho que hacer una revolución sea coser y cantar sobre todo cuando se piensa por propia cabeza y se camina por propio pie.

 

También ha debido sufrir del cariño desmedido de algunos de sus amigos y admiradores, sobre todo el que construye su idea de Cuba sobre la base de lo que cree, de lo que sueña e idealiza y no sobre lo que realmente es: un país que vive anclado en el duro suelo de la verdad cotidiana.

 

La tosca vida diaria que muchas veces no se entiende, causa un doloroso penar entre quienes han sido afectados por la mala información o el prejuicio. O por un idealismo que no deja ver la realidad.

 

Cuba es producto de un momento preciso de la historia, y se yergue con certezas y dudas, con aciertos y errores. Pero, por sobre todo, la revolución cubana es producto de la decisión de un pueblo de no rendirse jamás.

 

Parece que la enseñanza de Cuba es que la revolución no es una meta fija, sino un proceso eterno.

 

Por eso, quienes mejor la entienden y aceptan son los que han conocido de cerca la amargura de la pobreza sin esperanza, los que han sufrido el desprecio burlón e inhumano del poderoso, el apretón brutal de la guerra injusta o el mendrugo negado.

 

Es que, por sobre todo, Cuba es un ejemplo que resume la esperanza de los pobres del mundo. En innumerables oportunidades los pueblos castigados, olvidados y despreciados han recibido de lo poco que Cuba tiene, no como una dádiva del que se siente superior, sino como el aporte de quien considera un deber ser solidario y compartir lo poco que hay, con el que tiene menos. En silencio y sin testigos.

 

Numerosos países azotados por la miseria, las catástrofes o los tiranos, o todo eso junto, conocen de la solidaridad silenciosa de Cuba, con sus maestros, constructores, médicos y soldados.

 

Es que también Cuba ha sido capaz de repartir lo que tiene en demasía: su convicción  profundamente humana de hermanarse con otros pueblos que luchan por su libertad y entregar el concurso generoso de sus combatientes, sin pedir nada a cambio. A lo sumo, volver a casa con sus muertos.

 

Estos tiempos de pocos auspicios para los perdedores eternos, abona grados crecientes de pesimismo. El enemigo más brutal de los pueblos, el imperialismo, echa mano al increíble avance de la tecnología para aumentar su dominio universal, sin importar que entre los escombros queden mujeres, niños y ancianos.

 

Arrecia sobre la isla el eterno intento por hacerla desaparecer como un ejemplo insoportable. La Revolución cubana no pasa por sus mejores días acosada por el ataque constante del imperio que ve en su economía su expuesta línea de flotación. Y con costos notables, la revolución hace el esfuerzo por resistir luego de dos años sin los ingresos de sus millones de turistas.

 

La cosa no está fácil para el cubano común y silvestre, lo que equivale a decir para casi todos. Y aún así Cuba se ha permitido lo que muchos países desarrollados no han podido: desarrollar las vacunales necesarias para asegurar a la población y dejarla entre las más sanas del planeta.

 

En el horizonte oscuro que ofrece el capitalismo al mundo, con todo y sus dificultades, Cuba resplandece por su ejemplo, por su gente y por su amor por toda la humanidad.

 

Con sus casas descascaradas, con sus autos que van dejando tuercas en esas calles lunares, con su arroz cotidiano y su poco plástico, con su mucha rumba e infinito mar, con su necesidades cubiertas por ese Resolver eterno, Cuba no sólo resiste al enemigo y a sus propios tropiezos, sino que se empeña en mantener el ejemplo de su conducta que los pueblos no han dejado de admirar y respetar.

 

Cuba sobrevivirá este tiempo de crisis producto de la glotonería y la avaricia sin límites y las incertidumbres de las infecciones misteriosas. Y seguirá siendo para los pueblos del mundo el mejor reflejo humano, que propone un camino de futuro ante lo incierto de la sobrevivencia de nuestra especie sobre el planeta castigado.

 

Y seguirá siendo la mano solidaria que se tiende en el silencio de las cosas que valen la pena, y seguirá teniendo entre sus amigos del mundo entero, no sólo quienes estarían decididos a morir por ella, sino que, más importante aún, a dispuestos vivir impulsados por su ejemplo y sobre todo por el de Fidel que en cada uno de esos años fue víctima de ataques que buscaron matarlo, pero no pudieron y murió cuando le dio la gana.

 

Por Ricardo Candia Cares

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Escritor y periodista

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