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El valor patrimonial: resignificando el paisaje desde Tierra Salada

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No hay dudas de que el paisaje es una vía de acercamiento a la experiencia estética que le entrega un soporte fundamental a la existencia humana. Es un privilegio la posibilidad de conmovernos frente al paisaje, cuestión por lo cual la filosofía no elude la construcción de un relato. Hay un listado importante de pensadoras y pensadores que nos van dejando su testimonio, sin embargo en los últimos años se ha ido consolidando lo que se denomina la «filosofía del paisaje» siguiendo las reflexiones provenientes de algunos ensayos de Georg Simmel.
En esta búsqueda de encuentro con el paisaje me ha resultado destacable la experiencia de ir al encuentro con el Océano Pacífico que rodea nuestro país, en cierto modo recordándome como parte de una especie que  habita una gran isla, por qué no nos pensarnos así, como parte de un territorio isleño, eso nos ayudaría a superar la imposición de algunos límites geográficos que tienden a limitar una reflexión identitaria de lo que somos. Ir al encuentro del mar, a esa sonoridad incesante que nos enfrenta a un horizonte infinito viendo caer el sol que en su movimiento vuelve a nacer y a desaparecer, dando espacio a la luna y a las estrellas que son faros naturales para los marineros que vienen y van como lo escribió Neruda en su poema Farewell: «Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar».
Memorable me resulta esta estancia en Cáhuil, en esta hermosa cabaña de Tierra Salada (@cabañastierrasalada), lugar privilegiado para observar el mar y pasear por una extensa playa, entre medio de un paisaje equilibrado de plantas, de aves y fauna, desde su hermoso ventanal disfrutar de la llovizna, desde su terraza sentir el viento y la deleitante sonoridad del mar frente a los graznidos de aves marinas, apreciando cómo se enciende el cielo junto a parte del pueblo de Cáhuil famoso por su cultura salinera, donde se puede encontrar esos exquisitos pejerreyes que cocinaban nuestras madres y abuelas sin alarmarse por sus espinas.
Este hermoso lugar de Tierra Salada tiene una historia liderada por Jaime Fuenzalida Araneda quien después de una importante trayectoria hotelera y gastronómica en Santiago y en Osorno principalmente (incluyendo el ex Hotel Carrera) construyó este espacio que recupera la tranquilidad de esos balnearios que podemos recordar como parte de nuestra infancia, el cual ha sido posible con el trabajo y colaboración de sus hijos Karla, Valentina, Ignacio y Joaquín, quienes han sabido comprender el valor de la posibilidad que brindan desde sus cabañas a quienes buscan un descanso tranquilo y confortable.
Conocer nuestros lugares también nos invita a  la posibilidad de ir conociendo el valor patrimonial que porta nuestra historia. Recordé que el filósofo chileno Luis Oyarzún en algún lugar de su «Diario íntimo» nos mencionaba a Cáhuil, siguiendo una pregunta que se hacía Mariano Latorre sobre las condiciones de vida de los salineros, tengamos en cuenta que ambos escritores nos han entregado importantes escenas sobre nuestro territorio, ofrezco el relato del primero para recordarnos lo que podríamos llamar la ruta de la sal: «Seguimos por nuestro camino rojizo, que resultó que partía desde Valparaíso y pasaba por Casablanca, Rosario, Malvilla, Llo Lleo y Santo Domingo; bordeaba la Laguna de Cáhuil o de los Choros y Boyeruca y Bucalemu; subía al cerro de Llico, seguía por los cerros de Iloca y caía al Mataquito, a la altura del antiguo poblado indígena de Lora, en donde había un balseadero». Reconocer el paisaje trae consigo aprender de su geografía, dejarse llevar por sus rincones, bien lo había expresado el escritor de padre Vasco y madre de origen francés nacido en Cobquecura con su título «Chile, país de rincones» quien fuera galardoneado por su obra con el Premio Nacional de Literatura en 1947.
El goce del paisaje es algo que dignifica y el conocimiento de la historia es algo que enriquece nuestra condición humana. Salir al encuentro del paisaje y de la historia es un don para el espíritu que nos permite romper el cotidiano rutinario al que nos someten los quehaceres habituales, dedicarse a este tipo de ocio es un regalo que nos damos a nosotros mismos haciéndonos parte de una cultura que fuimos y que seguimos siendo aunque no hayamos tomado conciencia plena de aquello, por lo tanto con el riesgo de abandonar una forma propia de nuestro ser.
Alex Ibarra Peña.
Dr. En Estudios Americanos.
@apatrimoniovivo_alexibarra
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