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Si fuera por creatividad y despliegue del arte, el sentido de la estética y sobre todo de la oportunidad y el espectáculo, este cincuentenario de la asonada cobarde y traidora que demolió La Moneda y asesinó a miles, la cosa estaría resuelta.

Pero de esta pasada no quedará sino, la nada misma.

Es duro constatar que este aniversario no sirvió para mucho. Las actividades de mayor alcurnia y lucimiento se circunscribieron en un par de cuadras del centro de la ciudad.

Los esfuerzos para relevar tan amargo aniversario solo han servido para el lucimiento de intelectuales, escritores, editoriales, cineastas, escultores, pintores y productores artísticos que esperaban la oportunidad.




¿Y el pueblo?

En algunos lugares se hizo alguito, una poquita cosa de la que nadie supo.

También ha sido fecha propicia para que los familiares de los detenidos desaparecidos, esa dolorosa yaga nuestra, tuvieran la oportunidad de volver a decir: seguimos buscando.

Y no mucho más, aunque duela. Y duele.

Porque desde donde las cosas podrían cambiar, es decir, desde la izquierda que no se rindió, que no se arrendó por cargos y lucimiento, desde el pueblo allendista que aún espera en su silencio oscuro y de siglos, desde la gente que sufre incluso sin saber, una cultura espantosamente inhumana, este 11 de septiembre pasó como la nada y la cosa ninguna.

No hubo acción, película, libro, exposición, muestra o desfile que haya dejado una pizca de esperanza. La nostalgia, el dolor del pasado, por sí sola, solo afecta en el centro del pecho y de uno en uno. Y la nostalgia sin odio, no sirve.

Duele que Allende se haya transformado en una estatua hecha para afirmar adornos florales de esos que algodonan conciencias. Y que ya no sea lo que es: un ejemplo que debiera estar en el discurso de una izquierda que no solo busque la pose del día o el acomodo luego de la jubilación.

Sino que se la juegue.

El pensamiento de Salvador Allende y de la Unidad Popular siguen tanto o más vigente hoy que hace cincuenta y tres años. Lo esencial del programa de la Unidad Popular es hoy de una necesidad que abisma.

Cuando se pierde una batalla, es necesario retroceder y atrincherarse en los principios. Cuando se pierde la guerra, hay que comenzar otra, si es justa.

Ante el criminal avance del capitalismo genocida, el pensamiento que inauguró un pueblo que por primera vez en la historia tomaba las riendas de su destino, cobra aún más su pleno vigor. Ese es Salvador Allende. Eso es la Unidad Popular. Eso es el Gobierno Popular.

Pero gran parte de la izquierda acobardada no dice esas palabras. O la masculla entre dientes. Es mal visto. Pueden ser usadas en su contra.

Sucede que hacen falta hombres y mujeres disponibles para deshacerse de la egolatría, la comodidad del buen estipendio, del miedo y el pudor absurdo de un pasado que está aún disponible para cobrar su cuota de futuro.

La derecha ganó la guerra cultural, nos impuso su modo de pensar, nos inoculó un miedo que no conocíamos y muchos que no vacilaron al enfrentarse con los esbirros del tirano, hoy tiemblan ante la posibilidad de no pagar el dividendo o la patente del auto.

Este 11 de septiembre sella una derrota de rango histórico. No ha quedado nada. Solo la tristeza de la derrota en todo su dramático esplendor.

Un pueblo ensombrecido de pena y amargado de deudas y violencia, una izquierda acobardada y sin propósitos, un movimiento social inexistente, organizaciones de trabajadores asimiladas a la cultura del poquitito y exdirigentes estudiantiles que terminaron de rodillas, arrepentidos y rendidos. No mucho más.

Los ganadores de esta pasada han sido los vendedores de arreglos florales, banderitas y pañuelitos.

Y, por cierto, la ultraderecha, la que mucho más temprano que tarde, se hará de todo el poder, de todos los miedos, para dejar caer la pesadilla de la persecución, el asesinato, la cárcel y el destierro.

Se vienen tiempos aún más duros para la gente jodida.

Será cuando la amistad cívica de la que hablan rojos, rosados y amarillos, no sea sino otra vuelta de tuerca en la historia de la infamia y la traición.

No.

De este cincuentenario no ha quedado sino el olor a marchito de las flores abusadas y el dolor y vergüenza de no haber hecho otra cosa que desfilar con banderitas, flores, velas o pañuelitos, haciendo gala de una inocencia suicida.

De ningún acto, película, performance, desfile o velatón, se puede esperar sino una pena inconmensurable: de aquí a poco nos extinguiremos y la historia nuevamente va a ser contada por los criminales.

Para el pueblo, y por mucho tiempo, cada día seguirá siendo un martes once nublado, ahora con celulares y deudas. Y con un crespón en donde habitó la esperanza.

 

Por Ricardo Candia Cares

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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  1. 50 años…..algo así como «paso la vieja…..»…nada, el pueblo es de los vencedores : lo mataron , lo humillaron , lo vejaron,
    lo educaron a su manera y orgullosamente vemos frente a la Moneda las estatuas del asesino Alessandri Palma y del más infecto golpista demócrata cristiano , un tal Alwyn , que el diablo lo tenga en sus garras……ese pueblo que desfilaba y sonreía y tenía esperanzas…..está muerto, viva el pueblo y sus trabajadores!

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