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Desde antiguo las demoliciones se han realizado en nuestra sociedad. Si un país desea dominar a otro, pues lo invade y demuele sus edificios. Sean viviendas, templos o cualquier símbolo de identidad. El objetivo es destruir su cultura, dominarlo y crear un nuevo orden de vida. A América llegaron los invasores europeos y se afanaron en demoler templos, quemar lo que no les gustaba e imponer su visión de conquista. Nada debe perdurar del pasado.

A nadie debe sorprender que esta manía o prepotencia imperial, continúe tan ligada a nuestra cultura. Rodolfo Carter, alcalde de La Florida, inspirado en lecturas de novelas de cowboys, quienes mataban aborígenes (indios) para extinguirlos y expandir sus territorios imperiales, tuvo una genial idea. Combatir al narcotraficante de su comuna, demoliendo sus casas. Empresa por lo demás válida, si la casa no tiene permiso de edificación o está a punto de derrumbarse. Surge aquí, la siguiente duda. ¿Y si la vivienda cuestionada es el primer piso de un edificio de departamentos? Menudo intríngulis. El alcalde, entonces, intenta convertir el edificio en palafito, o le quita la propiedad al infractor, y la destina a un centro de acogida. También podría estimularse la construcción de palafitos y esa comuna de Santiago, se convertiría en una atracción turista, como es el caso de la ciudad de Castro. Nada es despreciable en un mundo donde se privilegia la construcción de viviendas de singular encanto.

En Valparaíso, el procedimiento es distinto, a la hora de convivir con el narcotráfico. Si hay un funeral de un narcotraficante, pues se suspenden las clases de los colegios. Lo cual vendría a ser un homenaje al difunto, en una ciudad, donde todo es posible. Tanta creatividad y respeto por la muerte, la quisiera esa persona que trabajó hasta los 85 años y ahora, debe vivir de la caridad.

Se desconoce, al ser la ignorancia madre de infinidad de vicios, si las autoridades involucradas en este tema fúnebre, saben cómo se actúa en otros países. En Afganistán, Egipto, India, Emiratos Árabes y Vietnam, se aplica la pena de muerto a los narcotraficantes. Desde luego, se hacen cargo del funeral y no suspenden las clases.




Don Rodolfo Carter, alcalde de la comuna de La Florida de Santiago, que hace unos años apoyó al candidato a la presidencia por la oligarquía, es hombre de exquisitas ideas. Extraño que no se le haya ocurrido escribir una novela de amor, tomar los pinceles o tocar el charango, si bien, incursionó en la profesión de maquillador. En aquella época, se propuso acicalar y emperifollar a Joaquín Lavín, sin embargo, el trabajo no resultó del agrado de los votantes, ni de quienes financiaban el proyecto. Vieron en el candidato a una réplica de otros personajes versallescos y desestimaron su opción. Dentro de todo, el miércoles recién pasado manifestó: «No nos podemos acostumbrar a que un funeral narco paralice una ciudad». De acuerdo. Meritorio en quien ha ejercido distintas actividades ajenas a su labor de alcalde.

El jueves recién pasado, sufrió un sorpresivo traspié. Se metió de por medio la Fiscalía Nacional y la actividad demoledora de Rodolfo Carter, bien puede finiquitar. Esta historia nos recuerda, bajo las diferencias del caso, la demolición del puente Cal y Canto de la ciudad de Santiago, realizada en 1888, para permitir el normar fluir del río Mapocho. En él se emplearon alrededor de 500 mil huevos; cal y rocas del cerro Blanco, donde trabajaron reos de la cárcel. Infinidad de ellos murieron en esta labor. Ahora, el cauce es un hilito de agua soñoliento, que arrastra las excretas de los barrios acomodados de la ciudad.

 

Por Walter Garib

 

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Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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