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Si alguien aspira a dedicarse al narcotráfico en grande, tiene que montar una empresa. Nada de excusas a la hora de invertir en un negocio prohibido. Ya sea destinado a la elaboración, distribución o la venta de la droga, al por mayor o al menudeo. En tal caso, debe disponer de transportes seguros, ya sea por mar, tierra o aire, dependiendo de la envergadura de la operación. Quienes saben del negocio, aseguran que es mejor importar el producto. Producirlo en casa, tiene infinitos riesgos. En paralelo, el narcotraficante procederá al almacenamiento del producto, en viviendas adecuadas y resistentes a ser demolidas por alcaldes temerarios; o en bodegas ad hoc, donde se declarará que se trata de juguetes o ropa china.

Enseguida, debe vender la droga a los distribuidores mayoristas, y estos a su vez, a los minoristas, quienes contratarán a las personas dedicadas al menudeo. La cadena ideal, sin interferencias, para llegar al público consumidor. A la par, comprarán en el mercado negro las armas apropiadas, mucha de ellas, elaboradas en forma artesanal. Y en un gesto de infinita humanidad, contratarán los servicios de una funeraria, destinada a socorrer a sus empleados, si la muerte los visita. Quien se sacrifica entregando su vida, por dar felicidad a un drogadicto, merece un funeral de primera. Junto a semejante postura cristiana, en el sepelio se lanzarán disparos al aire, fuegos artificiales y serpentinas, para expresar júbilo por la partida de un ejemplar soldado. Cualquiera desearía un funeral de semejantes características, en un país donde poco a poco se ha perdido el respeto por la muerte. Desde hace tiempo, la fe anda por los suelos y nadie cree en nada. En vez de ir a misa, la gente prefiere concurrir al fútbol, hacerse tatuajes y exhibirlos, como si fuesen reliquias. Quienes ingresan al negocio de la droga, saben que se puede entrar y no se puede salir. No existe la puerta giratoria como a veces sucede, con aquellos delincuentes encopetados.

La droga, por lo general, se elabora en otros países y se importa a Chile, sin siquiera pagar impuestos. Evadirlos, siempre ha constituido una práctica a todo nivel en los contribuyentes, que seduce a cualquiera. Engañar al fisco, debe estimarse un delito que se mueve entre el ingenio y la sinvergüencería, pero es considerado una habilidad. A lo sumo, los evasores o infelices, si son sorprendidos, concurren a clases de ética empresarial. El ex alcalde Raúl Torrealba, solicitará este precioso beneficio, por haber sido un hombre leal con sus patrones. Los sirvió desde la alcaldía más encopetada y próspera del país. Quizá sus empleadores le ofrezcan un paraguas de lona y varillas aceradas, para protegerse del aguacero que se le avecina. Es sabido que las grandes fortunas de nuestro país, pagan un pellizco en impuestos, alrededor de un 3%, es decir una miseria, mientras quienes trabajan al día, deben entregar un tercio de sus ingresos a las arcas fiscales. Semejante injusticia, estimula la evasión tributaria y hace crecer la idea, que sólo los bobos cumplen con sus obligaciones tributarias.

Un país avanza, cuando las reformas que realiza el gobierno, molestan a la oligarquía. Incomodarla es un suicidio en esta parte de América. Lo ideal sería, dedicarse a otro negocio.




 

Por  Walter Garib

 

 

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