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La pobreza es una decisión política

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La pobreza no sale de la nada ni llega por un mandato celestial. La pobreza es una decisión política

Se decide el cuánto, el quiénes y el cómo, en los mismos lugares en los que se decide la riqueza en esas mismas variables. Las estadísticas lo ocultan, pero para que exista un rico es necesario que existan millones de pobres que lo financien.

Y esta realidad ha sido por tanto tiempo un hecho inmutable y rara vez discutido, que ya parece que es un orden natural. Si a algún hereje se le ocurre proponer la existencia de otro orden, se arriesga a ser un mártir o un desaparecido.

O, a lo sumo, un irresponsable que no entiende de economía.




Una de las más convincentes maneras de combatir la pobreza que han tenido los ricos, es matar pobres. Y, en subsidio, repetir por las fábricas de mentiras que esos que protestan en la calles y que van a la huelga, son un hato de malagradecidos que no se conforman con nada y que quieren todo gratis.

Lo que también ha dado interesantes resultados es la táctica de enfrentar a pobres que saben que lo son, con otros pobres que no creen serlo.

Para el efecto, se abusa del idioma a la siga de eufemismos que hagan que las palabras suenen menos ásperas: clase media, emergentes, emprendedores, situación de calle, vulnerables y otros conceptos que salen del ámbito de la estadística y los diccionarios para edulcorar la verdad.

De vez en cuando en nuestros países un grupo de audaces se proponen interponerse entre el designo fatal del que nace pobre y que morirá en el mismo estado y la construcción de un país que sea bueno con sus gentes.

En esos intentos se trata de convencer a la gente que son ellos y su trabajo los que construyen los países y es una tontera dejar que los que se lo roban sean los que decidan como vivimos.

Resulta extraordinariamente difícil convencer a ciertos pobres que los ricos que buenamente les dan trabajo están de más.

Ha habido casos en que la mayoría de los pobres, es decir de los trabajadores, términos que para este efecto son sinónimos, se han tomado en serio eso de ser mayorías y que es posible un país y un mundo sin explotados ni explotadores.

Las experiencias y la herramientas para esa herejía han variado según los países, sus culturas y sobre todo, de los dirigentes que han levantado a la chusma.

En nuestro país se vivió quizás uno de los procesos más hermosos del mundo que intentaba cambiar el mundo de fase: las alertas comenzaron a sonar en breve y los enemigos de todo lo humanos se dispusieron a atacar.

Había que terminar sobre todo con el mal ejemplo que emanaba de la voz pausada y clara de un médico al que la gente le decía compañero.

Lo que siguió ya se sabe.

Desde entonces no hemos podido levantar cabeza entre otras cosas porque los que pueden hacerlo no se deciden: siempre se espera que otros lo hagan.

Y nos hemos pasado medio siglo intentando aclarar cómo hacer para que se entienda que es valor del trabajo de millones el que hace la riqueza que se llevan un puñado de egoístas, enfermos, desquiciados, enemigo de todo lo humano.

Y resulta curiosos que cada vez que se avanza un paso, se termina retrocediendo tres.

A esta altura de las contradicciones brutales de una sociedad enferma hasta la madre lo único que se ha aprendido en casi medio siglo de fracasos, es a hacer desfiles en las calles.

Y comprobar que ese sucedáneo de cosa combativa deja tranquilos a los que debieran entender por movilización a un proceso algo más complejo y con objetivos medibles y en el dominio de la política.

Las marchas solo han cambiado el sentido del tránsito.

Y, peor aún, luego de estos años de hacer cosas que no sirven se siga insistiendo en esas mismas cosas que no sirven.

La lucha de los trabajadores es esencialmente política o es un paseo de domingo por la tarde. La decisión de dejar de ser pobres también es una decisión política.

 

Por Ricardo Candia Cares

 

 



Escritor y periodista

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