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Un fantasma de moralidad recorre el país: el fantasma de la probidad. Como si se tratara de un impulso súbito, los medios de comunicación que solo ayer escondieran bajo la alfombra el saqueo de que es objeto nuestro país, a manos llenas por parte de los piratas de las multinacionales y los grupos económicos, hoy se ponen de pie estentóreos descubriendo la corrupción de la política chilena. Sin mover una pestaña y sin que se les altere el pulso proclaman la necesidad de recuperar las virtudes republicanas.

El Presidente —que actúa en estas situaciones de presión como si protagonizara una escena de «¿Dónde está el piloto?»— decidió convocar una Comisión de Probidad —o algo por el estilo, da lo mismo— integrada por los más opaco e intrascendente la extrema derecha criolla. La medida —cree el Presidente— tendrá la virtud de distraer el momento y hacerlo ver preocupado del tema.

Por su parte, no muy lejos, el Partido Comunista se trenza en una incomprensible disputa con Patricio Fernández, un liberal de cuarta fila con motivo de sus declaraciones sobre el Golpe. Convengamos que lo que hizo Fernández es decir lo que buena parte de la Concertación sostuvo desde 1990: distraerse frente a las motivaciones del Golpe y condenar «sin ambigüedades» las violaciones a los DDHH. Recordemos que este razonamiento no impidió que el PC llamara a votar por dos insignes golpistas como Aylwin en 1989 y Frei en 1993.

Sin embargo —como decimos en el box— pelear con el «paquete» Fernández, le parece al PC una buena forma de pasar el tiempo y capear el temporal que les significa integrar un Gobierno que protagoniza un feroz ataque en contra de los intereses de la clase trabajadora.




Pareciera que desde el Gobierno se convoca a luchar en contra de la corrupción y a condenar las violaciones a los DDHH cometidas bajo la Dictadura. El planteamiento, pobre de por si, no deja de resultar paradójico. Primero porque el proceso institucional —corrupto en su conjunto— avanza a toda velocidad a la conformación de un régimen bonapartista y un Estado Policial; segundo, porque no hay nada más relativista de los DDHH que gobernar con excepciones constitucionales permanentes e impulsar legislación de impunidad a los violadores a los DDHH (Ley Nain-Retamal).

La única victoria de este Gobierno, por todo lo expuesto, es de un lado desactivar el levantamiento popular y por otro ponernos a discutir sobre las virtudes de las normas jurídicas e inclusive de los funcionarios púbicos. Sin embargo, esta victoria esmirriada carece de triunfo y boato. Se les ve nerviosos corretear por los pasillos y carentes de toda legitimidad reducidos al discurso de unidad nacional que importa sustancialmente mendigarle gobernabilidad a la Derecha.

Este entorno político sombrío y oscuro es percibido por el activismo como una profunda derrota. El reciente suicidio de Jorge Salvo, mutilado ocular durante el estallido, recurrió a esta desesperada acción de autoinmolación precisamente por haber sido privado de toda acción de justicia lo que es consecuencia de la desintegración de los nexos sociales y políticos construidos a partir del levantamiento de Octubre del 19. Porque la impunidad conferida a los mutiladores del régimen es una concreta y brutal medida de la derrota inferida a la causa popular.

Aunque el suicidio no es el camino, el acto postrero y desgarrador de Jorge Salvo es —al mismo tiempo— una convocatoria a tomar en nuestras propias manos el momento político que vivimos y transformarlo.

Jorge Salvo y cada uno de los caídos en el combate por la emancipación social de los explotados son nuestros héroes, en ellos se corporiza la irreductible voluntad de lucha contra la miseria y la explotación capitalistas. Ellos son nuestra moral aquella que proviene del vigoroso movimiento de los trabajadores y que día a día, tercamente, nos muestra el camino de la revolución social. Desde las calles y avenidas, en las plazas, en las barricadas y hasta en las brutales cárceles del régimen, necesariamente ha de alzarse la voz de la rebelión. El reflujo que vivimos no es más que un recodo en el camino. Porque es en la lucha en contra del Gobierno y sus instituciones, en contra del régimen capitalista en su conjunto, en donde ha de forjarse no solo nuestra moral —antagónica a la del régimen— sino que la nueva dirección política, obrera, revolucionaria y socialista que el proceso social demanda.

 

Por Gustavo Burgos

 

Fuente: El Porteño

 

 

 

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Abogado

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  1. Renato Alvarado Vidal says:

    Muy cierto, una moral antagónica a la codicia y el egoísmo propios del capitalismo, sólo puede construirse a través de una práctica concreta: la lucha y denuncia del capitalismo.
    Esta nueva moral no nos va a caer desde el cielo ni por mucho leer el Manifiesto, requiere trabajo.

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