Poder y Política Opinión e identidades

La historia de un vampiro que no se quiere morir

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Cuenta la leyenda que los vampiros se mueren cuando le clavan una estaca en el corazón.

La dura realidad muestra a Pinochet/conde vivo, redactando enmiendas, justificado y ensalzado por diputados y senadores que le colocan una corona de laureles por haber ganado batallas. Extraño que suceda, los enemigos mueren siempre, los matan a mansalva, los degüellan y los van a esconder a los bosques.

El mar devolvió a la profesora Marta Ugarte en la playa La Ballena para dejar constancia de la criminalidad que debió soportar un país durante muchos años.  Calle Santa Fe o Janequeo, o Varas Mena o Pedro Donoso.

Así sucedió en Chile. Pinochet era hombre malo escuché una vez en un paradero de micros en la zona sur de Santiago.




Sucede que este vampiro no solamente es un militar que come corazones, es también un ladrón. Llegó más allá de lo que un país había conocido, era también un traficante. Los vampiros chicos eran eso. Por años se dedicaron a vender droga en los Estados Unidos. Nadie dijo nada, a nadie le importó. Finalmente para ellos el dinero no tiene color, olor ni sabor. Es sencillamente dinero puro y duro.

Algunos tarotistas coinciden en decir que en su condición de clase media arribista impulsada insistentemente por la matriarca Lucía, se encuentre la razón para hacer de un país una caja pagadora inagotable de favores y privilegios. Sus aduladores recibieron suculentos beneficios, fábricas, caminos, colegios y el beneplácito de tantas gorras llena de estrellas, pendones con banda de música.

No se puede encadenar un país eternamente a un personaje que sencillamente cumplió las órdenes que desde los Estados Unidos redactaron. Donde el dueño de un diario llamado El Mercurio, corrió como faldero para pedir clemencia ante el terror que los pobres en sus urgencias, aquella como el comer todos los días, o esa necesidad que sus hijos sean menos pobres se haya convertido en un fantasma que les quitó el sueño desde antes de 1970.

Medio litro de leche diario no es un delito de lesa humanidad.

Que todos sean dueños del cobre no es camino al paredón.

Sostendrán algunos que el pinochetismo está enterrado en la cuesta Barriga o en los Hornos de Lonquén. El pinochetismo está y se pasea ufano por el congreso y sus aduladores lo sostienen en sus altares para que nadie intente derrocarlo. También hay algunos que discretamente dejan que las aguas pasen tranquilas.

Ese vampiro/conde, que era agasajado con la ofrenda de los corazones buscados en los detenidos desaparecidos y ejecutados políticos, se instaló en aquellos que quieren un país vestido desde antes de la colonia. Como carroñeros fueron acumulando cositas, muebles, pinturas, esas joyas que les regalaron para la reconstrucción y que antes de llegar al postre la vampiresa Lucia repartía para que todos volvieran a sus casas contentos.

Esa película de robo y ultraje recuerda a los nazis robando cuadros de pintores notables, mientras los hornos de Teresin eran una pesadilla mientras las chimeneas hacían que la vida desapareciera como canta Silvio.

Hace más de treinta años se pudo haber formado un plan de búsqueda para encontrar a los detenidos desaparecidos. La verdad fue empujada a llevar aquella penosa carga de que todo era en la medida de lo posible. El informe Rettig y Valech es un listado de víctimas sin conocer a los victimarios. Algunos de ellos están en Punta Peuco, pero faltan.

Los vampiros/generales/conde provocan miedo, asustan a los niños, usan uniformes y marchan en grupo. Hablan fuerte y piensan que son dueños de todo. Son malos dicen los niños en una escuela de campo.

Llegó la hora del convite para afilar la estaca fundamental.

Para asentar el golpe definitivo o por lo menos comenzar el recorrido para volverlo a su cajón del que lo sacan siempre esos panteoneros enemigos de todo, pero tan cercanos a sus intereses.

Sencillamente una ficción desnuda la triste historia de un recorrido precario y sin destino algo más de treinta años que se resiste para que sea comida de gusanos.

Los tiempos corren y hay que necesariamente afilar todas las estacas, con las puntas más delgadas para no fallar en el intento. Se trata de un asunto muy mayor, o ellos o nosotros.

 

Por Pablo Varas.

 

 

 

 

 

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Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



Escritor

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  1. Por ahí por la mitad de la película, se pierde el ritmo y con escenas y hechos medios postizos, un tanto ajenos……se desintegra y lo que empezó como una burla, termina en un desorden que no se entiende. Partida de caballo inglés y llegada de burro!

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